“Lo único que le pido es que no vuelva a acercarse a mi hija…”
Y con esas palabras, el mundo de Irene se hizo trizas.

Todo comienza con una visita inesperada y furiosa. Ana Gil de Pozas, la madre adoptiva de Cristina, irrumpe en la oficina de Irene, con una sola misión: impedir que esa mujer vuelva a acercarse a su hija. Lo que sigue es una escena cargada de reproches, viejas heridas, secretos revelados y verdades que hieren más que cualquier mentira.

Irene, entre lágrimas contenidas, se defiende. Revela que es la madre biológica de Cristina. Narra cómo dio a luz en el convento el 4 de mayo de 1931, y cómo la búsqueda del destino le trajo finalmente a ella. Pero Ana no quiere escuchar. A sus ojos, Irene es una amenaza, una presencia que solo ha sembrado dolor. Con una frialdad implacable, le exige que desaparezca de sus vidas.

Ese rechazo marca el inicio de un espiral emocional que destroza a Irene. Afuera de la casa de los Carpena, la encuentran Pedro y Digna. “La he perdido para siempre,” confiesa, rota por dentro. Pedro, implacable, le recrimina su decisión de contar la verdad. “¿Qué pensabas? ¿Que te abrazaría y te llamaría madre?” El juicio de Pedro duele más que la ausencia de Cristina. Solo Digna intenta consolarla, aunque ni ella puede apagar el miedo que invade a Irene: “¿Y si me odia, Digna?”

Mientras tanto, Cristina, atrapada entre dos mundos, reacciona con furia y confusión. A Pedro le deja claro: todo en su vida era una mentira menos su trabajo. La traición que siente es tan profunda que ni siquiera las explicaciones de Pedro —quien le buscó una familia adoptiva cristiana— logran calmarla. Para Cristina, sus verdaderos padres son Francisco Ricarte y Ana. Nadie más. La puerta está cerrada.

En paralelo, la trama de Marta se oscurece aún más. Tras abandonar a Pelayo en medio del viaje a Londres, él busca respuestas en Damián. Lo culpa de haber sembrado dudas en la cabeza de su hija. Pero Damián, ahora alejado del sueño de ser gobernador civil, se plantea usar un arma peligrosa: el embarazo. Decide presionar emocionalmente a Marta para que continúe con el tratamiento.

La conversación entre padre e hija es una danza entre lo tierno y lo manipulador. Damián le habla del columpio que construyó, de los años que le quedan de vida, del deseo de ver a ese niño crecer. Pero Marta no cede. “Si decido ser madre, será por amor. No por política ni por últimas voluntades.” Su voz es firme, pero su corazón late entre dudas.

En medio de este caos emocional, Irene toma una decisión dolorosa: alejarse también de Damián. Aunque sigue sintiendo lo mismo por él, no tiene fuerzas para amar cuando está perdiendo a su hija. Damián acepta con ternura, sabiendo que el dolor de Irene es más fuerte que cualquier deseo.

El capítulo se cierra con un silencio denso, lleno de heridas que tardarán en sanar. Irene llora, Cristina se encierra, Marta resiste, y Damián maquina en la sombra. Cada personaje avanza en su camino, pero todos, sin excepción, han perdido algo esta semana.

¿Puede una verdad liberarte… o solo abrir una herida imposible de cerrar?