“Solo cuando lo pierdes todo… descubres lo que realmente te queda.”

En un giro profundamente emotivo y devastador, el final de Mafin se convierte en uno de los capítulos más memorables y desgarradores de Sueños de Libertad. Todo comienza con una decisión llena de amor y generosidad: Fina, consciente de sus límites biológicos y con el corazón abierto, propone que sea Marta quien lleve en su vientre al hijo que ambas desean. Pelayo, siempre generoso y dispuesto a construir un proyecto de familia moderna, se suma al pacto con entrega absoluta. Lo que parecía una utopía se convierte en realidad: una familia elegida, sin etiquetas, sin imposiciones, unida por el amor y el respeto mutuo.

Mientras Marta vive las primeras etapas del embarazo con ternura y entusiasmo, Fina encuentra consuelo en la fotografía, una pasión que le permite expresar sus emociones más profundas y capturar la belleza de esa nueva vida en gestación. Pelayo, por su parte, se convierte en el ancla emocional que sostiene a ambas, el padre cómplice y amigo que hace posible ese equilibrio tan frágil como precioso.

El nacimiento de la niña llega como un rayo de luz. Por un instante, todo parece perfecto: tres almas unidas criando a una criatura nacida del amor y la esperanza. Pero la vida, caprichosa y cruel, tenía otros planes. En un viaje a Madrid para recoger a su madre, Pelayo y la pequeña se ven envueltos en un trágico accidente de tráfico. El impacto no deja sobrevivientes. Pelayo muere, y con él se va una parte irremplazable del corazón de Marta y Fina.

El dolor es insoportable. Marta, sumida en un duelo que la paraliza, se enfrenta de golpe a su nueva realidad: ser madre viuda, con una niña recién nacida y una vida entera por reconstruir. Fina intenta sostenerla, aunque también arrastra su propia pena. Toledo ya no es hogar, sino un lugar lleno de recuerdos y ausencias. Ante la imposibilidad de sanar en un lugar donde todo les recuerda lo que perdieron, Marta toma una decisión desesperada pero vital: marcharse.

Con Finulis y la bebé, Marta abandona la ciudad. Dejan atrás la fábrica, a don Pedro, a Gabriel, a los Carpena… y con ellos, una historia de poder, traición y represión. Se marchan sin mirar atrás, con la esperanza de encontrar en otro lugar un espacio donde puedan vivir en paz, sin miedo, sin tener que ocultar su amor ni justificar su maternidad compartida. Francia, Inglaterra… destinos que suenan a libertad, a reinicio, a aire fresco.

Pero esta fuga no marca el final de la historia, sino el comienzo de una nueva etapa. Mientras Marta y Fina emprenden su camino, Toledo queda sumida en el caos. María, Gabriel y don Pedro deberán enfrentarse no solo al vacío dejado por los Mafin, sino también a los propios errores y secretos que por tanto tiempo intentaron enterrar. Las ruinas del imperio Carpena comienzan a desmoronarse, y con ellas, la máscara de impunidad y poder que durante años los protegió.

Fina, con su cámara, y Marta, con su hija en brazos, representan el símbolo de una nueva era: la de quienes no se conforman, de quienes se atreven a reconstruir desde el dolor. El final es incierto, pero por primera vez, ambas caminan hacia adelante con la certeza de que no están solas.