En el capítulo más reciente de Sueños de libertad, el destino vuelve a jugarle una mala pasada a Andrés, quien, después de meses de lucha interna, oraciones silenciosas y esperanzas casi extintas, recibe una noticia devastadora que lo deja en shock: el Tribunal Eclesiástico de Toledo ha denegado oficialmente su solicitud de nulidad matrimonial. Y con ello, su deseo de liberarse del vínculo con María se ve frustrado de la manera más cruel.

Todo comienza en una escena aparentemente inofensiva, marcada por el entusiasmo cotidiano. María irrumpe en la estancia con una sonrisa triunfal, mostrándole a Andrés unos zapatos nuevos que ha comprado para Julia, emocionada por la función escolar que se avecina. “Le van a encantar”, dice con una calidez que busca colarse en la armadura emocional de Andrés. Pero él, visiblemente perturbado, no puede evitar mostrar su incomodidad. “No sabía dónde estabas… Has tardado mucho”, le lanza con cierta frialdad. En ese instante entra otro personaje que rompe por completo la atmósfera: es un empleado que le entrega un sobre con aire solemne. “Es de su abogado. Me dijo que era importante”.

Andrés abre el sobre con manos temblorosas. Sabe perfectamente lo que hay dentro, pero se aferra a una última chispa de esperanza. El remitente no deja lugar a dudas: Tribunal Eclesiástico de Toledo. El silencio se apodera del ambiente mientras la música subraya el peso del momento. María, sin apartar la vista de él, pregunta con suavidad: “¿No la vas a abrir?”. Andrés finalmente lo hace, rompiendo el sello con la ansiedad golpeándole el pecho.

Lee en voz baja. Luego, con un suspiro que lo vacía por dentro, pronuncia la sentencia: “La han rechazado. Han rechazado la demanda de nulidad”.

Su rostro se desencaja. No es solo frustración; es desolación. “Tiene que haber un error”, balbucea. Pero María no muestra sorpresa. Muy por el contrario, parece haberlo anticipado todo. Con una serenidad inquietante, le responde: “No, Andrés… es lo justo. Lo que ha unido Dios no lo puede separar el hombre”.

La tensión crece cuando María remata con palabras que resuenan como cuchillas: “Estamos casados por la Iglesia. Tenemos que estar juntos hasta que la muerte nos separe. Así lo ha decidido el tribunal… Gracias a Dios”.

Andrés se queda paralizado. La mujer a la que ya no ama, la misma con la que había soñado romper sus cadenas legales, le recuerda con gozo que nada ni nadie podrá deshacer ese lazo sagrado. María lo mira con una mezcla de desafío y triunfo. Lo siente suyo. No por amor, sino por imposición. “Romper ese juramento sería pecado”, afirma con convicción fanática. Andrés cierra los ojos un momento, como si quisiera despertar de una pesadilla que lleva demasiado tiempo viviendo.

Pero la sentencia del tribunal no solo implica la permanencia del matrimonio en los registros eclesiásticos. Cambia también el destino de Julia. “Aunque no tengamos nulidad, eso no va a cambiar nada”, intenta decir Andrés, buscando consuelo. Pero María le arrebata esa ilusión al instante: “No, Andrés. Eso lo cambia todo”.

María le deja claro que ahora seguirán siendo los tutores legales de Julia. A los ojos del mundo, siguen siendo sus padres. Y, con eso, viene la frase que sella su poder sobre él: “Y a mí… a mí nadie me va a echar de esta casa. Nadie”.

El golpe es tan fuerte que a Andrés le cuesta respirar. Lo que parecía una luz al final del túnel se apaga de golpe. Ha quedado atrapado en un matrimonio que no desea, con una mujer que usa las leyes divinas como grilletes, y con una niña —Julia— en el centro de un drama que amenaza con consumirlos a todos.

A lo lejos, María se aleja con paso firme, con la tranquilidad de quien sabe que el sistema ha fallado a su favor. Pero Andrés… Andrés se queda solo, hundido en su propio abismo. La nulidad era su única esperanza para empezar de nuevo, para acercarse a Begoña sin el peso del pecado ni el juicio de la sociedad. Pero esa posibilidad ha muerto con la sentencia del tribunal.

Lo que viene ahora es incierto. ¿Podrá Andrés convivir bajo el mismo techo con María sin que la tensión los destruya? ¿Cómo afectará esta situación a su relación con Julia, con Begoña, con él mismo? ¿Aceptará este destino o buscará una nueva forma de rebelarse?

La vida en la casa de los De la Reina nunca ha sido tranquila, pero este nuevo giro lo complica todo aún más. Lo que parecía una historia de redención y segunda oportunidad se transforma en un callejón sin salida, donde la fe, la ley y el amor se entrecruzan con consecuencias desgarradoras.

El destino de Andrés queda sellado, por ahora, en un papel con sello eclesiástico… pero el corazón humano nunca deja de buscar la libertad. Y en Sueños de libertad, eso siempre tiene un precio.

¿Podrá Andrés soportar la carga de este matrimonio impuesto? ¿Logrará María retenerlo con el lazo del deber, o se convertirá esta victoria en el principio de su propia caída? No te pierdas lo que viene. Lo mejor —o lo peor— está por llegar.