El alba comienza a deshojarse sobre los muros milenarios de La Promesa cuando Petra, con el rostro oculto tras una sombra de determinación, pisa el sendero principal del palacio. Su vestido, largo y húmedo por el rocío, roza la hierba como si despertara cada rincón dormido de ese mundo lleno de secretos. Pero lo que late en su pecho no es nostalgia… es algo mucho más profundo: la certeza de que ha llegado el momento de enfrentarse al misterio que ha marcado su vida desde el primer aliento.
Petra no huye. No esta vez. Camina con la seguridad de quien porta una verdad que puede hacer temblar los cimientos del reino. En su interior, un torbellino: memorias de pasillos en penumbra, susurros entre tapices, traiciones encubiertas con promesas falsas y el peso invisible de un pasado que la sigue como una sombra. A su paso, los sirvientes bajan la mirada, temerosos. Nadie osa detenerla. Incluso los guardias, aún adormecidos por el amanecer, sienten en el aire un presagio oscuro. Petra no es ya solo una doncella… es la portadora de la llave que puede abrir la caja de secretos más peligrosos de La Promesa.
En los muros, en los vitrales, en las columnas y hasta en el viento que roza los corredores, resuenan ecos de un episodio que muchos prefieren olvidar: el enfrentamiento de Petra con Catalina durante un fastuoso baile, cuando, entre mil velas, rompió el cristal de una lámpara, dejando al descubierto más que una simple decoración… fue el reflejo de verdades desgarradas. Esa noche, una frase quedó flotando en el aire como una maldición: “Abriré tus ojos a la oscuridad que se oculta tras este trono de vanidad”. Nadie la escuchó… pero todos la sintieron.
Mientras Petra se escabulle por un pórtico lateral, al otro lado del palacio, el padre Samuel lucha contra un silencio que lo asfixia. Entre sus dedos, el fragmento de un diario que Petra le confió antes de desaparecer. Allí se mencionan nombres impensados, pactos sellados en noches sin luna, juegos de poder entre los más insospechados aliados. Pero ese diario también se esfumó el día de su partida, junto con los mensajes cifrados que habrían probado su inocencia. Samuel siente el peso de cada palabra que no pronunció y cada secreto que guardó con fe temblorosa. Algo en su interior se resquebraja.
Mientras tanto, María Fernández camina por los pasillos envuelta en sedas, pero con el alma encendida por la ira. Aún recuerda con furia el momento en que llamó a Petra “víbora ambulante” en el jardín de invierno. Para ella, Petra era una amenaza, una presencia desestabilizadora en un mundo que ella quería controlar. Ahora que Petra ha desaparecido, María debería sentir alivio… pero en lugar de eso, siente miedo. Porque su partida no es un final, es un anuncio de guerra.
En la sala del tesoro, la alarma suena en silencio: han desaparecido dos sellos centenarios. Uno pertenecía a la familia de Petra. Esas llaves eran el único acceso a una cámara secreta donde yacen pruebas de un pacto milenario entre casas nobles. Sin esos documentos, Petra no podrá defenderse. ¿Quién los robó? Alguien que conoce cada rincón del palacio. Alguien que se mueve sin ser visto.
En la cocina, entre vapores y especias, el maître susurra un nuevo rumor: alguien vio una linterna parpadeando en el corredor subterráneo, como si enviara un código. Algunos aseguran haber visto dos figuras encapuchadas. Otros, incluso, mencionan al espectro que, según leyendas antiguas, habita los sótanos del palacio. Un espectro que solo aparece cuando la verdad está a punto de emerger.
Catalina, siempre lista para manipular desde las alturas, reúne de urgencia al Consejo en la sala de justicia. Lee en voz alta una carta anónima que acusa a Petra de traición, de profanar rituales sagrados y manipular reliquias prohibidas. Las palabras caen como espadas. Pero hay un detalle que casi pasa desapercibido… hasta que el Duque de Albornot, con su ojo entrenado por años de diplomacia, detecta una anomalía: el sello en la carta no pertenece a Petra, sino a un linaje caído en desgracia. Es una trampa. Una falsificación para arrastrar su nombre por el lodo.
Fuera del palacio, un cuervo se posa sobre una estatua fracturada. Sus ojos oscuros miran la entrada principal, como si aguardara el regreso de quien aún tiene un destino pendiente. Para los supersticiosos, es una señal. Y en un mundo donde los símbolos lo son todo, este augurio no puede ser ignorado.
Al caer la tarde, el padre Samuel se transforma. Su culpa se convierte en acción. Comienza una investigación secreta, escuchando confesiones, observando gestos, siguiendo susurros. Cada mirada esquiva, cada palabra truncada, cada paso acelerado es una pista. El rompecabezas de la traición está más cerca de completarse.
Lejos de todo, en una garganta boscosa que conecta La Promesa con un castillo en ruinas, Petra ha creado su refugio. Allí, entre piedras cubiertas de musgo y manuscritos olvidados, busca respuestas. Ojea pergaminos antiguos, buscando rituales oscuros, símbolos prohibidos, alianzas perdidas. El pasado la persigue… pero también la guía.
Es entonces cuando aparece él. El aliado que nadie conoce. Un hombre de guantes negros, capucha gris y voz quebrada como el viento entre ruinas. Su presencia es tan inquietante como tranquilizadora. Conoce cada rincón de La Promesa, cada inscripción en cada lápida, cada secreto oculto entre las sombras. Se acerca a Petra y le susurra: “El verdadero ultraje no es el que imaginas… sino el que te han ocultado desde tu primer aliento”.
La noche cae como un telón púrpura sobre el palacio. Las piezas del tablero se acomodan. Los enemigos se muestran. Los aliados emergen de la oscuridad. Petra está más cerca que nunca de descubrir el corazón podrido de La Promesa. Pero también está en mayor peligro que nunca.
Y tú, espectador, apenas has arañado la superficie de este misterio. Lo que está por suceder… cambiará el curso de toda la historia.
No te pierdas el próximo capítulo. Porque lo que Petra está a punto de descubrir, no solo sacudirá el presente… desenterrará la traición más devastadora jamás cometida en La Promesa.