En el esperado episodio 297 de Sueños de libertad, los hilos del pasado, los secretos del presente y las estrategias del poder se entrelazan para desencadenar una tormenta emocional y corporativa. En el corazón de esta nueva entrega, el conflicto entre la lealtad familiar, la justicia y la supervivencia moral cobra una intensidad demoledora.
El capítulo arranca con una jugada arriesgada: Andrés, decidido a cumplir con su papel dentro de la empresa, lleva al detective Amador Rojas al despacho de don Pedro con la intención de proponerlo como nuevo asesor de seguridad laboral en Perfumerías de la Reina. Aunque don Pedro admira el expediente de Rojas, rechaza de inmediato la posibilidad de contratarlo, alegando que no hay presupuesto disponible para ese departamento. Andrés, sin embargo, no se achanta y sugiere que al ser un gasto puntual como consultor externo, valdría la pena considerarlo. Su tono firme, sin perder el respeto, deja claro que está dispuesto a luchar por lo que considera necesario.
Pero don Pedro no se deja manipular fácilmente. Con gesto serio, pide al detective que los deje a solas y se enfrenta a Andrés, acusándolo de intentar forzar una decisión. “¿Por qué a los de la Reina os cuesta tanto aceptar que ya no dirigís la empresa?”, le espeta con dureza. Andrés, con honestidad y convicción, responde que solo ha querido actuar en beneficio de todos, y que si la asesoría de Rojas logra evitar accidentes, cada peseta invertida será un acierto.
Don Pedro, tras meditar brevemente, accede: permite que Rojas entre nuevamente y lo recibe con cortesía, dándole la bienvenida formal a la empresa. La jugada de Andrés ha surtido efecto… por ahora.
Afuera del despacho, la conversación toma otro matiz. El detective Rojas, ávido de información, pregunta por la hermana de Carpena. Andrés le confiesa que es su mano derecha y que existe una dependencia innegable entre ambos. Ella incluso dejó su vida en Talavera para seguir a su hermano a Toledo. Viven juntos, trabajan juntos… ¿lo sabrá todo de él? El detective toma nota mental de cada palabra.
La conversación deriva hacia Irene, y aunque Andrés dice conocerla poco, le parece una buena persona. En ese momento, llega Tasio, a quien Andrés presenta a Rojas como el nuevo asesor de seguridad. Tasio, con tono amable pero medido, se suma a la charla mientras Andrés se retira. Así comienza la inspección real en la fábrica: Rojas empieza a recopilar datos, observar, hacer preguntas. La lupa se posa sobre los puntos más débiles del imperio perfumero.
En paralelo, otro enfrentamiento toma cuerpo, uno mucho más íntimo y doloroso. Luis, debilitado físicamente pero con la mente encendida por la tensión, decide enfrentarse a Damián. Ha descubierto que su tío ya sabe la verdad sobre Luz, y está decidido a que no la juzgue ni la condene. Al llegar a su despacho, interrumpe cualquier protocolo y va directo al grano: “Sé que sabe su secreto, y no voy a permitir que la tache de estafadora”, lanza sin rodeos.
Damián intenta calmarlo, pero Luis no lo permite. Está herido, desesperado, y cada palabra suya es un grito de auxilio disfrazado de reproche. Defiende a Luz con uñas y dientes, recordando su dura historia: abandonada, criada como sirvienta, descubierta por el doctor Borrel, y convertida en una médica clandestina por talento, no por títulos. “No sé qué haría si la perdiera”, confiesa con la voz quebrada.
La tensión se dispara cuando Damián, al borde del hartazgo, señala el riesgo legal que implica encubrir a Luz. Luis, ya al límite, se tambalea, se marea, pero no cede. En un último intento por proteger a su esposa, lanza una oferta inesperada y poderosa: le entrega sus acciones de la empresa a Damián. “Mis acciones son suyas, puede usarlas como le convenga. Eso es lo que me pidió Jesús, y tarde o temprano usted me pedirá lo mismo”, suelta con brutal sinceridad.
La reacción de Damián es furibunda. Se siente insultado, degradado, y rechaza de plano la propuesta. “Que Jesús te haya chantajeado no significa que yo vaya a hacer lo mismo. ¿Por quién me has tomado?”, exclama indignado. El rechazo es tan frío como tajante. Luis intenta disculparse, pero ya es tarde: ha cruzado una línea.
Más tarde, el foco se traslada nuevamente a la fábrica. Marta llega al despacho de su padre mientras él conversa con Rojas. Finge cortesía al reconocer al detective, pero al quedarse a solas con Damián, su actitud cambia. Ha descubierto la verdad: Rojas es el mismo detective que trabajó para Jesús. La indignación de Marta es evidente. “¿Un espía en la empresa, padre?”, lanza con rabia contenida.
Damián trata de apaciguarla explicando que se trata de una estrategia necesaria y que el detective ha destapado irregularidades del pasado relacionadas con Carpena. Pero Marta no compra su discurso. No es cuestión de eficacia, sino de principios. Le exige que lo despida de inmediato. Damián, sin alterarse, responde que no lo hará. “Cuando termine su trabajo, se irá”, zanja con firmeza.
Marta, dolida, lanza la estocada más profunda: “Toda la vida criticando a Jesús por su falta de ética, pero está claro que no puede haber aprendiz sin maestro”. Su voz, al borde del llanto, refleja la decepción más amarga: no solo por lo que su padre ha hecho, sino por en quién se ha convertido.
Este capítulo de Sueños de libertad deja al descubierto las grietas que resquebrajan los vínculos familiares, los valores que se desdibujan ante el poder, y la lucha incansable por proteger a los que se ama, incluso si eso implica traicionar lo que uno ha sido. Luis ha puesto sobre la mesa el bien más valioso que le queda: sus acciones. Damián, firme, se niega a comprar ese silencio. Pero la tensión no ha hecho más que comenzar. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar para mantener la verdad enterrada?
El próximo capítulo promete ser aún más explosivo. Y tú… ¿de qué lado estás?