En los próximos capítulos de La Promesa, la oscuridad que se cierne sobre el palacio alcanzará un nuevo nivel de intensidad cuando Leocadia, Lorenzo y Lisandro unan fuerzas en una peligrosa conspiración que promete cambiarlo todo. El trío, decididos a eliminar a Eugenia de una vez por todas, elaborará un plan siniestro y meticuloso para destruir a los Luján desde dentro. Lo que no saben es que, mientras ellos se sumergen en su juego de poder y traición, alguien mucho más astuto está a punto de anticiparse a todos: Adriano.
El joven, movido por el instinto y el amor profundo que siente por sus hijos y por Catalina, comenzará a notar un detalle inquietante: el comportamiento de Leocadia ha cambiado. Ahora se muestra demasiado amable, demasiado presente. Se aparece sin ser llamada, ofrece ayuda para cuidar a los gemelos y deja caer frases calculadas sobre lo mucho que aprecia a la nueva familia. Para cualquier otro, podría parecer afecto genuino. Para Adriano, es una amenaza disfrazada de sonrisa.
La sospecha crecerá día a día, y la alarma interior de Adriano se disparará cuando observe cómo Leocadia sostiene a sus bebés. Algo en su postura, en su mirada, en la forma fingida de moverlos en brazos, le provoca escalofríos. El amor no se puede fingir, y lo que él ve en ella no es cariño… es cálculo.
Una tarde, mientras mece la cuna de los pequeños en el jardín y observa a Leocadia conversando con Catalina bajo la pérgola, una decisión se forma en su interior. Ha llegado el momento de actuar. Cuando Catalina se le acerca, Adriano no lo duda más: “Catalina, hay algo raro en ella”, le dice con firmeza. Y aunque al principio la joven duda, sus palabras logran sembrar una inquietud tan profunda que no puede ser ignorada. A partir de ese instante, Catalina promete que no volverá a dejar a Leocadia acercarse a los niños. Ni un segundo. Ni una excusa.
Pero el peligro ya está en marcha. Mientras el palacio se llena de falsas cortesías, en el ala norte, Leocadia avanza decidida hacia el antiguo despacho de Lorenzo. La conspiración está a punto de alcanzar su clímax. Allí, entre mapas antiguos y copas de coñac, los villanos ultiman los detalles de su maquiavélico plan. Una nota falsa escrita con la letra de Dolores será suficiente para desencadenar una crisis emocional en Eugenia durante la cena. El médico, ya sobornado, firmará el informe que la enviará directamente al sanatorio, esta vez sin posibilidad de regreso. El objetivo: desterrar a Eugenia, quitarla del medio sin escándalo. Una operación limpia. O eso creen.
En ese momento, Lisandro aparece, con su sonrisa torcida y su actitud imperturbable. Lorenzo, irritado, lo enfrenta: ¿qué hace allí? Pero Leocadia interviene con frialdad. Ella lo reclutó. Porque entiende que para destruir a los Luján se necesita más que astucia… se necesita odio. Y Lisandro lo tiene de sobra. Él también tiene cuentas pendientes con la familia y está dispuesto a todo.
Sin embargo, lo que ninguno de los tres villanos imagina es que su gran enemigo no está frente a ellos, sino mucho más cerca… en los brazos de Catalina. Adriano, que ha permanecido atento a cada movimiento, ya sabe lo que planean. Y tiene algo que ellos no tienen: el elemento sorpresa. Gracias a su instinto y a una aguda observación, ha descubierto un pequeño pero crucial detalle que ha pasado desapercibido para todos: algo oculto en los propios bebés.
Será esa pista, tan sutil como letal, la que le permitirá actuar. Una marca, una prenda, un objeto diminuto… lo que sea, Adriano lo usará para trazar una trampa perfecta. Con la ayuda de un aliado inesperado —quizás Petra, tal vez alguien del servicio que también desconfía de Leocadia— conseguirá registrar una conversación secreta, recoger una prueba tangible de la conspiración y entregarla a las autoridades justo a tiempo.
La noche en que Eugenia está a punto de ser víctima del engaño final, Adriano lo arriesgará todo. Detendrá la cena con una acusación demoledora, revelará los planes de los villanos y presentará la prueba que los vincula directamente con el intento de internarla injustamente. El escándalo estallará en el salón. Catalina, al borde del llanto, se aferrará a sus hijos. Eugenia, temblorosa pero firme, alzará la mirada. Y los tres traidores serán desenmascarados.
La policía llegará esa misma noche al palacio. El criado mudo, que no era tan mudo como decían, declarará todo. Lorenzo intentará huir, Lisandro mostrará su verdadera cara de traidor profesional, y Leocadia, por primera vez, perderá su compostura. Pero será demasiado tarde. Todos ellos serán arrestados. La mentira se vendrá abajo.
Adriano, con los bebés en brazos, respirará aliviado mientras Catalina lo abraza. El palacio, que estuvo a punto de sucumbir a la oscuridad, volverá a llenarse de luz. Y mientras los villanos son conducidos a prisión, él sabrá que el amor y la atención a los pequeños detalles —como ese simple elemento escondido entre los pañales— fue lo que salvó a su familia de una tragedia.
La Promesa nunca volverá a ser la misma. Y Adriano se consolidará como el verdadero héroe de la historia.