En La Promesa, las máscaras por fin caen… y lo que se revela es tan desgarrador que sacude hasta los cimientos de Depramis. Lo que parecía una mañana más entre protocolos, papeles y diplomacia, se transforma en una tormenta de verdades que nadie vio venir, y que cambiará para siempre el destino de la finca y de quienes la habitan. Todo comienza con un gesto simple: la pluma de Alonso lista para firmar un contrato. Pero cuando la tinta aún no ha tocado el papel, Catalina irrumpe como un rayo que parte la calma, gritando una advertencia que detiene el tiempo: “¡Padre, baja esa pluma ahora mismo!”

Lo que parecía una simple interrupción pronto se convierte en un acto de justicia largamente pospuesto. Catalina, con el corazón en llamas y el alma en pie de guerra, proclama su verdad: ya no es solo Catalina, sino Catalina Luján, heredera de un crimen silenciado por décadas. Y lo que sostiene en las manos no es cualquier papel: son las cartas amarillentas de Elvira Luján, la hija desaparecida del marqués, y un brazalete de esmeraldas que ha esperado años por hablar.

Ricardo, el siempre sereno mayordomo, desenrolla un pergamino antiguo: el diario secreto de Elvira. Sus páginas queman. Cada línea escrita es una herida abierta. Chantajes, violencia, manipulaciones del Duque Lisandro, cuya sonrisa de mármol comienza a resquebrajarse ante todos. Y es que cada palabra de ese diario arrastra consigo no solo el dolor de Elvira, sino también el peso de los secretos que durante años mancharon la historia de Depramis.

En la sala, el ambiente se vuelve irrespirable. Lisandro intenta recuperar el control, pero Adriano, el hijo herido, lo bloquea: “No tocarás esas páginas hasta que pagues por tus fantasmas.” La luz del salón, tamizada por antiguos vitrales, proyecta sobre los rostros máscaras de miedo, traición y desafío. Es en ese momento cuando Catalina describe con escalofriante precisión la noche de tormenta en la que Elvira fue encerrada en una cabaña abandonada, sola y destrozada por la traición.

Y entonces, estalla la bomba.
Leocadia, temblando, pero decidida, irrumpe con una confesión inesperada: ella fue testigo y cómplice de un pacto siniestro entre Lisandro y fuerzas poderosas, un acuerdo manchado de dinero, silencios comprados y mentiras heredadas. Su voz, quebrada pero valiente, desnuda cada paso del complot: desde los pagos secretos hasta las amenazas contra quien osara hablar.

La sala queda helada. Alonso, que creía ser dueño de su legado, mira a su hija con ojos desbordados de preguntas. ¿Sed de venganza o de justicia?, pregunta. Catalina responde sin pestañear: “Justicia.”

Cuando la tensión parece no poder aumentar más, Manuel, el capataz, entra con una carpeta que contiene cassettes antiguos, grabaciones ocultas del propio Lisandro conspirando contra la familia para quedarse con los viñedos. Las voces grabadas son inapelables. La evidencia es un martillazo final que derrumba el castillo de engaños.

Lisandro, sudando, intenta negar por última vez, pero ya es inútil. Alonso, con la mirada de quien ha despertado de un largo sueño, anula el contrato, exige la presencia de un notario y ordena la intervención de la Guardia Civil. Por primera vez en mucho tiempo, el futuro deja de oler a miedo y empieza a oler a uva madura y libertad.

Esa misma noche, bajo un cielo despejado y estrellado, la familia se reúne. Ya no hay máscaras. Las heridas son visibles, pero también lo es la dignidad. Catalina irradia valentía. Curro, tímido pero decidido, se alza como un aliado fiel. Ricardo, el hombre de servicio, encarna la nobleza. Romolo mira el porvenir con esperanza, y Adriano parece haber hallado finalmente la paz interior.

Un paseo silencioso entre los viñedos acompaña la escena. Alonso se detiene, observa sus manos que antes solo conocían el poder y el control, ahora abiertas a la redención. “Hoy esta finca se libera. La mentira muere aquí.”

Y al amanecer, Pía hace sonar las campanas de la capilla, no por luto, sino como símbolo de renacimiento. El pueblo, nobles y campesinos, se congrega como una sola voz. La promesa ha cambiado. La finca ya no es solo tierra y legado, ahora es símbolo de verdad.

Pero que nadie se confunda: aunque la verdad ha salido a la luz, Depramis aún guarda secretos en sus rincones oscuros. Si esta historia os ha estremecido, preparaos para lo que viene. Porque lo que hemos vivido no es el final, sino el principio de una nueva guerra de pasiones, alianzas inesperadas y heridas que aún supuran traición.

¿Qué otros secretos esconde Leocadia? ¿Cómo responderá Lisandro ahora que ha sido desenmascarado? ¿Podrá Catalina mantener su alma intacta en esta batalla que apenas comienza? ¿Y qué papel jugarán los nuevos testigos y los fantasmas que aún murmuran entre los muros de Depramis?

Si queréis seguir descubriendo cada rincón de esta venganza que se transforma en redención, no os perdáis los próximos episodios.
Comentad con “Promesa” si estáis listos para acompañar a Catalina y Curro en esta cruzada, si sentís en vuestro pecho el latido del honor, y si creéis, como Alonso, que la verdad, por dolorosa que sea, es el único camino hacia la libertad.

Este es solo el inicio.
El misterio continúa.
La promesa… renace.