En La Promesa, cuando todo parecía empezar a brillar para Manuel, la sombra de la traición vuelve a posarse sobre el palacio… y esta vez, lleva el rostro amable y los modales impecables de Leocadia. Lo que comienza como un acto generoso, casi milagroso, acabará por convertirse en el mayor desencanto de Manuel, un giro inesperado que amenaza no solo con romper su sueño de volar, sino con desmoronar la confianza que aún conservaba en los habitantes de La Promesa.
El joven marqués había estado a punto de rendirse. El proyecto de aviación, ese que le devolvía el sentido a su vida y lo mantenía a flote entre tanto caos, parecía condenado al fracaso por falta de recursos. Fue entonces cuando apareció ella, Leocadia, con una propuesta que sonaba a redención: financiar por completo la reconstrucción de la aeronave. Manuel, agotado, agradecido y algo ingenuo, aceptó sin dudar. Lo que no sabía es que detrás de cada billete había una intención oculta.
Al principio, todo fue entusiasmo. Manuel retomó los planos, se encerró en el viejo granero reconvertido en taller, y volvió a soñar en grande. Incluso Toño y Curro se unieron para ayudar en lo que podían. Leocadia, siempre presente, lo observaba desde las sombras del piso superior, como si ya saboreara su propia victoria. Cada gesto amable de su parte estaba calculado. Cada frase de apoyo era una cuerda más alrededor del cuello de Manuel. “Tu sueño es importante, va más allá de este palacio”, le decía, mientras lo empujaba suavemente hacia la trampa.
La emoción del joven era contagiosa. Hasta María Fernández volvió a sonreír. El rumor del regreso del avión volaba por los pasillos como una buena noticia. Pero algo empezaría a cambiar.
Todo comenzó con un comentario inocente de Toño. Mientras ayudaban a ajustar la hélice del avión, soltó: “Qué raro que Leocadia meta tanto dinero en esto. Nunca la vi interesada en nada que no fueran los salones del palacio.” Y esa chispa fue suficiente para encender la sospecha en Manuel. Por primera vez, el joven marqués miró su proyecto desde otra perspectiva: ¿y si estaba siendo utilizado?
Intrigado, revisó nuevamente el sobre con el dinero. Fue ahí donde lo notó. Un pequeño símbolo en los billetes, algo que no cuadraba, algo que no pertenecía a esa clase de donación. Alarmado, Manuel contactó inmediatamente a Burdina, que no tardó en llegar con su lupa, su instinto afilado y su intuición de sabueso. Bastaron unos segundos para que confirmara lo impensable: ese dinero estaba vinculado a actividades ilícitas. “Esto es serio, Manuel. Esta mujer no solo es una oportunista, es una criminal”, le dijo con firmeza.
Manuel, atónito, apenas podía respirar. Todo lo que había construido en las últimas semanas, toda su gratitud, toda su ilusión… ¿había sido parte de un plan para manipularlo?
Las piezas comenzaron a encajar. Recordó cómo Leocadia lo había apoyado cuando nadie más lo hacía, cómo convenció al marqués de dejarle el control del proyecto, cómo de repente todo empezó a ir demasiado bien. Y entonces, una escena se dibujó en su mente: las miradas furtivas entre Leocadia y Lorenzo, las palabras venenosas sobre Catalina, las dudas que Toño había sembrado. Todo estaba conectado.
“¿Y si el avión no era el objetivo, sino yo?”, se preguntó Manuel, con la angustia creciendo en su pecho.
Mientras tanto, en lo alto del palacio, Leocadia brindaba con Lorenzo. La copa de licor en su mano era el símbolo de una victoria que creía segura. “Manuel está tan ilusionado que ni sospecha. Le di dinero para alimentar su sueño inútil, y ese será su final. Sabotearé el avión. Cuando despegue, si despega, no volverá a aterrizar”, confesaba sin pestañear. Lorenzo, incluso él, quedó pasmado ante la frialdad de sus palabras. “¿Pero de verdad quieres hacer eso?”, murmuró, sin saber si reír o huir. Leocadia no necesitó más que una mirada helada para dejar clara su respuesta.
De regreso en el taller, Manuel ya no era el mismo. Observaba cada pieza como si pudiera esconder una trampa. Ya no era solo el inventor soñador; ahora era un hombre en guerra, alerta, decidido a proteger su vida y su verdad.
“Toño, si está tramando algo, no se va a salir con la suya”, dijo con la voz firme. El joven ayudante asintió, sabiendo que a partir de ese instante, nada sería como antes.
Los siguientes días serán claves. Manuel comenzará a investigar a fondo los movimientos de Leocadia, sus contactos, sus verdaderas intenciones. Buscará pruebas, hablará con quienes la conocen desde antes, y todo lo que descubra podría cambiar el destino del palacio para siempre.
Y aunque por fuera todo siga en aparente calma —los criados cumpliendo sus rutinas, las nobles paseando por el jardín, los brindis y las cenas opulentas—, bajo esa superficie se gesta un torbellino. La Promesa ya no es solo un lugar de secretos… es un campo de batalla encubierto, y Manuel, por fin, está dispuesto a luchar.
Porque si ese avión debe volar, lo hará con la verdad a bordo. Y si alguien pretende derribarlo, primero tendrá que enfrentarse a la furia de un hombre que no está dispuesto a perder ni su vida ni sus sueños.
La batalla ha comenzado. Y Leocadia, sin saberlo, despertó al enemigo equivocado.