En La Promesa, Petra Arcos es mucho más que la estricta ama de llaves que todos conocen. Detrás de su fachada de dureza se esconde una vida llena de heridas, pérdidas irreparables y traiciones que han moldeado su carácter hasta convertirla en una mujer resentida y amargada. En los próximos capítulos de la serie, conoceremos más a fondo el desgarrador pasado de Petra, a través de una sincera y emotiva confesión que realiza al padre Samuel, donde revela por primera vez el verdadero motivo de su dolor.
Petra se desnuda emocionalmente ante el sacerdote, reconociendo que su existencia siempre ha sido oscura y vacía, una rutina de sufrimiento constante. Todo cambió cuando apareció él, el único hombre que le enseñó lo que era el amor verdadero: su hijo Feliciano. A pesar de que la maternidad debería haber sido una fuente de alegría, para Petra significó el comienzo de un dolor que nunca terminaría. “¿Para qué aprendí a querer, padre?”, le pregunta con los ojos llenos de lágrimas. “Para saber lo que es sufrir de verdad”.
Desde pequeña, la vida le fue cruel. Su infancia estuvo marcada por un padre alcohólico y violento, una casa llena de miedo y silencios. Fue obligada a trabajar como sirvienta desde muy joven, y fue entonces cuando entró en la casa del barón de Linaja, coincidiendo en edad con las hijas de la familia, Cruz y Eugenia. Petra entabló una relación especialmente cercana con Cruz, convirtiéndose en su confidente y cómplice de sus oscuros secretos. Aunque muchos pensaban que entre ellas había una amistad genuina, en realidad, Cruz siempre mantuvo a Petra a una cierta distancia, tratándola más como una herramienta útil que como una igual.
Fue en esa casa donde Petra, aún siendo muy joven, se enamoró de quien no debía: el conde de Ayala. De esa relación clandestina nació Feliciano, su único hijo, al que tuvo que ocultar durante toda su vida, fingiendo que era su hermano. Durante años, vivió con ese peso en el alma, hasta que finalmente Feliciano llegó a La Promesa, y sin saber la verdad, formó un vínculo profundo con Petra. Para ella, esos días a su lado fueron los únicos en los que se sintió verdaderamente feliz. Pero cuando por fin se atrevió a decirle que era su madre, ya era tarde. Feliciano murió en un trágico accidente, justo cuando iba a casarse con Teresa, dejando a Petra completamente destrozada.
Desde entonces, la amargura ha sido su único refugio. Petra admite que su corazón está lleno de odio y deseos de venganza. Confiesa al padre Samuel que muchas veces ha deseado asesinar a todos en La Promesa, desde los señores hasta los criados. “Sé que es pecado, padre”, le dice, “pero la rabia me consume por dentro”. Este estallido de sinceridad hace que la relación con el sacerdote se vuelva más tensa, pero también es el comienzo de una apertura emocional que cambiará su rumbo.
Petra siente que cada vez que ha intentado confiar en alguien, ha terminado humillada y traicionada. Sin embargo, algo ha comenzado a cambiar desde su conversación con el padre Samuel. Al desahogarse, al contar todo lo que lleva acumulado durante años, parece que se ha liberado de una parte del peso que arrastra. Como resultado, vemos una nueva faceta en Petra: más humana, más vulnerable, y quizá, más dispuesta a buscar redención.
En los capítulos que se avecinan, Petra acudirá junto al padre Samuel al refugio para ayudar a los más necesitados. Allí conocerá a Alicia, una joven que no puede hablar y que también arrastra su propio dolor. Sorprendentemente, Petra y Alicia establecerán un vínculo muy especial. La dureza habitual de Petra se deshace ante la inocencia y fragilidad de Alicia, y lo que comienza como una simple ayuda se transforma en una relación casi maternal. Es inevitable pensar que Petra busca en Alicia una especie de sustituto emocional de su hijo perdido.
Esta cercanía con Alicia no es la primera vez que Petra proyecta en alguien la imagen de Feliciano. Ya lo intentó, inconscientemente, con Santos Pellicer, aunque este último estaba lejos de poseer la bondad de su hijo. Santos tiene un alma oscura, muy diferente a la pureza con la que Feliciano vivió. Aun así, Petra parece desesperada por revivir aunque sea un atisbo del amor que alguna vez sintió.
¿Estamos ante una nueva Petra? ¿Podrá realmente dejar atrás el rencor y empezar de nuevo? Esa es la gran incógnita. Como bien señala el narrador, en La Promesa las cosas pueden cambiar de la noche a la mañana. Ya lo vimos con Salvador, el antiguo prometido de María Fernández, que tras volver de la guerra completamente trastornado, experimentó una transformación profunda cuando sostuvo en brazos al pequeño Dieguito. De ser un hombre inestable, pasó a ser amable y tierno de un momento a otro.
Tal vez Petra también pueda renacer. Tal vez estas confesiones, este acercamiento al padre Samuel, este nuevo vínculo con Alicia, sean el comienzo de una redención largamente esperada. Pero no podemos olvidarlo: Petra Arcos ha estado demasiado tiempo en la oscuridad. Y aunque quiera cambiar, sus cicatrices siguen ahí, recordándole quién fue y todo lo que perdió.
El camino hacia la redención no será fácil. Habrá quien desconfíe de este aparente cambio, y quienes nunca le perdonen las crueldades del pasado. Pero si algo ha quedado claro, es que Petra no es simplemente la “mujer mala” de La Promesa. Es una víctima de la vida, de un sistema que la oprimió, de un amor que le fue arrebatado, y de una sociedad que nunca le dio voz. Ahora, por fin, Petra ha gritado. Y quizá, solo quizá, alguien la escuche.
¿Veremos una nueva Petra? ¿O el rencor acabará devorándola por completo? Lo descubriremos en los próximos capítulos de La Promesa.