En el próximo y electrizante capítulo de La Promesa, las máscaras caerán y la verdad rugirá con fuerza desde los rincones más sombríos del palacio. Eugenia, aquella mujer que muchos subestimaron y otros creyeron perdida, se levantará con una fuerza inesperada para ejecutar la venganza más precisa, más demoledora y más justa que jamás haya presenciado el lugar. El plan que Lorenzo y Leocadia tramaban contra ella, destinado a hacerla pasar por loca nuevamente, se volverá en su contra… con un simple pero devastador detalle.
Todo comenzará en el ala noble del palacio, donde Leocadia y Lorenzo se reunirán para afilar las garras. Leocadia, implacable, dictará sentencia: “Eugenia debe desaparecer. Nos está mirando demasiado. Cada palabra suya es como un cuchillo al cuello”. Lorenzo, aún dudoso, asentirá mientras confiesa que la nueva Eugenia no se deja engañar. “Ha vuelto distinta. Más fuerte. Más clara. Y ya no le tiembla el pulso.”
Es entonces cuando Leocadia propone el plan más siniestro: utilizar a Rufino, aquel curandero olvidado, para alterar la mente de Eugenia con infusiones discretas, provocar síntomas leves de locura y devolverla al sanatorio. “Desacreditada. Aislada. Sin que nadie la escuche jamás.” Pero lo que ignoran es que Eugenia ya conoce cada uno de sus movimientos. Porque esta vez, no está sola.
Al otro lado del palacio, Curro, decidido y lleno de angustia, encuentra a Pía para revelarle que ha llegado la hora de destapar lo que llevan investigando en secreto: la muerte de Hanne no fue lo que todos creen. “No podemos callar más. Manuel tiene que saberlo todo.” Aunque Pía teme el daño que podrían causar, Curro insiste: “Si Cruz no fue la culpable, entonces hay alguien más. Y Manuel merece saberlo.”
La conversación con Manuel no será fácil. Lo encontrará en el jardín, sumido en el dolor. Pero Curro, con voz firme, soltará la verdad: “Creemos que sabotearon a Hanne. Que alguien manipuló su tratamiento. La bala no la mató. Fue algo más.” Manuel, impactado, se debatirá entre la incredulidad y la rabia. Pero al final, su dolor se convertirá en determinación: “Si hay una mínima posibilidad de que esto sea cierto… os ayudaré. Y juro que nadie se va a escapar.”
Así nace una alianza secreta. Eugenia, al enterarse de que Manuel ha creído en su causa, siente por fin que la justicia está al alcance. “Yo también voy a ayudar”, dirá con una mirada que brilla de inteligencia. Ya no es la mujer frágil de antes. Ahora tiene un plan, y ese plan comienza con una conversación casual con una criada silenciosa que ha visto más de lo que muchos creen. Cada paso de Eugenia está calculado, y sus enemigos no lo sospechan.
Mientras tanto, Lorenzo se interna en el bosque en busca de Rufino. La escena es tensa, oscura, con el olor a incienso envolviéndolo todo. “Necesito algo que haga perder el control… sin levantar sospechas”, dirá. Rufino, sin pestañear, le entrega un pequeño frasco con un líquido oscuro. “Una dosis y parecerá confundida. Dos, y nadie la creerá jamás.” Lorenzo paga sin dudar. La maquinaria de la traición está en marcha.
Pero esa noche, al volver al palacio, será Lorenzo quien se encuentre atrapado en su propia trampa. Eugenia ya ha alertado al sargento Burdina y ha preparado todo para la caída de los dos villanos. No habrá margen de error.
Mientras en la despensa Pía y Curro revisan los últimos documentos que vinculan a Leocadia con la muerte de Hanne, en el salón principal, Eugenia convoca a todos. Sus palabras serán firmes, sin temblor. “Hoy conocerán la verdad. Hoy se cae el velo.” Y frente a todos, presenta pruebas, cartas, recetas alteradas y un testimonio clave: el de la criada silenciosa. Cada palabra es una daga para-Lorenzo y Leocadia.
Ambos intentan defenderse. Niegan, gritan, se acusan mutuamente. Pero ya es tarde. Desde el umbral de la puerta, el sargento Burdina aparece con gesto solemne. “Lorenzo De La Mata y Leocadia Almagro, quedan detenidos por intento de envenenamiento, manipulación y encubrimiento de la muerte de Hanne.”
El silencio en la sala será sepulcral. Nadie dirá una palabra mientras las esposas suenan y las sombras de dos figuras poderosas caen hechas trizas.
Eugenia no sonríe. Solo respira. Profundamente. Porque ha cumplido su promesa. Porque ha hecho justicia. Y lo ha hecho sin levantar la voz, sin ensuciarse las manos. Lo ha hecho con un solo detalle que lo cambió todo: confiar en su verdad… y en aquellos que aún creen en la justicia.
Y así, mientras la noche cae sobre La Promesa, una nueva etapa comienza. Una donde la oscuridad ya no podrá esconderse. Porque Eugenia ha vuelto, y esta vez… ha venido para quedarse.
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