Ha llegado el momento que nadie quería enfrentar, pero que se siente inevitable: Rómulo Baeza, el alma silenciosa de La Promesa, se despide para siempre. El mayordomo, figura emblemática de lealtad, nobleza y rectitud, ha decidido cerrar un capítulo de su vida y marcharse junto al amor que el tiempo nunca logró apagar: Emilia.
Una historia que se remonta más de tres décadas. Rómulo y Emilia fueron, en su juventud, una pareja apasionada unida por el amor, pero separada por las circunstancias. Fue él quien, con el corazón roto, se alejó para no interferir en la carrera de enfermera de Emilia. Un sacrificio que marcaría su destino.
Hoy, el destino les concede una segunda oportunidad. Emilia ha regresado a La Promesa como enfermera, y la chispa que parecía extinguida ha vuelto a encenderse. Pero ahora, Rómulo no está dispuesto a repetir el error de dejarla marchar. Esta vez, quiere hacer las cosas bien. Quiere vivir lo que no pudieron vivir antes, sin remordimientos, sin despedidas a medias. Por eso, su decisión es firme: irse para siempre del palacio y comenzar una nueva vida con Emilia junto al mar, en Chiclana de la Frontera.
A pesar de los esfuerzos de Don Alonso por retenerlo—ofreciéndole incluso una casita en los terrenos de La Promesa—Rómulo se mantiene firme. Agradece el gesto, pero su decisión es inamovible. Ha recuperado los ahorros que una vez entregó al marqués para salvar al servicio en tiempos de crisis, y ahora, con ese dinero, quiere financiar su nueva vida con Emilia. No es un final triste, es una victoria del amor verdadero.
Sin embargo, la marcha de Rómulo deja una herida abierta en todos. En el servicio, donde lo ven como un líder, un ejemplo, una figura paternal. Y en la familia Luján, que encuentra en él no solo a un mayordomo, sino a un confidente, un amigo, un aliado. Catalina, Manuel y especialmente Don Alonso sentirán profundamente su ausencia. Nadie en el palacio puede imaginar el día a día sin su figura imponente, su voz firme, su temple inquebrantable.
En medio de esta despedida, La Promesa celebra una gran fiesta en honor al nombramiento de Adriano. Rómulo quiere que todo sea perfecto, pues será su última gran misión como mayordomo, y desea dejar el listón alto, como lo ha hecho durante toda su vida. Pero las tensiones amenazan con empañar esta celebración: Petra Arcos ha regresado con sed de venganza, sembrando el caos entre el personal del servicio. Su actitud impredecible preocupa a todos, especialmente a quienes han vivido en carne propia sus intrigas.
Y como si eso no fuera suficiente, la misteriosa desaparición de Esmeralda pesa como una sombra sobre algunos miembros del palacio. Curro y Lope guardan el secreto, pero la tensión es palpable. ¿Qué ha ocurrido realmente con la encargada de la joyería? ¿Está a salvo? ¿Puede alguien más estar en peligro?
En este ambiente enrarecido, la salida de Rómulo parece aún más dolorosa, pues su marcha no solo representa una pérdida emocional, sino también una desestabilización del equilibrio ya frágil del palacio. Incluso en este contexto, algunos como Lorenzo de la Mata y Lisardo no pierden la oportunidad de despreciar al mayordomo, evidenciando su clasismo y su falta de sensibilidad. Pero Rómulo, como siempre, se despide con elegancia, sin rencores ni reproches.
La fiesta promete ser un evento inolvidable. No solo porque celebrará el nuevo título de Adriano, sino porque será el último acto oficial de Rómulo en La Promesa. Todos, salvo algunos rezagados, se volcarán para que el evento brille y que el mayordomo pueda marcharse con orgullo, sabiendo que su legado está intacto. ¿Será Petra capaz de colaborar o saboteará esta despedida? Esa es la pregunta que flota en el aire.
El palacio no volverá a ser el mismo. Las rutinas cambiarán, los silencios serán más largos, y el hueco que deja Rómulo será imposible de llenar. Pero su salida también trae consigo un mensaje poderoso: que nunca es tarde para volver a amar, para enmendar errores del pasado y para elegir el amor por encima de las obligaciones.
Así se cierra un ciclo. Así se despide un grande.
Rómulo Baeza no solo abandona La Promesa. Se marcha con dignidad, con la frente en alto, con el corazón latiendo como nunca. Y en ese adiós, se lleva consigo más que recuerdos: se lleva el alma de un lugar que siempre lo recordará.
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