En el majestuoso pero cada vez más conflictivo universo de La Promesa, el vínculo entre Martina y Jacobo se tambalea como una hoja en plena tormenta. Lo que parecía ser un compromiso firme con destino a un altar elegante se ha transformado en un campo de batalla emocional. Jacobo, cada vez más incómodo, deja entrever sus dudas: “Esto no es un camino de rosas”. Y es que, por mucho que admire la inteligencia y belleza de Martina, reconoce que convivir con ella es tan complicado como lidiar con “un burro viejo”. Una comparación poco acertada que refleja el grado de frustración que embarga a ambos.
Los problemas no han hecho más que acumularse. Martina, hija de Fernando de Luján y Margarita Yopis, acostumbrada a salirse con la suya, comienza a hartarse de la actitud pasiva, machista y poco comprometida de su prometido. Jacobo, o mejor dicho “San Jacobo”, apodo que ya carga con ironía entre los pasillos del palacio por estar “empanado y frito” como el famoso plato, ha demostrado ser todo menos un caballero ejemplar. Su relación ha caído en un pozo de desconfianza, reproches y decepciones.
Las discusiones entre ambos no han cesado. Martina se siente sola, incomprendida, y su prometido lejos de tenderle la mano, parece más un obstáculo que un apoyo. El colmo ha sido su negativa a acompañarla a visitar a su tía Cruz en prisión. Jacobo se escudó en que era una decisión arriesgada, pero todos saben que fue más por cobardía y desinterés que por prudencia. Martina, fiel a su carácter independiente, lo hizo de todas formas. La consecuencia: más tensión con su familia y una relación aún más deteriorada.
Y si de antecedentes hablamos, no podemos olvidar al primer gran desamor de Martina, el hijo del duque de Carvajal y Cifuentes. Aquella historia también terminó mal, con los padres del joven obligándolo a romper su compromiso con la joven Luján. Desde entonces, Martina se refugió en la soberbia y en el capricho, y durante un tiempo proyectó su ira en Curro, su primo y antiguo amante, con quien vivió momentos intensamente románticos. Un amor prohibido que aún flota en el aire del palacio.
Pero lo que está claro es que Jacobo nunca estuvo a la altura. Su machismo evidente y su falta de implicación han terminado por colmar la paciencia de todos, empezando por la de Martina. El punto de quiebre definitivo se dio cuando, en medio de una gran crisis económica en el palacio, ella no dudó en entregar sus joyas a su tío Alonso para que fueran empeñadas y así salvar la situación. Jacobo, en cambio, no ofreció ni una moneda. Hijo de un marqués, con supuesta fortuna a sus espaldas, no movió un dedo para ayudar. Ni un gesto, ni una intención. Y lo más indignante: siguió viviendo allí, a cuerpo de rey, sin asumir ningún tipo de responsabilidad.
La incomodidad crece. Ya no solo entre los prometidos, sino también entre los miembros del servicio y los señores de La Promesa. Jacobo, considerado un huésped más que un integrante de la familia, se ha convertido en un peso muerto. Incluso cuando hubo que organizar una cacería, se presentó solo, dejando claro que ni siquiera en lo social actúa como pareja de Martina. Todo esto no ha pasado desapercibido, y las conversaciones a puerta cerrada comienzan a girar en torno a un mismo tema: su salida definitiva del palacio.
Y así es como llegamos al momento crucial: Martina, cansada, harta de las excusas y del inmovilismo, toma la decisión más valiente que ha tomado en mucho tiempo. Le dice adiós a Jacobo. No hay marcha atrás. No hay justificación suficiente. Lo que alguna vez fue ilusión se ha convertido en decepción, y aunque la decisión no es fácil, sabe que es lo correcto. No puede continuar al lado de un hombre que ni la apoya, ni la respeta, ni cree en sus convicciones.
Jacobo, al verse acorralado, lejos de luchar por ella, responde con desdén. Como si no le importara. Como si, en el fondo, él también esperara ese final. Y eso duele aún más. Martina, con el corazón endurecido por tantas decepciones amorosas, ya no se permite caer en las trampas del romanticismo. No esta vez. Y con la determinación que solo una mujer herida pero fuerte puede tener, le exige que abandone el palacio.
El eco de esa decisión retumba por cada rincón de La Promesa. Los criados lo comentan en la cocina, los nobles lo murmuran en los pasillos. Jacobo, el “San Jacobo”, ha sido finalmente expulsado. Su equipaje se prepara, sus días de comodidad han terminado. El palacio, aunque aún en crisis, respira un poco más aliviado. Una carga menos.
Y Martina… Martina empieza a reconstruirse. Ha logrado recomponer la relación con algunos de sus primos, especialmente con Manuel, aunque aún queda un largo camino para sanar todas las heridas. Pero este paso la empodera. Le devuelve algo de control sobre su destino. El karma, como muchos piensan, ha hecho su trabajo. Después de haber hecho sufrir a Curro, hoy es ella quien ha probado el sabor del desengaño. Pero también ha encontrado el coraje para poner fin a lo que no le hace bien.
Ahora, la gran incógnita es qué vendrá después. ¿Habrá una reconciliación con Curro? ¿Podrá finalmente amar sin esconderse, sin miedo? Por lo pronto, Jacobo ya es historia. Y La Promesa, como siempre, sigue siendo el escenario donde los lazos de sangre, los secretos y las pasiones cruzadas marcan el ritmo de una historia tan intensa como impredecible.
¿Y tú qué piensas? ¿Crees que Martina ha tomado la decisión correcta? ¿Está cerca el verdadero amor o aún queda mucho por sufrir en este palacio lleno de intrigas? El próximo capítulo nos lo dirá.
