En La Promesa, pocos personajes despiertan tantas sospechas, intrigas y controversias como Leocadia de Figueroa. Su nombre ha ido tejiéndose a lo largo de más de 500 episodios como un fantasma que siempre estuvo presente… en las sombras, susurrando, manipulando y moviendo piezas sin que nadie notara que era ella quien sostenía el tablero. Pero por fin, el velo ha caído: la historia completa de Leocadia ha sido reconstruida con hechos mostrados y confirmados en la propia serie. Y lo que se revela es tan perturbador como revelador.
Leocadia nació alrededor de 1870-71, al igual que Cruz Ezquerdo. Sus raíces humildes se remontan a Cuba, donde su padre emigró buscando fortuna, como muchos otros en la segunda mitad del siglo XIX. Allí, en la isla, entabló amistad con el padre de Cruz. Aunque nunca alcanzó el poder de los Izquierdo, el vínculo entre ambas familias quedó sellado, y Leocadia creció prácticamente junto a Cruz y Eugenia, compartiendo institutriz y semanas enteras en la plantación de los Ezquerdo.
La muerte de la madre de Cruz fue un punto de inflexión. Leocadia, lejos de alejarse, se convirtió en la sombra constante de Cruz, su acompañante inseparable. Algunos incluso especulan —como teoriza un video viral— que esa muerte temprana podría haber sido su primer crimen, motivado por los celos o la ambición. ¿Pudo Leocadia deshacerse de la madre de Cruz para ganar terreno entre los poderosos?
Lo que sí está claro es que en la adolescencia, Leocadia ya mostraba una fascinación malsana por Cruz. La admiraba, sí, pero también la envidiaba profundamente. Mientras Cruz brillaba, Leocadia quedaba a su sombra. Compartían noches de escapadas secretas a los barracones de los esclavos, donde bailaban, bebían y se sentían libres. Pero esa libertad se truncó en 1886, con la abolición de la esclavitud en Cuba.
Tras las revueltas y la caída del negocio de los Izquierdo, la familia huyó a Cádiz en 1887. Cruz necesitó entonces una nueva compañera inseparable… y así llegó Petra a su vida. Leocadia, en cambio, permaneció en Cuba junto a su padre, pero el lazo con los Izquierdo no se rompió. Años después regresó a la península, justo cuando el padre de Cruz compró el título nobiliario de varón de Linaja.
Desde entonces, Leocadia se convirtió en una presencia constante —y muchas veces silenciosa— en todos los grandes hitos de la familia: la boda de Eugenia con Lorenzo, la mudanza al palacio de Linajas, el primer encuentro de Cruz con Alonso, la muerte de doña Carmen… siempre estaba ahí. Siempre observando. Siempre tejiendo.
Ya instalada en la Península, Leocadia pasó temporadas en el palacio, incluso con su padre, del que luego no se supo más. Su vida amorosa, además, fue un cúmulo de secretos oscuros: tuvo una aventura con Lorenzo (el marido de Eugenia), pero también fue amante del mismísimo varón de Linaja, padre de Cruz, y líder de una peligrosa banda criminal que operaba por los alrededores de Los Pedroches. En esas visitas conoció también a Dolores —la doncella— y a su pequeña hija Mariana, a quien aún recordaría 20 años después como si fuera ayer.
Y aquí comienza lo más oscuro de su historia. En 1898, Leocadia fue la autora intelectual del robo del pequeño Curro y del asesinato de Dolores. ¿Su objetivo? Que Eugenia, incapaz de ser madre, pudiera criar a ese niño como propio, dándole al varón un heredero fuera de los lazos del marquesado de Luján. Y, de paso, eliminar a Dolores, la amante del marido de Cruz, a quien la marquesa detestaba. Así, Leocadia lo tenía todo calculado: favores a sus amigas, más poder dentro del círculo, y una presencia indiscutible en cada trama familiar.
¿La prueba? Cruz misma lo confiesa a Hann en uno de los momentos más impactantes de la serie, cuando esta descubre que es hija de Dolores. Leocadia, sin embargo, ya había manipulado a Hann antes, advirtiéndole que Cruz intentaría culparla de todo. Una guerra de versiones que sembró la duda… pero que finalmente se decanta cuando Cruz, en soledad, encara a Leocadia y la acusa de haber orquestado el crimen y de haber jugado con la vida de todos.
El legado oscuro de Leocadia no termina ahí. En esos mismos años, tuvo una relación con un hombre poderoso —cuya identidad sigue siendo un misterio— y quedó embarazada. Pero aquel hombre, lejos de apoyarla, la abandonó, desentendiéndose del niño. Ese embarazo frustrado quedó grabado a fuego en su historia, alimentando aún más su resentimiento y su afán de control.
Eugenia, Cruz, Lorenzo, Hann, Dolores, Petra, Alonso, el varón… Todos han estado, de una u otra forma, enredados en los hilos que tejía Leocadia. Hilos invisibles, sí, pero resistentes, venenosos, implacables. Porque si algo ha demostrado esta mujer a lo largo de los años, es que no se detiene ante nada. Ni ante una madre, ni ante un hijo, ni ante la verdad.
Hoy, tras décadas de engaños, crímenes encubiertos y máscaras bien puestas, la verdadera Leocadia de Figueroa sale a la luz. No como una simple dama de compañía, ni como una vieja amiga de juventud. Sale como la pieza central de un ajedrez familiar en el que siempre supo moverse. Una villana disfrazada de confidente. Una estratega silenciosa. Y, sobre todo, una amenaza latente.
¿Logrará Hann abrir los ojos? ¿Permitirá Cruz que Leocadia continúe manipulando a su antojo? ¿O llegará, por fin, la hora de hacer justicia… y saldar cuentas?
Porque en La Promesa, el pasado siempre vuelve. Y en el caso de Leocadia… lo hace con sangre en las manos.
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