RÓMULO NO SE DESPIDIÓ SIN SABER DE ELLA || Crónicas de #LaPromesa #series

El silencio con el que Rómulo Baeza abandonó La Promesa escondía un secreto que ahora, al fin, sale a la luz: el mayordomo no se marchó sin despedirse… al menos, no de todos. El mismo día de su adiós, cuando las maletas ya estaban cargadas y el corazón lleno de recuerdos, una carta llegó a su nuevo refugio en Zahara de los Atunes. El remitente: Leonor.

Desde Nueva York, la joven le escribió unas líneas que cambiarían el rumbo emocional de Rómulo. Aquella carta, inesperada y cargada de emoción, venía firmada con la nostalgia de alguien que, aunque vive lejos, aún guarda en su alma los pasillos, las confidencias y las complicidades que solo se compartían en La Promesa.

Leonor, que hoy vive junto a Mauro en la vibrante Gran Manzana, confesaba en esa carta cuánto extraña al hombre que fue su brújula en tiempos oscuros. Rómulo no era solo el mayordomo, sino también el guardián de los secretos, el que siempre estaba en el lugar justo, con la palabra precisa y el silencio necesario. En su carta, Leonor le agradece por haber sido su guía y su refugio cuando todo en su mundo parecía derrumbarse.

Rómulo, ya instalado en la tranquila Zahara junto a su adorada Emilia, no abrió la carta de inmediato. Esperó. Como si supiera que en su interior había algo más que palabras. Cuando finalmente la abrió, lo hizo con la reverencia con la que se abren los recuerdos más íntimos. Y lo que leyó, lo anotó con pulso tembloroso en su diario personal, ese que ahora —en exclusiva— comienza a revelar sus páginas ocultas.

La carta estaba llena de sinceridad. Leonor le contaba cómo era su nueva vida: los retos, las luces, las ausencias. Hablaba de Mauro, del esfuerzo por encajar en un mundo tan diferente, y de cómo cada día recuerda a quienes dejaron huella en su corazón. Pero entre sus líneas, una confesión brillaba con especial intensidad: Leonor nunca olvidó a Rómulo. Nunca olvidó cómo la cuidó, cómo la comprendió, y cómo, en los momentos más duros, él fue el único que supo ver más allá de sus gestos y silencios.

Y fue en esa misma carta donde Leonor reveló algo que el propio Rómulo jamás imaginó: antes de marcharse, ella había escrito otra carta. Una que nunca entregó. Era para Jana. En ella, decía haber descubierto un secreto que involucraba al padre de la joven, un secreto que afectaba profundamente la historia de la familia. Pero no se atrevió a enviarla. “Algunas verdades,” escribió Leonor, “pueden hacer más daño que el silencio.”Uploaded image

Esa revelación sacudió a Rómulo. Porque él también conocía esa verdad. Porque él también la había guardado durante años bajo llave, por lealtad, por prudencia… o tal vez, por amor. Al leer las palabras de Leonor, comprendió que, aunque el tiempo y la distancia los separasen, ambos seguían compartiendo ese pacto silencioso. Un secreto que los une más allá de cualquier carta o despedida.

En su diario, Rómulo escribió:

“Hoy he comprendido que no todos los hilos se rompen con el tiempo. Algunos se vuelven invisibles, pero siguen atándonos al alma de quienes realmente nos conocieron. Leonor no se ha ido del todo. Y yo, aunque jubilado, aún soy el mayordomo de una historia que no ha terminado.”

La carta se convirtió en una reliquia. Una memoria viva. Y Rómulo la guardó con delicadeza entre las páginas más profundas de su cuaderno de memorias, junto a flores secas del jardín de doña Pía, servilletas con notas antiguas de Lope, y dibujos de Pía pequeña. Porque para él, La Promesa no era solo un lugar… era una vida entera.

Este es solo el comienzo de lo que Rómulo dejó registrado en su diario. Un diario que, poco a poco, empieza a hablar. Que empieza a revelar secretos, emociones no dichas y escenas jamás vistas entre los muros de esa casa llena de historias silenciadas.

¿Qué habrá escrito sobre Jana? ¿Sobre Lope? ¿Y sobre la enigmática doña Cruz?

Lo cierto es que Rómulo no se despidió sin saber de ella. Y gracias a esa carta, a su puño firme y su alma noble, hoy seguimos desenterrando las raíces más profundas de La Promesa.

Porque las cartas pueden cruzar océanos, pero también pueden reabrir capítulos que creíamos cerrados.

Y tú… ¿te atreves a seguir leyendo el diario de Rómulo?


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