Fina entra al despacho de Marta con paso sereno, pero la mirada baja. La conversación del otro día, en la que discutieron sobre la posibilidad de tener un hijo con Pelayo, sigue pesando en su conciencia. Por eso está allí, para disculparse. No quiere que sus palabras, nacidas de un lugar de dolor e impotencia, hieran a quien tanto quiere. Marta la escucha, con la misma serenidad con la que sostiene todo últimamente, pero con una ternura renovada.
El ambiente cambia cuando Fina repara en una vieja fotografía enmarcada: el bautizo de Marta. Ambas se sumergen entonces en una conversación íntima y melancólica, donde el recuerdo de sus madres les devuelve una calidez que creían haber perdido. Entre risas suaves y memorias dulces, aparece una fantasía inesperada: ¿y si fueran madres juntas? No como una realidad inmediata, sino como un sueño compartido, uno que durante años permaneció oculto en el rincón más profundo del corazón de Fina.
Pero lo que Marta confiesa a continuación lo cambia todo.
Fina, aún emocionada, le deja entrever que si las circunstancias fueran otras… sí, le encantaría tener un hijo con ella. Y ahí es cuando Marta, con voz suave pero firme, revela el plan que Pelayo le ha propuesto: tener un hijo… entre los tres. No como una familia convencional, ni siquiera como un acto de amor libre, sino como una fórmula para proteger la imagen pública de su matrimonio. Pelayo quiere incluir a Fina en la ecuación.
El silencio que se instala entre ellas es espeso, casi irrespirable. Fina no sabe qué decir. Lo que acaba de escuchar supera cualquier expectativa, cualquier fantasía secreta. No es solo una propuesta extraña. Es una ruptura con lo que ella había imaginado, una realidad tan compleja como dolorosa.
Por un momento, Fina se queda sin palabras. Su rostro, que segundos antes estaba iluminado por el recuerdo de una infancia inocente, ahora se ensombrece con dudas. ¿Qué significa esta propuesta realmente? ¿Es un gesto de inclusión o una forma de manipulación? ¿De verdad Pelayo quiere un hijo… o solo quiere mantener intacta una fachada que ya empieza a resquebrajarse?
Marta, en cambio, no parece segura tampoco. Hay en su voz una mezcla de cansancio, resignación y afecto. Lo dice como quien carga con una decisión que no le pertenece por completo. Lo que para Fina era un sueño puro, íntimo, ahora parece contaminarse de intereses externos.
El episodio deja entrever el abismo que existe entre lo que se desea y lo que se puede tener. El vínculo entre Fina y Marta, tan genuino, tan fuerte, entra en una zona ambigua, donde el amor se mezcla con el dolor, la esperanza con la incertidumbre.
Una cosa es clara: nada volverá a ser igual después de esta conversación.
¿Aceptará Fina formar parte de esta propuesta insólita? ¿Y qué consecuencias traerá un hijo concebido bajo estas circunstancias?