En el capítulo 344 de Sueños de Libertad, una conversación aparentemente serena entre Pelayo y Fina se convierte en el epicentro de una tensión emocional desbordante. Las palabras se deslizan con calma, pero detrás de cada frase se esconde un cúmulo de heridas, dudas y decisiones que podrían cambiar el destino de todos los involucrados. En esta escena profundamente íntima que se desarrolla dentro de la tienda, Fina y Pelayo enfrentan un dilema que pone a prueba el amor, la lealtad y la visión de futuro que ambos comparten con Marta.
Pelayo llega con una misión clara: convencer a Fina de considerar seriamente la posibilidad de formar parte activa de la familia que él y Marta desean construir… con un bebé. Desde el inicio, Pelayo deja claro que ella ya sabrá por qué ha venido, haciendo referencia a la reciente propuesta que le hizo a Marta de tener un hijo juntos. Pero Fina, firme y herida, responde con claridad: si ya lo sabe, entonces también sabrá lo que piensa al respecto.
Sin embargo, lo inesperado llega cuando Fina, lejos de rechazar la propuesta con frialdad, admite que necesita tiempo para pensarlo. Ese pequeño matiz abre una grieta en la muralla que ella misma había levantado. Pelayo aprovecha la fisura y expone su punto de vista: este no es un asunto exclusivo entre él y Marta. Es una decisión que, por la naturaleza de su historia compartida, concierne también a Fina.
Fina, sin ocultar su malestar, acusa a Pelayo de presionarla. Él intenta explicarse. Reconoce que fue un error no incluirla desde el principio, como hicieron cuando planearon el matrimonio con Marta, pero insiste en que aún están a tiempo de reconducir la situación. Recuerda con énfasis que el vínculo entre Marta y Fina nació mucho antes de su llegada. Su amor fue primero. ¿Por qué no podrían las dos criar juntas al bebé?
Pero esa visión idealista choca con la realidad emocional de Fina. No puede aceptar una situación que, a sus ojos, ya es bastante artificial. Para ella, todo parece una farsa. Acusa a Pelayo de usar la idea del hijo como una herramienta, no para protegerlas, sino para avanzar en su carrera política. La desconfianza se instala con fuerza.
Y entonces, Pelayo se rompe. Se quita la máscara de seguridad y revela el verdadero motivo detrás de su urgencia: don Pedro ha vuelto a sospechar. No de Marta ni de Fina… sino de él. El poderoso patriarca lo vio hablando con Cobeaga y ha empezado a hilar teorías peligrosas. En el mundo de las apariencias donde Pelayo intenta construir su imagen, un simple rumor puede costarle todo. Por eso, formar una familia con Marta —y un hijo como símbolo de estabilidad— sería la única manera de acallar las dudas de una vez por todas.
El problema, según Pelayo, es que temían que contarle esto a Fina provocara otra crisis emocional, como la que sufrió semanas atrás. Por eso decidieron ocultarlo. Él se disculpa sinceramente, aunque no deja de insistir en que es urgente frenar las sospechas antes de que se conviertan en un escándalo.
A partir de ahí, Pelayo comienza a dibujar su utopía. Imagina un futuro donde, con el bebé ya nacido, todos se muden a la casa de los montes. Un lugar apartado, discreto, libre de las miradas inquisitivas de la alta sociedad. Allí, mientras él cumple con sus compromisos políticos, Marta y Fina podrían vivir juntas y criar al niño como siempre soñaron: con libertad, sin máscaras ni compromisos sociales.
Incluso le propone que el bebé sea la excusa perfecta para que Marta, quien detesta la vida pública, se aleje de los actos sociales. Todo encajaría, en teoría. Todo suena casi perfecto. Pero Fina no lo ve tan claro. Hay algo roto dentro de ella que ni siquiera la promesa de un hogar tranquilo puede curar.
“No lo sé… no lo sé”, repite con voz baja pero cargada de peso. Son palabras sencillas, pero que revelan un mar de dudas. Su vida se ha vuelto un laberinto de emociones, decepciones y sacrificios. Es muy consciente de lo que implica entrar en esa dinámica: un hijo que no es suyo, una familia que no está segura de querer, y una relación con Marta que cada vez es más frágil. ¿Está dispuesta a dar ese paso por amor? ¿O por miedo?
Pelayo, en un gesto de ternura poco común, le dice que se tome el tiempo que necesite. Que él la esperará. Pero deja una frase que retumba como un eco amargo cuando se marcha: “Espero que tu respuesta sea un sí.”
Y con eso, se va. Fina queda sola en la tienda, envuelta en un silencio espeso. Los productos en las estanterías, el murmullo de la calle, la luz que entra por los cristales… todo parece estático, como si el tiempo se detuviera para que ella pudiera pensar. Y pensar duele. Porque sabe que cualquier decisión que tome arrastrará consecuencias para todos: para ella, para Marta, para Pelayo… y para ese bebé que aún no ha llegado, pero que ya carga el peso de tantas expectativas.
Este episodio deja claro que Sueños de Libertad no solo se mueve entre secretos y traiciones, sino también en esos silencios que gritan verdades profundas. Fina está en una encrucijada: o se lanza al vacío emocional de formar parte de esa familia, o se aleja para siempre de una historia que ya no puede controlar. En cualquiera de los casos, nada volverá a ser igual. Y ese bebé, aún por nacer, ya es el centro de un huracán de emociones que amenaza con arrasar con todo.