Hay muertes que duelen más allá de la pantalla.
No es lo mismo ver desaparecer a un personaje en una serie corta, que despedirse de alguien a quien has seguido durante años, que has visto crecer, sufrir, amar y resistir. En la televisión española, algunas muertes han dejado una huella profunda e imborrable, y ninguna lista estaría completa sin nombrar a Pepa de El secreto de Puente Viejo o a Jana de La Promesa.
Estas dos mujeres, tan distintas pero igualmente inolvidables, se convirtieron en el corazón de sus respectivas series. Pepa, con su rebeldía y pasión indomable, murió en los brazos de Tristán justo después de dar a luz. El espectador vivió esa escena como un puñetazo emocional: la llegada de la vida y la muerte en el mismo instante. Fue un adiós inesperado, desgarrador, que transformó por completo la trama de Puente Viejo y el destino de todos sus personajes.
Años más tarde, La Promesa viviría su propio terremoto narrativo con la muerte de Jana Expósito, el personaje interpretado con intensidad por Ana Garcés. Desde su primer episodio, Jana fue el eje de la historia, la mirada que conectaba al público con los secretos, las injusticias y los peligros del palacio de los Luján. Su final fue tan trágico como inesperado. Un disparo, sí. Pero también un envenenamiento. Un crimen cuidadosamente orquestado del que aún no se conoce toda la verdad.
Y ese es quizás el mayor dolor de su pérdida: que su muerte no tiene un cierre. Sigue abierta. Es una herida en la narrativa de La Promesa, una herida que sangra cada vez que Curro recuerda a su hermana, que Manuel se sumerge en la oscuridad del hangar o que Cruz observa en silencio los frutos de su conspiración. Los fans, mientras tanto, siguen buscando pistas, rastros, una confesión, algo que les devuelva la justicia que Jana merecía.
Pero estas no han sido las únicas muertes que paralizaron el corazón de los espectadores. En Cuéntame cómo pasó, tras más de una década de emisión, la muerte de Miguel Alcántara —justo después de haber recuperado a su hija— fue un mazazo emocional. Ver a Antonio Alcántara perder a su hermano fue también ver morir una parte del alma de la serie.
En Amar es para siempre, la trágica muerte de Marisol se presentó como una sobredosis, pero se reveló como un asesinato. La escena en la que Manolita debe reconocer su cuerpo dejó a muchos sin aliento. Fue una muerte que no solo causó dolor, sino también rabia, injusticia, necesidad de respuestas.
Más recientemente, en Sueños de libertad, la desaparición de uno de sus antagonistas más intensos, Jesús, también marcó un antes y un después. Su muerte, durante un forcejeo con Digna, dejó muchos cabos sueltos y nuevas amenazas en el aire. Aunque fue un villano, su partida no cerró conflictos, sino que los multiplicó.
Y si volvemos a La Promesa, hay otro nombre que no puede faltar: Eugenia, la madre adoptiva de Curro. Su final, de pie en lo alto de una torre con el hijo de Catalina en brazos, fue uno de los momentos más intensos de la serie. Aunque Curro logró salvar al bebé, Eugenia se precipitó al vacío, víctima no solo de su fragilidad mental, sino también del daño causado por Leocadia y Lorenzo. Su muerte, un aparente suicidio, destapó la culpa silenciosa de los verdaderos responsables.
¿Qué tienen en común todas estas muertes? Que no son simples giros narrativos. Son momentos que redefinen la historia. Son fracturas emocionales que rompen la continuidad de las tramas y obligan a los personajes —y a los espectadores— a reconstruirse.
Ver morir a un personaje al que amas no es solo perderlo. Es perder una parte del mundo que compartías con él. Un lugar donde sus palabras, sus gestos, sus decisiones, te hacían sentir algo.
Y ese es el poder de la ficción: que nos importa. Que duele. Que recordamos.
¿Cuál de estas muertes te impactó más? ¿Y cuál crees que fue realmente necesaria para la historia?