En el corazón de La Promesa, cuando creíamos haberlo visto todo, el regreso de Eugenia al palacio no solo remueve cimientos, sino que enciende pasiones, odios antiguos y una esperanza que parecía extinguida. Lo que comienza como una escena silenciosa y emotiva, pronto se transforma en el catalizador de una tormenta que amenaza con devorarlo todo.
La inesperada llegada de Eugenia causa un verdadero revuelo. Lejos de ser recibida con afecto por todos, su presencia es vista como una amenaza directa por Leocadia y Lorenzo. Ambos, como serpientes que se sienten observadas, intuyen que la mujer no ha regresado vacía: tras esa mirada dulce y serena, se esconde una lucidez peligrosa. Y no se equivocan. Eugenia ha vuelto con los ojos abiertos, con el alma despierta, y aunque su voz es suave, su sola presencia sacude las sombras más enterradas del palacio.
Para Lorenzo y Leocadia, la solución parece obvia: Eugenia debe desaparecer. Él, más dubitativo, vacila entre el remordimiento y la estrategia. Ella, en cambio, no titubea. Recupera del fondo de un cajón un revólver envuelto en un pañuelo oscuro. Un gesto escalofriante, una declaración de intenciones. No se trata solo de poder o control: se trata de silenciar para siempre una memoria que podría traer consigo la ruina. Eugenia, dicen, sabe demasiado. Y eso, en La Promesa, puede costarte la vida.
Pero en medio de este remolino de veneno y traición, hay una chispa de luz. Curro. Él no solo abraza con emoción el regreso de su tía, sino que se convierte en su guardián, su confidente, su fuerza renovada. La protege con una ternura que conmueve y con una determinación que sorprende incluso a los que lo conocen bien. Y con esa mezcla de amor y coraje, Curro toma una decisión que lo cambiará todo: devolverle a Eugenia la esperanza de caminar.
Lo que parecía un imposible empieza a transformarse en un plan concreto. Curro, en secreto, recorre pueblos, consulta doctores, indaga, insiste. Hasta que encuentra al doctor Ernesto Bragado, un especialista en rehabilitación neuromuscular que acepta el desafío. Lo lleva al palacio bajo un pretexto inocente. Nadie sospecha que, en las sombras, se está obrando un pequeño milagro.
Los ejercicios comienzan discretamente. Estiramientos suaves, movimientos asistidos, sesiones en la terraza al atardecer. Eugenia, al principio incrédula, se deja arrastrar por la fe de su sobrino. Y, contra todo pronóstico, empieza a responder. Un día, una tarde cualquiera, en medio de un silencio de pájaros y brisa suave, Eugenia logra dar sus primeros pasos. Sin ayuda. Sin silla.
Curro llora. Rómulo, testigo accidental, queda petrificado. Es el momento más puro que el palacio ha presenciado en mucho tiempo. Pero la emoción, lejos de frenar la tensión, la amplifica. Porque ahora Eugenia no solo está lúcida. Está fuerte. Y eso, para Leocadia, es intolerable.
En paralelo, mientras Curro y su tía estrechan lazos y reconstruyen una relación devastada por los años y el olvido, Leocadia y Lorenzo afilan sus armas. Ella, convencida de que Eugenia recordará lo que ocurrió aquella noche maldita —la noche que guarda el secreto más oscuro de La Promesa—, lo presiona sin piedad. “Si ella habla, caemos todos”, advierte con su voz helada. Y Lorenzo, dividido entre la culpa y el deber, termina cediendo.
El plan se pone en marcha. Invitarán a Eugenia a la biblioteca, ese rincón alejado donde las palabras pueden sonar como susurros de muerte. Pero lo que Lorenzo no sabe es que Eugenia también ha cambiado. Ya no es la mujer vulnerable a la que podían manipular. Ahora camina, sí. Pero sobre todo, piensa. Y sospecha.
“¿Qué ocurrió mientras yo no estaba, Curro?”, le había preguntado días antes, con una mezcla de ternura y alarma. “Siento que todo aquí huele a mentira, a miedo.” Él, con dolor, intentó desviar la conversación, protegerla. Pero ella lo notó. Y aunque no insistió, supo que debía prepararse. Que había mucho más en juego que su propia salud.
Ahora, mientras se desliza en su silla hacia la biblioteca, algo en su interior le dice que esa conversación con Lorenzo no será una más. Percibe la tensión en el aire, el modo en que las paredes parecen susurrarle cosas, y ese brillo apagado en los ojos del hombre que un día fue su cuñado. Ella sabe. Aún no recuerda del todo, pero su cuerpo sí. Su memoria la empuja hacia un punto de no retorno.
Y justo cuando Lorenzo está a punto de hablar, cuando la atmósfera se vuelve irrespirable y el peligro se hace carne en el silencio… un detalle lo cambia todo.
Porque Eugenia, con esfuerzo, se pone de pie. Frente a él. Sin ayuda. Con la frente en alto.
La imagen desarma a Lorenzo. Lo deja paralizado. La mujer que debía estar rota, está de pie, desafiante. Y aunque él no lo sabe, en ese instante Eugenia lo ha leído todo: su culpa, su miedo, y su intención.
Ese gesto —aparentemente simple, humano, esperanzador— es la grieta definitiva en el plan de Leocadia. Porque ahora Eugenia vuelve a caminar, pero también empieza a recordar. Y con cada paso, se acerca más a la verdad que podría destruirlos a todos.
Este avance de La Promesa no es solo un capítulo más. Es un punto de inflexión. Una promesa cumplida. Un milagro en medio del veneno. Pero también, el comienzo de una guerra silenciosa donde la memoria será el arma más letal.
¿Hasta dónde llegará Leocadia para silenciar a Eugenia? ¿Podrá Curro protegerla de lo que se avecina? ¿Y qué es exactamente lo que ella recuerda… o está a punto de descubrir?
Todo está a punto de explotar. Y esta vez, nada ni nadie saldrá ileso.