Un homenaje envenenado, una propuesta seductora… y un hermano dividido entre el corazón y el negocio.

El capítulo 346 de Sueños de libertad se adentra en una conversación cargada de tensión, ambición y heridas familiares no sanadas. En el centro de todo: Luis, atrapado entre el deseo de honrar el legado de su padre y la presión empresarial de su primo Pedro. Lo que comienza como una charla aparentemente diplomática, pronto se convierte en una confrontación emocional que redefine lealtades y abre grietas profundas.

Luis, con mirada honesta y voz temblorosa, lanza una declaración que marcará el tono de toda la conversación: “No quiero competir con el legado de mi padre, y no por miedo, como dice mi tío Damián.” Sus palabras no solo desnudan su verdad, sino que revelan la enorme carga emocional que supone para él ese apellido, esa historia, ese peso.

Pedro, siempre pragmático, desvía rápidamente la charla hacia su verdadera intención: convencer a Luis de crear una nueva fragancia para conmemorar el aniversario de la famosa “Banda Merino”, el símbolo más emblemático del difunto don Gerbacio. Sin rodeos, le revela que su choque con Damián tiene que ver justamente con esto: Damián ha prohibido el lanzamiento de dicha fragancia, considerándolo un atropello al respeto y la memoria familiar. Luis, sorprendentemente, apoya esa postura, dejando clara su visión: la emoción por encima del comercio, el alma por encima del beneficio.

Esa respuesta no solo descoloca a Pedro, sino que también le obliga a cambiar de táctica. Con esa habilidad suya para disfrazar la estrategia de sensibilidad, intenta suavizar su postura. “No se trata de explotar el legado… sino de honrarlo”, dice. Insiste en que la fragancia no sería un producto más, sino una obra hecha con respeto y emoción, una ofrenda que celebre lo que su padre representó.

Y aquí es donde Pedro despliega toda su capacidad de manipulación emocional. Le propone a Luis ser el creador exclusivo de esa fragancia, el único con voz y voto en su composición, lanzamiento y diseño. “Tú eres el único que puede hacerlo”, le dice. “Tú tienes el alma de papá en las manos… y en la nariz.” Lo halaga, lo envuelve, y cuando ve que Luis sigue dudando, lanza su jugada maestra: le ofrece todo el tiempo que necesite. Si un mes no es suficiente, retrasarán la conmemoración. Si necesita libertad total, la tendrá. Si quiere evitar presiones, Pedro se encargará de contener a todos.

Pero Luis, aunque visiblemente emocionado, no se deja seducir del todo. Reitera su temor no al fracaso, sino a traicionar con su trabajo algo que para él es sagrado. No quiere que la memoria de su padre se convierta en mercancía, ni tampoco que sus emociones sean utilizadas para fines comerciales.

Y sin embargo, algo cambia en su rostro. Tal vez por la forma en que Pedro le habla. Tal vez porque, en el fondo, sí extraña el laboratorio, la mezcla de aromas, el silencio de la creación. Tal vez porque siente que, si alguien ha de tocar ese legado, debe ser él y no otro. Quizás, porque también tiene algo que demostrar: no por ambición… sino por amor.

Pedro, por su parte, percibe ese quiebre. Sabe que ha plantado la semilla. Le promete que protegerá esa fragancia como si fuera la última obra de don Gerbacio. Le asegura que nadie más pondrá una mano sobre ella. “Tú mandas, Luis. Esta vez, tú decides.” La escena concluye con una pausa densa, un silencio que no necesita palabras. Luis no da un sí ni un no. Pero su rostro revela una tormenta interna que ya ha comenzado a tomar forma.

Este episodio de Sueños de libertad es mucho más que una conversación sobre negocios. Es un espejo que refleja el dolor silencioso de un hijo que no ha terminado de hacer las paces con su padre ausente. Un hijo que no quiere competir con el recuerdo… pero que quizás necesita crear algo para sanar la herida.

Mientras tanto, en un segundo plano, la preocupación por Begoña queda completamente desplazada. La charla sobre la fragancia deja claro que la familia Merino está dividida entre la pasión, la memoria y el poder. La tensión entre Pedro y Damián solo es el reflejo de una guerra más profunda: la de dos formas de entender el pasado. Y en medio de esa batalla, Luis se convierte en el punto de equilibrio… o en la chispa que puede desatar una explosión.

¿Qué decidirá Luis? ¿Aceptará la propuesta de Pedro y se arriesgará a tocar la herencia emocional de su padre? ¿O se mantendrá firme en su rechazo, aun sabiendo que su silencio puede ser interpretado como miedo, debilidad o traición?

Una cosa está clara: Pedro no se rendirá fácilmente. Y Luis, aunque lo niegue, ya ha empezado a caminar por el sendero que tanto temía recorrer.

“No quiero competir con el legado de mi padre”… pero a veces, para honrar a quien amamos, es necesario enfrentarse incluso a su sombra.