En La Promesa, lo que debía ser una noche de celebración se transforma en un campo minado de emociones, estrategias ocultas y giros imprevisibles. La fiesta organizada por Leocadia y Lisandro sacude los cimientos del palacio, exponiendo vulnerabilidades, viejos rencores y decisiones que marcarán el futuro de muchos de sus habitantes.

Desde el inicio, Adriano siente que esta velada no es una bienvenida, sino un juicio social encubierto. La ostentación, los invitados y la atmósfera calculadamente sofisticada son, para él, una prueba en la que cada gesto será analizado. Lisandro, su principal detractor, no oculta su desprecio y aprovecha cada oportunidad para cuestionar su legitimidad como futuro duque. Leocadia, aliada de Lisandro, ve en la fiesta una vitrina perfecta para subrayar lo que, a su juicio, Adriano no es: digno del título.

Pero Adriano no está solo. Catalina, siempre firme a su lado, se convierte en su escudo y maestra. Le enseña más que modales: cómo sobrevivir a un ambiente donde la imagen lo es todo. Lo guía con inteligencia y compasión, moldeando su carácter para que esté a la altura de las circunstancias. Junto a ellos, Curro permanece como una sombra leal. Su mirada vigilante y palabras justas sostienen al joven Adriano en los momentos más duros.

Detrás del telón, Rómulo se entrega por completo a la preparación de la fiesta. Cada detalle está bajo su control, pues sabe que este evento podría ser su despedida. Su legado como mayordomo está en juego. Reúne al personal y les recuerda la importancia del deber, pero también conoce que el corazón humano es impredecible. Petra, envuelta en tensiones internas, y los roces con Candela amenazan con perturbar el equilibrio. Aun así, Rómulo actúa como un director de orquesta invisible, afinando a cada uno en busca de una armonía perfecta.

Mientras tanto, lejos del bullicio festivo, López lucha con un dilema más íntimo pero igual de trascendental: liberar a Vera del control del duque de Carril. Le confiesa a Curro y a Pía que Vera ha sido víctima de una oscura relación de poder y manipulación. En medio de los preparativos de la fiesta, López idea un plan temerario: infiltrarse en la casa del duque para rescatar pruebas que podrían liberar a Vera de ese yugo invisible. Documentos comprometedores podrían revelar no solo el sufrimiento de Vera, sino los abusos cometidos a otras mujeres.

Curro y Pía, conmocionados por la gravedad del secreto, ofrecen su ayuda, aunque también lo advierten: si falla, no solo Vera estará en peligro. El plan se afina a contrarreloj mientras la fiesta avanza, y el reloj no perdona.

En otro rincón del palacio, Manuel sostiene entre sus manos una carta de su madre. El sobre, frío y elegante, le provoca un estremecimiento. Siente que no es una muestra de amor, sino un intento de manipulación. Aunque no la abre de inmediato, la sospecha de que su madre pretende emparejarlo con una joven “adecuada” lo consume. Lleno de rabia y decepción, se encierra en su taller, negándose a asistir al evento.

Pero la presión social no tarda en llegar. Alonso, preocupado por la ausencia de su hijo en un evento tan visible, lo confronta con dulzura y argumentos. Manuel finge no haber abierto la carta… hasta que no puede resistirse más. Al leerla, confirma sus peores temores: cada palabra está cargada de ambición y control. No lo piensa dos veces. Prende fuego a la carta, dejando que las llamas consuman también el último lazo emocional con su madre. Esa pequeña mentira que le dice a su padre —que no ha leído el contenido— es solo el reflejo de su dolor.

La fiesta se desarrolla entre música, copas y carcajadas, pero la tensión se esconde en cada rincón. Curro, mientras acompaña a Adriano, no deja de buscar con la mirada a Ángela, temiendo por su seguridad. Y sus temores se materializan: uno de los invitados de Lorenzo, ebrio y arrogante, acosa a la joven. Otro lo respalda verbalmente, y Ángela, incómoda y asustada, se aleja.

Curro interviene sin dudar. Defiende a Ángela con firmeza, y su enfrentamiento con el agresor es inevitable. Pero lo que más le inquieta no es la actitud de los invitados, sino la sospecha de que Lorenzo los ha traído a propósito. ¿Está usando la fiesta como excusa para intimidar a Ángela?

Más tarde, Curro se enfrenta a Lorenzo. No lo amenaza… lo advierte. La tensión entre ambos alcanza un nuevo nivel. Pía, al ver a Ángela afectada, une fuerzas con Curro no solo para protegerla, sino también para investigar otra inquietud creciente: la desaparición de Esmeralda. Nadie sabe nada de ella desde la mañana. La preocupación crece.

Mientras las luces siguen brillando, bajo la superficie se teje una red de secretos. Pía y Curro comienzan a tirar de hilos que podrían cambiar todo. Lo que parecía una fiesta se convierte en el punto de partida de un nuevo capítulo lleno de misterios.

Rómulo, por su parte, contempla el final de su trayectoria. El marqués le ha ofrecido una casa como recompensa a su servicio. Al contárselo a Emilia, mezcla emoción con nostalgia. La idea de una nueva vida se insinúa, pero aún no es momento de marcharse: Alonso le hace una petición especial que podría retrasar su despedida. Una vez más, Rómulo se enfrenta a su sentido del deber.

Y mientras todos juegan su papel en este escenario de apariencias, Manuel, Ángela, Adriano, López y tantos otros enfrentan sus propias batallas interiores. Las decisiones tomadas en esta semana no solo definen destinos individuales, sino que alteran el delicado equilibrio de todo el palacio.

Porque en La Promesa, lo que ocurre bajo los candelabros relucientes importa tanto —o más— que los brindis y las sonrisas. Esta semana, la verdadera fiesta no está en los salones, sino en las sombras donde nacen las decisiones que cambiarán sus vidas para siempre.