En el capítulo más electrizante de La Promesa, las máscaras finalmente caen. Curro, movido por el dolor y la sed de justicia, toma la decisión más arriesgada de su vida: desenmascarar a Lorenzo frente a todos y revelar la verdad detrás del atentado que acabó con la vida de su hermana, Hann. Con una carta en mano, escrita por el propio Rufino, Curro arma una estrategia letal para derrumbar al maquiavélico Lorenzo y a su cómplice, el médico traidor.

La historia comienza en una mañana silenciosa dentro del palacio. Curro, con el rostro tenso, busca a Pía en la cocina. Juntos se refugian en la despensa, donde él le muestra la carta recién encontrada, cuidadosamente escondida en una cesta de víveres. Es una confesión escrita de puño y letra por Rufino. En ella, el médico admite haberse reunido en secreto con Lorenzo semanas antes del fallecimiento de Hann, confirmando así su participación activa en el crimen. No fue el disparo lo que acabó con Hann, sino una sustancia administrada lentamente, diseñada para asesinar sin dejar rastros. Pía lo confirma al recordar el extraño tono azulado en la piel de la joven cuando vio su cuerpo por última vez.

Ambos saben que no pueden seguir guardando silencio. Pero también son conscientes del peligro: Lorenzo es astuto, tiene influencias, contactos, y sabe manipular. Pía teme que si actúan sin un plan claro, el villano logre esquivar la justicia una vez más. Curro, sin embargo, lo tiene todo pensado. Planea exponerlo durante la fiesta de cumpleaños de Lorenzo, cuando todos los nobles, sirvientes y el propio Alonso estén presentes. Será un golpe directo, sin escapatoria posible.

Mientras la tensión se acumula en los rincones del palacio, los preparativos para la gran celebración de Lorenzo avanzan con pompa desmedida. Candelabros, flores exóticas, copas de cristal, todo refleja la arrogancia de un hombre que cree haberlo ganado todo. Lorenzo se mira al espejo satisfecho, convencido de que con Cruz apartada, Hann fuera del camino y Alonso envuelto por los encantos de Leocadia, La Promesa está a punto de caer en sus manos. Pero no imagina que su mayor derrota se gesta en silencio.

En un rincón del salón, Leocadia lo acompaña, calculadora como siempre. Lorenzo se siente triunfador, pero algo en la lentitud de los movimientos de su aliada comienza a impacientarlo. Quiere que el matrimonio con Alonso se concrete ya, desea consolidar su poder antes de que algo imprevisto suceda. Leocadia, sin embargo, insiste en que todo debe ocurrir a su tiempo, que necesita que Alonso crea que la decisión es suya. Su ambición no tiene límites, y su próximo paso, le confiesa con frialdad, es deshacerse de Pía y de Curro. Está convencida de que ellos planean algo, de que el dolor por la pérdida de Hann los ha convertido en una amenaza real. Y ella nunca subestima a quien ya no tiene nada que perder.

La noche cae, y con ella llega la celebración. La Promesa resplandece, el salón está vestido de gala, los invitados beben, ríen, se codean entre murmullos y promesas vacías. Todo parece perfecto. Pero detrás de cada vela encendida, la verdad se prepara para estallar. Curro, firme junto a la entrada lateral, observa todo con atención. A su lado, Pía finge serenidad. Rufino también está presente, con ojos nerviosos, sabiendo que su secreto cuelga de un hilo.

El momento llega. Lorenzo, en el centro del salón, alza su copa para brindar. “Hoy celebramos no solo mi cumpleaños, sino el camino que hemos recorrido juntos en esta casa que tanto amo…” dice con arrogancia. Pero su discurso es interrumpido por una voz firme desde el fondo del salón: la de Curro.

—¿Lealtad, Lorenzo? ¿Tienes el valor de hablar de lealtad después de lo que le hiciste a mi hermana?

El salón se congela. Todos se giran sorprendidos. Manuel se pone de pie, Alonso frunce el ceño, Leocadia aprieta el sillón. Lorenzo intenta mantener la compostura, pero Curro avanza decidido, carta en mano.

—Esta carta la escribió Rufino —dice con voz alta y clara—. Aquí admite que tuvo encuentros contigo, semanas antes de la muerte de Hann. Fue él quien proporcionó la sustancia que la mató lentamente. No fue un accidente. Fue un asesinato premeditado.

El impacto es inmediato. Rufino palidece. Alonso se levanta, atónito. Lorenzo grita que es mentira, que la carta es falsa. Pero Pía avanza junto a Curro y lo remata:

—Yo misma verifiqué la firma, la caligrafía, todo coincide. Hann fue asesinada, y tú, Lorenzo, eres el responsable.

Rufino intenta huir, pero es interceptado por soldados que ingresan al salón junto al sargento Burdina. Con voz firme, el militar anuncia:

—Rufino Ávila y Lorenzo de la Mata quedan detenidos bajo sospecha de participación en el atentado contra la señorita Hann Luján. Cualquier intento de fuga será considerado agravante.

El caos se desata. Los invitados murmuran escandalizados. Rufino, derrotado, baja la cabeza. Lorenzo, furioso, intenta resistirse, pero ya nada puede hacer. Las pruebas están sobre la mesa. La caída ha comenzado. Y con ella, el equilibrio de poder en La Promesa cambia para siempre.

Pero Lorenzo no caerá sin arrastrar a otros consigo. Mientras es conducido por los pasillos, su voz resuena cargada de odio:

—¡Esto no termina aquí! ¡Pagarán todos! ¡No me hundiré solo!

Y así, mientras el eco de sus amenazas se pierde entre las paredes del palacio, Curro y Pía se miran con un alivio tenso. Saben que aún quedan muchas batallas por pelear. Pero esa noche, la verdad habló más alto. Y La Promesa nunca volverá a ser la misma.