En las sombras de La Promesa, cuando todos creen que la calma ha vuelto, un nuevo y siniestro plan comienza a gestarse entre los muros del palacio. Leocadia y Lorenzo, aliados en secreto y enemigos de la verdad, han decidido que el tiempo de Eugenia ha terminado. Ella representa una amenaza: sabe demasiado, se ha acercado demasiado, y ya no es posible ignorarla. Ha dejado de ser una mujer frágil y atormentada para convertirse en una espía dentro del propio corazón de la casa.
Todo comienza cuando Lorenzo, con el ceño fruncido y el corazón confundido, se encuentra frente a Eugenia en su antigua habitación. Su sola presencia lo desarma. Eugenia, sin miedo, sin rencor, se alza con la serenidad de quien ya no tiene nada que perder. Ella ha vuelto, sí, pero no por nostalgia ni redención: ha vuelto para desenmascarar. A cada palabra suya, la tensión crece. Ella no suplica, no ruega, no pide perdón. Solo afirma con fría claridad que ha regresado porque quiere respuestas, porque necesita entender qué secretos esconde esa casa… y porque quiere vigilar de cerca a quienes mueven las piezas del tablero. A Lorenzo. A Leocadia.
Pero lo que Lorenzo aún no comprende del todo —o tal vez teme admitir— es que Eugenia ya no es manipulable. Ya no es la mujer quebrada que una vez intentaron destruir. Ahora es una figura impredecible que avanza con determinación, decidida a llegar al fondo de la verdad. Cuando menciona su deseo de visitar a Cruz, su hermana encerrada y olvidada, el conflicto estalla. Lorenzo reacciona con furia. Él quiere borrarla, silenciarla, hacerla desaparecer del relato… pero Eugenia no se deja. Le grita que no tiene poder sobre ella, que no puede impedirle buscar lo que le pertenece: justicia y verdad.
Las palabras entre ambos se convierten en cuchillos. Eugenia le revela que su cercanía no es casual, que duerme en su habitación porque “es más fácil controlar a una serpiente cuando la tienes cerca”. Esa frase, cortante y definitiva, deja a Lorenzo sin aliento. Ya no hay lugar para las dudas: Eugenia está cazando. Y él, que creía tener el control, se da cuenta de que es solo una pieza más en un juego que ya no domina.
Furioso, Lorenzo baja las escaleras y arremete contra la puerta del cuarto de Leocadia. Leocadia, fría como siempre, lo escucha con atención. Eugenia ha hablado. Eugenia los ha amenazado. Eugenia está cada vez más cerca de descubrirlo todo. Lorenzo no puede más. No hay espacio para vacilaciones. Ha llegado el momento de actuar.
Y es allí donde el verdadero plan se revela. Leocadia no duda. Desde hace tiempo sabía que Eugenia era un riesgo. Y ahora, frente al precipicio, ambos deciden dar el paso final. Leocadia abre un cajón secreto en su alacena y saca una pequeña botella de vidrio ámbar. Dentro, un líquido espeso, casi inmóvil, que guarda la promesa de un nuevo encierro. Unas gotas bastarán para que Eugenia pierda el control frente a todos. Confundirá palabras, verá sombras, gritará incoherencias. El diagnóstico será inevitable: una recaída. Y nadie podrá contradecirlo, porque el médico que la declaró inestable años atrás será quien lo confirme.
Lorenzo asiente. Su rostro es una mezcla de alivio y perversión. La estrategia es clara: no la matarán. No directamente. Harán que se destruya sola, que cada frase la hunda un poco más, hasta que termine donde ellos quieren: en un sanatorio, encerrada para siempre, desacreditada, silenciada.
—Debe parecer natural —dice Leocadia—. Nada exagerado. Nada que nos delate.
—Una actuación perfecta —susurra Lorenzo.
—Más que una actuación —corrige ella con una calma siniestra—. Será una liberación. Para nosotros… y para esta casa.
Mientras guarda la botellita en su vestido, Leocadia regresa a sus papeles con la precisión de quien ha firmado una sentencia. Lorenzo, aún temblando, no emite palabra. Solo hay una pregunta en el aire, silenciosa pero brutal:
—¿No tendrás arrepentimientos, verdad?
—No —responde Lorenzo con frialdad… aunque su voz titubea apenas.
El reloj avanza, la cena se aproxima, y el plan ya no tiene marcha atrás. Eugenia, sin saberlo, está a punto de beber el veneno que sellará su destino. ¿O no?
Porque lo que ni Leocadia ni Lorenzo parecen considerar… es que Eugenia no es tan ingenua como creen. Que tal vez ha escuchado más de lo que aparenta. Que tal vez, como una cazadora silenciosa, también está jugando su propia partida. Y que mientras ellos conspiran para verla caer, ella está tomando nota. Viendo. Esperando. Preparando su contraataque.
La Promesa se transforma, entonces, en un campo minado donde cada movimiento puede ser el último. ¿Logrará Eugenia desenmascarar a sus enemigos antes de que sea demasiado tarde? ¿Podrá evitar que la encierren de nuevo, o caerá en la trampa más perversa que han urdido contra ella?
Las piezas están en su sitio. La cena se acerca. El veneno está listo. Y solo una cosa es segura: esta historia aún no ha terminado.
Déjame tu opinión en los comentarios: ¿crees que Eugenia caerá en la trampa? ¿O está a punto de dar el golpe maestro que acabará con Lorenzo y Leocadia? ¡Nos vemos en el próximo capítulo de La Promesa!