La tragedia rozará La Promesa como nunca antes… y el corazón del joven Curro será el único capaz de impedir el desastre.

Todo comenzará con el amanecer de un día que aparenta ser de celebración, pero que oculta una tormenta inminente. En el palacio se ultiman los detalles para el bautizo de los mellizos de Catalina, mientras las flores frescas, los lazos blancos y la música de cuerdas impregnan de solemnidad el ambiente. Sin embargo, entre las paredes majestuosas del salón principal se respirará algo extraño. Un presagio. Un silencio que avisa que algo terrible está a punto de suceder.

En su habitación, Curro descubrirá una nota escrita con letra temblorosa escondida bajo su cama. Es de su madre, Eugenia. En ella, deja claro que piensa asistir al bautizo aunque no se lo permitan. Asegura que no permitirá que “los monstruos” le quiten lo poco que le queda y, lo más inquietante, menciona que va armada. La frase “llevo conmigo lo necesario para asegurarme de que nadie me detenga” será un puñal en el alma del joven.

El pánico se apoderará de él. Sabrá que no hay tiempo que perder y saldrá corriendo por los pasillos del palacio en busca de alguien que pueda ayudarlo, desesperado por encontrar a su madre antes de que cometa una locura. En la cocina, encuentra a Pía, que se sorprende al verlo tan alterado. Entre lágrimas, Curro le contará todo: que Eugenia se ha escapado, que está confundida, manipulada por Lorenzo y Leocadia, y que podría presentarse armada en la ceremonia.

Pía, alarmada, revelará algo que lo deja helado: una criada oyó a Eugenia decir que planeaba llevarse a uno de los bebés. “Quería protegerlo de todos”, le dirá. Esa información será suficiente para que Curro comprenda la magnitud del peligro. Decidido, dirá que no puede perder tiempo reuniendo ayuda. “Conozco a mi madre. Sé cómo hablarle. Aún puedo evitar lo peor.” Pía, angustiada, le tomará la mano y le deseará que Dios lo acompañe.

Mientras tanto, en el salón, la ceremonia comenzará. Catalina, vestida con un bordado fino, sostiene con ternura a Inés, mientras Andrés reposa en los brazos de su niñera. Adriano la acompaña emocionado, y el padre Samuel inicia el rito con solemnidad. Leocadia, siempre pegada a Alonso, se muestra tranquila… casi demasiado. Todo parece desarrollarse en perfecta armonía.

Pero la armonía se romperá como un cristal.

Las puertas del salón se abrirán de golpe, y el estruendo silenciará a todos. Eugenia aparecerá en el umbral, con el cabello suelto, el vestido sucio y la mirada perdida. Está fuera de sí. Atrás, jadeante, Curro intentará alcanzarla… pero ya será tarde. La mujer camina hacia el centro del salón entre murmullos y gritos de sorpresa. Catalina se aferra a sus hijos, mientras Alonso exige que se retire. Pero Eugenia no escucha a nadie.

“Antes de irme, tengo una sorpresita para todos”, dirá con voz quebrada. Alonso intenta frenarla, pero es inútil. La tensión alcanza su punto más alto cuando Eugenia saca un revólver de su abrigo. Los invitados gritan, las criadas se agachan y el padre Samuel alza las manos temiendo lo peor.

Curro intentará acercarse, pero Eugenia lo impide apuntando al techo. “Ni un paso más”, grita. Luego, con lágrimas en los ojos, dirá que no quiere hacerle daño a nadie, pero que le han quitado todo: la voz, la dignidad, el amor por sus nietos. “Me habéis hecho sentir como una loca… y ahora queréis encerrarme como tal.”

Leocadia, desde el fondo, sonríe. Todo va según su plan. Eugenia está colapsando frente a todos, justo como querían.

Pero lo inesperado ocurre.

Eugenia, alterada, corre hacia la niñera que sostiene a Andrés, el hijo de Catalina. Lo arrebata en un movimiento impulsivo y corre hacia el exterior. Nadie puede reaccionar. En segundos, Eugenia ya ha llegado al acantilado con el bebé en brazos, con el viento soplando fuerte y la locura nublando su juicio. Todos temen lo peor.

Curro la alcanza a pocos metros, jadeando, destrozado por el miedo. Se arrodilla en el suelo, las manos alzadas, los ojos llenos de lágrimas.

“¡Madre, no! ¡Por favor, no lo hagas!”, le suplica desde el alma. “No eres una amenaza. Eres una madre herida. No tienes que demostrar nada, solo confía en mí. Estoy contigo… siempre lo estuve.”

Eugenia lo mira. Por primera vez en mucho tiempo, sus ojos se encuentran con los de su hijo y algo en su interior se rompe. Su brazo tiembla. Sus lágrimas caen sobre el rostro del bebé. Durante un segundo eterno, el viento parece callar, el mundo parece detenerse… hasta que finalmente da un paso atrás, alejándose del borde del precipicio.

Curro corre y la abraza con fuerza, sin decir palabra. Le quita el arma con suavidad y toma al bebé, que llora, pero está a salvo.

Detrás de ellos, Pía y varios criados se acercan rápidamente. Eugenia, agotada, se deja caer en los brazos de su hijo. Ha tocado fondo, pero gracias a Curro no ha arrastrado a nadie con ella.

Ese día, La Promesa verá a un nuevo héroe nacer. Curro no solo salvó a su madre y al bebé. Salvó a toda la familia de una tragedia irremediable. Su gesto será reconocido por todos… incluso por aquellos que no querían ver el valor que había en él.

Y aunque el futuro de Eugenia Sea incierto, ese instante marcará un punto de inflexión. Porque a veces, un solo detalle —una carta arrugada bajo una cama— puede cambiarlo todo. Porque el amor, incluso en la desesperación más profunda, puede rescatar a los corazones rotos.

Y La Promesa nunca volverá a ser la misma.