El palacio de los Luján vuelve a estar envuelto en sombras, pero esta vez no por secretos nuevos… sino por los fantasmas del pasado. Alonso, el marqués, atraviesa el momento más doloroso de su vida. Aparentemente fuerte, vestido de dignidad y título nobiliario, es en realidad un hombre quebrado por dentro, incapaz de recomponerse tras descubrir que la mujer con la que compartió 28 años de matrimonio… es una asesina.
Todo comienza con un ruego que hiela la sangre. Alonso, con la voz entrecortada por la pena, le suplica a su cuñada Eugenia que, por el bien de todos, olvide a Cruz. “Te lo pido como un favor personal”, le dice, reconociendo que aún no ha logrado asimilar que su esposa disparó contra su nuera embarazada, la esposa de su hijo. Y no solo eso: el nieto que esperaba nunca llegó a ver la luz. Una tragedia que dejó una grieta emocional imposible de sellar.
Pero lo más impactante no es solo el dolor que Alonso lleva por dentro. Es el hecho de que aún no conoce toda la verdad. Aún ignora que fue la propia Cruz quien, sin piedad alguna, asesinó a su hijo Tomás con un abrecartas. ¿Qué pasará cuando ese horror salga a la luz? ¿Podrá seguir defendiéndola, seguir amándola? Porque, aunque él intenta dejarla atrás… no puede.
En una conversación cargada de melancolía, Alonso se sincera con su mayordomo Rómulo. “Cada decisión que tomo, lo único que consigo es hundirme más y más en el fango”, confiesa. Eugenia quiere visitar a su hermana, y aunque él se opone, sabe que su palabra ya no pesa. Luego, con una voz que apenas se sostiene, pregunta: “¿Por qué sigue doliendo tanto, Rómulo?”. Intenta olvidar, dice. A ratos lo logra. Pero los recuerdos vuelven como cuchillas al pecho.
“¿Y entonces cuál es la solución?”, pregunta desconsolado. “Porque sigo pensando en ella, y a pesar de lo que hizo, no sé si odiarla o seguir amándola…”. La frase que lanza a continuación parte el alma: “¿Acaso se puede amar a un monstruo?”.
Esa es la gran tragedia de Alonso. No solo ha perdido a su esposa. Ha perdido la imagen que tenía de sí mismo, de su familia, de su historia. Vive atrapado entre el amor que una vez sintió por Cruz y el espanto que ahora siente al saber lo que es capaz de hacer. ¿Cómo se sobrevive a algo así?
Y como si el dolor emocional no fuese suficiente, los problemas se multiplican a su alrededor. Manuel, su hijo, está metido en un enredo con su proyecto aeronáutico que no levanta vuelo. El marqués había advertido a su hijo, pero Manuel, confiado en su instinto, no lo escuchó. Ahora Alonso lo ve naufragar, atrapado en una red de deudas, mentiras y traiciones, especialmente después de lo ocurrido con Toño, el hijo de Simona. El marqués, que quería proteger a su hijo, se siente responsable, culpable. “Te lo dije”, le repite… pero esas palabras no sanan nada.
Por si fuera poco, Leocadia aparece ofreciendo ayuda financiera, y aunque Alonso agradece el gesto, hay algo turbio en esa generosidad. Él lo sabe: nada en la vida de los Luján se da sin un precio. Y Leocadia siempre cobra con intereses.
Además, aunque ha aceptado el matrimonio de su hija Catalina con Adriano, no puede evitar que le pese. No por ella, sino por el peso de los siglos, de la tradición, de los Luján. Catalina, una dama de la nobleza, casada con un labriego. Y su otro hijo, Manuel, casado con una doncella. Para un hombre del siglo XX educado en las estrictas normas de la aristocracia, es una derrota silenciosa… aunque haya aprendido a callarla.
Y el derrumbe continúa. Eugenia, su cuñada, ha regresado al palacio, recuperada casi por completo. Una buena noticia, sí. Pero con ella también vuelve el conflicto, la tensión con Lorenzo de la Mata, que no desaprovecha ninguna oportunidad para avivar los fuegos del escándalo. Y justo ahora, cuando la familia está intentando mantener las apariencias por la visita del duque de Carvajal y Cifuentes, Lisandro, todo esto amenaza con explotar.
Lisandro ha llegado con ojos afilados. Sabe que hay secretos en cada rincón del palacio, y está dispuesto a descubrirlos todos. Hasta el mismo Adriano se sincerará con él, revelándole su identidad y su verdadero propósito. El palacio es una olla a presión a punto de estallar. Y Alonso, en el centro de todo, intenta contenerla… mientras se desmorona.
A veces parece que su único refugio es el recuerdo. Aunque ese recuerdo esté manchado de sangre. Cruz fue su esposa, su compañera, su todo. ¿Cómo puede arrancarse a alguien que estuvo con él durante casi tres décadas? ¿Cómo digerir que, detrás de las caricias, los paseos, las cenas compartidas… había una asesina?
Pero hay algo aún más devastador. Alonso todavía no sabe todo. No sabe que Cruz mató a Tomás. No sabe que su esposa cometió el crimen más monstruoso de todos. Si el dolor lo está destruyendo ahora… ¿qué ocurrirá cuando lo sepa todo?
Y entre tanto caos, Alonso sigue adelante. O al menos, lo intenta. Cada día es una batalla contra los recuerdos, contra la culpa, contra el deshonor, contra la decadencia de una familia que se cae a pedazos. Él, que fue educado para mantener el linaje, para proteger el apellido, para ser ejemplo… ahora solo puede observar cómo todo a su alrededor se desmorona. Su corazón, sus hijos, su hogar, su historia.
Y mientras todos en el palacio siguen con sus intrigas, sus alianzas, sus planes ocultos… Alonso se queda solo. Solo con su conciencia. Solo con su pena. Solo con el peso insoportable de haber amado a una mujer que destruyó su vida.
Así están las cosas en La Promesa. Y como ves, esto no ha hecho más que empezar. Porque mientras haya secretos, habrá dolor. Y mientras haya dolor… la historia no se detendrá.
¿Quieres más? Ya sabes que cada mañana y cada tarde tienes nuevas crónicas aquí, desentrañando todos los enredos del palacio de los Luján. Porque esto no es solo una serie. Es una tragedia que arde lento, como las llamas de un amor imposible.