El episodio 608 de La Promesa ha dejado a los espectadores con el corazón en un puño, y gran parte de esa tensión gira, sin duda, en torno a la figura de Doña Eugenia. Una mujer que, día tras día, va desmoronándose emocionalmente mientras todos a su alrededor parecen dar la espalda a su sufrimiento. La escena que marca el clímax de este capítulo la coloca al borde del colapso, enfrentándose directamente a Catalina en un momento tan incómodo como revelador.

Todo comienza con una acusación velada. Eugenia está confundida, desesperada, y al mismo tiempo, acorralada. No entiende de qué se le acusa, no sabe qué ha ocurrido, pero intuye que todos, incluso su sobrina Catalina, comienzan a mirarla con otros ojos. Ella jura que no ha cogido nada, que no ha hecho daño alguno, pero la presión es insoportable. En su tono se percibe no sólo la rabia contenida, sino el profundo dolor de una mujer que siente que pierde la cordura… y el cariño de quienes más ama.

Catalina intenta calmar las aguas con diplomacia. Le sugiere que es mejor retirarse, que pueden despertar a los niños, que quizás sea momento de poner un poco de distancia. Pero Eugenia no está para razonamientos. Lo que la consume no es solo lo que se ha dicho, sino la manera en que todos se están comportando con ella. ¿Por qué nadie la defiende? ¿Por qué se le trata como una amenaza cuando lo único que quiere es estar con sus nietos, los mellizos que tanto ama?

Y aquí estalla la tensión. Eugenia se siente ignorada, silenciada, ridiculizada. Grita que ella quiere a esos niños como si fuera su propia abuela. Pero ya no la escuchan. Catalina, visiblemente incómoda, la mira con una mezcla de compasión y miedo. Lo que ocurre en esa sala no es solo un enfrentamiento familiar: es el retrato crudo del abandono emocional al que está siendo sometida una mujer que, aunque quebrada, no deja de gritar auxilio.

Mientras tanto, otras tramas también van sumando tensión al capítulo. La confrontación entre María Fernández y Petra por el caso de Samuel ha encendido más fuegos en la planta baja de La Promesa. María, consumida por la ira y la sospecha, lanza acusaciones sin pruebas y con una dureza desmedida. Petra, quien antaño fue un personaje difícil de defender por sus actos oscuros y maquiavélicos, hoy aparece como la víctima de un ataque injustificado. Nadie sabe con certeza si ella está detrás de la traición, pero todo apunta a que esta vez no ha sido su mano la que ha movido las piezas. Y sin embargo, es la que está pagando el precio.

Esto remueve muchas preguntas: ¿Por qué María pierde los papeles de esa manera? ¿Qué ha despertado en ella una necesidad tan destructiva de venganza? La lógica parece haber abandonado a muchos habitantes de La Promesa. Petra, con su historial de artimañas, habría usado un chisme como el beso entre Catalina y Adriano para arrasar con todos… pero no lo hizo. Entonces, ¿por qué la culpan ahora?

A todo esto se suma la historia de Manuel, que parece estar atascado en una trama que, aunque nació con fuerza, ya empieza a resultar repetitiva. Su relación con Toño, marcada por la traición y la posterior confesión, ha dejado un mal sabor de boca. Manuel, siempre noble, intenta salvar a quien lo ha dejado sin recursos y sin futuro en su sueño de aviación. Pero, ¿realmente merece Toño quedarse en La Promesa tras lo que hizo?

El personaje de Manuel brilla cuando actúa como protector, cuando muestra esa humildad que enamoró a Jana. Y aunque todavía tiene mucho que dar, esta trama ya no lo sostiene como protagonista. Lo que urge es darle un nuevo impulso, quizás ligándolo a la tragedia que se avecina con Eugenia. Porque si alguien puede ver más allá de la locura aparente, ese podría ser él.

Y sí, hablemos de Eugenia. La verdadera protagonista emocional del capítulo. Su historia ha sido tratada con una dureza que duele. Desde su llegada, ha sido el blanco de los cuchicheos, las sospechas y el desprecio velado de quienes deberían haberla protegido. Lorenzo y Leocadia han logrado sembrar tanta desconfianza que, en menos de diez episodios, la mayoría ha adoptado su versión de los hechos. Nadie –salvo contadas excepciones como Curro o Ángela– ha tendido la mano a Eugenia. Nadie ha intentado buscar ayuda profesional, contactar al médico que podría explicarlo todo, ni siquiera Catalina, a quien siempre habíamos considerado la voz más sensata del palacio.

Y ese es, quizá, el punto más doloroso. Catalina, antaño símbolo de equilibrio y compasión, ha sido desdibujada por completo. Ya no es esa mujer decidida que luchaba por los suyos; ahora duda, vacila, se deja llevar por lo que dicen otros y no por lo que ve con sus propios ojos. Su desconexión con Eugenia no solo rompe el corazón, también deja claro que algo muy profundo se ha quebrado en La Promesa.

El panorama no es alentador. Andrés sigue desaparecido, la tensión en la casa aumenta, y el bautizo de los mellizos se vislumbra como el evento que lo hará todo estallar. Eugenia está al límite. Su cordura, su dignidad y su rol dentro de la familia penden de un hilo. Y si nadie actúa pronto, podríamos ser testigos de una tragedia mayor.

En definitiva, este capítulo ha sido un retrato descarnado de la soledad emocional, del prejuicio y de cómo, en ocasiones, los verdaderos villanos no son quienes gritan o pierden los nervios, sino quienes eligen mirar hacia otro lado.

Nos despedimos con el alma encogida, esperando que en los próximos episodios se le haga justicia a una mujer rota, pero no vencida. Eugenia merece ser escuchada. Y Catalina, si aún queda algo de la mujer que fue, debe ser quien dé el primer paso para salvarla. Porque en La Promesa, el silencio también puede ser una forma de traición.