El horizonte de La Promesa se tiñe de incertidumbre y tensión mientras dos figuras queridas por los espectadores podrían estar viviendo sus últimos días en la historia: Adriano y Samuel. ¿Estaremos ante una doble despedida? ¿Se acerca el momento de decir adiós a dos corazones nobles atrapados en el torbellino de las intrigas del palacio de los Luján?
La tensión se palpita desde los cimientos del servicio hasta lo más alto de la nobleza. Empecemos por Samuel, el cura cuya historia personal ha dado un giro tan inesperado como emotivo. El obispado le ha enviado una nueva carta, y esta vez el contenido es demoledor: excomunión. El impacto no tarda en dejar secuelas. María Fernández, su gran confidente, descubre la verdad cuando Samuel, en un gesto de honestidad agotada, decide enseñarle la carta en vez de ocultarla, sabiendo que ella acabaría por descubrirla igualmente.
Este acto, lejos de alejarla, parece unirlos aún más. Samuel, que abandonó su linaje noble para servir como sacerdote, ahora se encuentra a las puertas de la expulsión eclesiástica. Y lo que podría verse como una tragedia, para algunos es el comienzo de una historia de amor sin trabas: ¿acaso la caída de Samuel como cura será el inicio de su vida con María como hombre libre?
No es un detalle menor recordar que Samuel es hijo de una familia aristocrática con apellido alemán —aunque ni él ni María lo mencionen con frecuencia— y este linaje ahora se convierte en una promesa de futuro para ambos. ¿Veremos a María Fernández convertida en duquesa, en esposa de un noble desterrado del clero? Algunos ya lo visualizan: ella caminando por los pasillos del palacio con la dignidad de quien ha amado desde la sencillez y ha sido recompensada con un destino inesperado. De ser así, el sacrificio de Samuel no sería en vano.
Pero mientras el amor florece en la zona de servicio, una amenaza mortal se cierne sobre la nobleza, y el nombre que está en el ojo del huracán es el de Adriano.
Fiel esposo de Catalina, Adriano ha demostrado tener el coraje de enfrentarse a los poderosos sin temblar. Su último enfrentamiento con don Lisandro, el duque de Carvajal y Fuentes, fue un auténtico choque de titanes. El duque, molesto por la actitud insolente de Adriano, no tardó en mover hilos: presionó al marqués de Luján para que obligara al joven a disculparse, y para colmo, también quiere ser el padrino de los hijos de Adriano y Catalina.
Detrás de esta maniobra se esconde Leocadia, la gran titiritera del palacio, que maneja al marqués con sus encantos y manipulaciones. Y sí, el marqués —cada día más sometido a sus caprichos— accede sin rechistar, exigiendo que Adriano se doblegue.
Pero, ¿lo hará? ¿Cederá Adriano su dignidad por la paz familiar? Muchos creen que sí, que su sentido del honor lo llevará a disculparse si eso evita un escándalo. Sin embargo, hay un detalle que lo cambia todo: Adriano guarda información muy peligrosa sobre el pasado oscuro del duque Lisandro, relacionada con el Conde de Monteverde, su antiguo patrón. Y cuando don Lisandro intenta amedrentarlo, Adriano responde con una frase que hiela la sangre: “Quizás sea usted quien se arrepienta por meterse donde no le llaman.”
Esa advertencia no es casual. ¿Planea Adriano utilizar esa información para hacer caer al duque? ¿Será esta su arma secreta? De ser así, estaría firmando su sentencia de muerte, porque en La Promesa, cuando un personaje amenaza el poder establecido, suele pagar un precio altísimo.
Y es aquí donde se enciende la verdadera alarma. Se aproxima el bautizo de Rafaela y Andrés, y el evento, lejos de ser una ceremonia pacífica, podría convertirse en un baño de sangre. Las tensiones acumuladas, las venganzas reprimidas y, sobre todo, la presencia de doña Eugenia, en un estado de desequilibrio mental alarmante, podrían detonar una tragedia.
Ya circulan rumores de que Eugenia desatará un ataque de locura durante el bautizo, incluso disparando un arma. En medio del caos, alguien puede salir gravemente herido. Y muchos apuntan a Adriano como la víctima más probable. Su carácter impulsivo, su amor por Catalina y su instinto protector hacia sus hijos podrían llevarlo a interponerse en el camino del disparo. Y si eso ocurriera… estaríamos ante una despedida heroica y desgarradora.
¿Se atreverán los guionistas a escribir ese final para Adriano? No sería la primera vez que La Promesa elimina a un personaje querido justo cuando parece más imprescindible. Y de ocurrir, el vacío que dejaría sería incalculable.
La serie, en estos momentos, camina por la cuerda floja emocional de los espectadores. Samuel, con un pie fuera de la Iglesia, podría iniciar una vida nueva junto a María. Y Adriano, cuya valentía se convierte en su mayor virtud y su mayor peligro, podría estar a punto de sacrificarlo todo… incluso su vida.
Así que la gran pregunta es doble:
¿Adiós a Samuel? ¿Adiós a Adriano?
Solo los próximos capítulos nos revelarán el destino de estos dos hombres marcados por la nobleza, la fe y el amor. Pero una cosa está clara: La Promesa no teme a las tragedias, y cuando las emociones se desbordan, el guion no da marcha atrás.
¿Estás preparado para lo que viene? Porque el bautizo sangriento se acerca… y nada volverá a ser igual.