El capítulo de hoy de Sueños de libertad llega cargado de tensión, reproches y una conversación que puede cambiarlo todo. En el corazón del conflicto, Begoña decide enfrentarse a María en un intento desesperado por impedir que cometa lo que podría ser el error más grande de su vida: vender las acciones de Julia a don Pedro Carpena. Lo que empieza como un cruce de palabras termina convirtiéndose en un duelo emocional sin tregua, donde ambas mujeres se enfrentan no solo por el legado de Julia, sino por su propia dignidad, poder y futuro.
La historia comienza en un rincón tranquilo de la casa: la cocina. Raúl está sumido en sus pensamientos, tomando apuntes, cuando escucha pasos. Cree que es Teresa y le lanza una pregunta trivial sobre el Zaragoza, pero la respuesta lo descoloca: es María, quien llega sonriente y llena de un optimismo que desborda el ambiente. Bromean, coquetean, y ella incluso le propone volver a practicar con el coche. Hay una complicidad evidente entre ambos, pero el momento íntimo se rompe abruptamente con la aparición de Begoña.
Su entrada es sutil, pero su presencia es como un cuchillo: tensa, imponente, cargada de intenciones ocultas. Raúl, incómodo, se retira tras ofrecerse cortésmente a llevarla a algún lugar, pero Begoña lo descarta con una excusa simple: solo quiere un vaso de agua. Una vez a solas con María, no pierde el tiempo. Su tono es directo, inquisitivo: quiere saber cómo fue la reunión con los Merino. María guarda silencio, pero la presión de Begoña la obliga a hablar. Con frialdad, admite que los Merino le hicieron una oferta… pero no fue lo que esperaba. Decepcionada, anuncia su decisión de aceptar la propuesta de Carpena.
La respuesta de Begoña no tarda. Su tono, aunque contenido, está lleno de juicio. Acusa a María de creerse la única guardiana de la voluntad de Jesús. Pero María, segura de sí misma, responde sin dudar: sí, se siente la portadora de esa voluntad. Y no lo dice como una reflexión, lo dice como un hecho. La conversación sube de tono rápidamente. María recuerda cómo Jesús vendió parte de las acciones de Andrés sin vacilar, y cómo ahora esas acciones están en sus manos. El mensaje es claro: ella está en el control.
Pero Begoña no está dispuesta a dejar que las cosas terminen ahí. Con una mirada afilada, cargada de decepción, se aproxima un poco más y lanza su artillería más poderosa: le dice a María que el poder le sienta bien, pero que está jugando con fuego. Le advierte que, si vende la parte de Julia, nadie se lo agradecerá. Al contrario: se convertirá en una paria. María intenta mostrarse impasible, pero algo en sus ojos empieza a cambiar.
El orgullo de María es una muralla sólida, pero las palabras de Begoña comienzan a hacer mella. Cuando le pregunta si realmente cree que Andrés seguirá viéndola de la misma forma tras vender las acciones, María intenta escudarse en el matrimonio: “Andrés y yo estamos casados”. La respuesta de Begoña es una carcajada amarga que lo dice todo. “¿Y eso te basta?”, pregunta, con una mezcla de tristeza y furia. La deja helada al decirle que ni el papel del matrimonio la protegerá del aislamiento y el desprecio que vendrán si da ese paso.
Lo que sigue es un momento devastador. Begoña le dice sin rodeos que si vende, se quedará sola. Que nadie la perdonará. Que su acto será visto como una traición, una afrenta no solo al legado de Julia, sino a toda la familia. María intenta mantenerse firme, pero ya no puede ocultar la grieta que se abre en su interior. Su mirada, antes altiva, ahora se nubla de dudas. Ya no responde. Solo respira con dificultad, tragando el veneno que le han dejado las palabras de Begoña.
Y entonces, como quien sabe que ha cumplido su deber, Begoña se marcha. Sus pasos resuenan en el pasillo, dejándola sola, enfrentada a su propia conciencia. El silencio que queda es espeso, ensordecedor. María queda inmóvil, atrapada en sus pensamientos. Las palabras de Begoña no solo le dolieron: le sembraron el miedo.
Porque ahora, por primera vez, María se enfrenta a una pregunta para la que no tiene respuesta: ¿vale la pena perderlo todo por este acto de poder? ¿Está dispuesta a sacrificar el respeto de los suyos, su lugar en la familia, su relación con Andrés, solo por tener el control? ¿O hay una parte de ella que aún desea redimirse?
La ambición ha sido un motor poderoso para María, pero también un monstruo hambriento que amenaza con devorarla. En este capítulo de Sueños de libertad, no solo vemos un enfrentamiento entre dos mujeres fuertes, sino una reflexión profunda sobre el precio del poder, la lealtad y la soledad.
¿Dará María marcha atrás? ¿Podrá encontrar una forma de usar ese poder para unir en lugar de dividir? ¿O ya es demasiado tarde y su destino está sellado?
Solo el tiempo lo dirá… pero lo cierto es que, tras este cara a cara, nada volverá a ser igual.
Déjanos en los comentarios tu opinión: ¿María recapacitará? ¿O seguirá adelante con su decisión, cueste lo que cueste? En Sueños de libertad, los lazos familiares pueden ser una salvación… o una condena. Y este capítulo nos ha dejado al borde del abismo.