El palacio de La Promesa está a punto de estallar. Las tensiones acumuladas durante días por fin se desbordan y varios personajes quedan atrapados en el centro del escándalo. Don Lisandro, el duque de Carvajal y Cifuentes, sigue sembrando el caos con su arrogancia y su desprecio hacia quienes considera inferiores. Esta vez, sus víctimas son claras: Adriano y Samuel. Y el daño que pretende hacerles podría cambiarlo todo en la finca.

Todo comienza con un detalle que, a ojos de cualquiera, podría parecer insignificante: el apellido de Adriano. El rey ha concedido al joven un título nobiliario por salvar la vida de Lisandro durante el fatídico “bautizo sangriento”. Pero el duque, lejos de agradecer el gesto con humildad, lo convierte en motivo de burla. El apellido “García” le parece vulgar, impropio de un conde. ¿La solución? Rebautizar el título como “Conde de Campos y Luján”, un nombre que, según Lisandro, suena más digno de los salones nobles.

El propio Adriano, con la sencillez y nobleza que lo caracteriza, acepta el título sin rencor, aunque sabe bien que detrás de esa “corrección” no hay otra cosa que desprecio de clase. El gesto no le molesta por él, sino por lo que representa: un mundo donde la apariencia vale más que los actos heroicos. A pesar de todo, su humildad contrasta con la frialdad del duque, quien solo sabe utilizar a las personas para sus propios fines.

Pero Lisandro no se detiene ahí. Su siguiente blanco es Samuel, quien ahora ya no puede ejercer como sacerdote tras ser oficialmente excomulgado por el obispado. La noticia, lejos de causar conmoción en el duque, es usada como una herramienta para manipular y desacreditar. Sin embargo, hay un giro inesperado: Doña Leocadia, siempre calculadora, quiere retener a Samuel en La Promesa pese a todo. Le ruega que no se marche y, lo más polémico, que oculte su excomunión a Lisandro. ¿La razón? Nadie la sabe con certeza, pero todo indica que quiere utilizarlo como peón en uno de sus planes secretos.

Y hablando de Leocadia… la mujer está más inquieta que nunca. Su hija Ángela ha comenzado a rebelarse, alejándose del camino que su madre ha trazado para ella. Y mientras lidia con esa tormenta familiar, se sospecha que Leocadia está detrás de los recientes problemas que aquejan a Manuel en el hangar. Diseños alterados, planos fuera de lugar y la sensación creciente de que alguien está saboteando el proyecto de aviación… Todo apunta a un claro caso de espionaje industrial. Y aunque nadie lo dice abiertamente, las sospechas recaen sobre Leocadia. Ella, después de todo, sabe demasiado. ¿Está vendiendo información? ¿Está utilizando a Toño, una vez más, para sacar beneficio a costa de Manuel?

En medio de todo este revuelo, Samuel se convierte en una figura ambigua. Ha dejado de ser sacerdote, pero aún representa una voz de conciencia dentro del palacio. Sin embargo, su cercanía a Leocadia comienza a inquietar. ¿Está siendo manipulado? ¿O simplemente trata de hacer lo correcto en un entorno donde todo el mundo parece tener intenciones ocultas?

Adriano, por su parte, comienza a cuestionarse si aceptar ese título fue un error. El desprecio velado de Lisandro, la rápida decisión de la corona, y ahora el uso de su apellido como motivo de escarnio… Todo esto lo hace dudar de si realmente vale la pena entrar en un mundo tan podrido de hipocresía. Pero su esencia bondadosa se impone: él no actúa para recibir honores, sino por el simple deseo de ayudar.

Lo más alarmante es que Lisandro no parece tener límites. Está dispuesto a deshacerse de todo aquel que no se someta a su visión de nobleza y poder. Quiere silenciar a Samuel, desacreditar a Adriano y controlar incluso a Leocadia si se interpone. Su presencia se ha convertido en una amenaza que tiñe de peligro cada rincón de La Promesa.

Y mientras los hilos de esta trama se entrelazan peligrosamente, hay otros focos de tensión que no podemos ignorar. El misterioso sabotaje en el hangar, los rumores sobre traiciones internas, el enojo de Ángela hacia su madre, y la creciente sospecha de que Toño podría estar implicado en algo mucho más oscuro de lo que parecía.

Todo esto culmina en un episodio cargado de emociones, traiciones y revelaciones. La Promesa ya no es un lugar de armonía, sino un campo de batalla silencioso, donde cada palabra y cada gesto esconden intenciones ocultas. El alma de la finca está en juego, y solo quienes tengan la valentía de mantenerse firmes, como Adriano, podrán resistir el huracán que se avecina.

Lisandro ha llegado con la intención de reinar sobre todos. Pero lo que no sabe es que, en su afán de controlar, está despertando enemigos donde menos lo espera. El orgullo, la arrogancia y la soberbia pueden ser su perdición.

Y esto… es solo el comienzo.