En Sueños de libertad, los secretos se deslizan entre los pasillos como sombras, y la llegada de Gabriel, el supuesto sobrino de Damián, empieza a levantar más sospechas que simpatías. Aunque ha intentado integrarse en la familia con gestos afables y palabras medidas, Pelayo no puede evitar sentir que algo no encaja. Hay detalles, miradas esquivas, silencios que duran demasiado… y una sensación que le zumba en la cabeza: ¿Y si ese hombre no es quien dice ser?
Desde su primera aparición, Gabriel se ha ganado a muchos con su aparente humildad y su historia de abandono, pero Pelayo, siempre perspicaz y un tanto desconfiado, ha empezado a observar pequeños gestos que le hacen dudar de todo. ¿Por qué nadie sabía de su existencia? ¿Por qué Damián, tan orgulloso de sus lazos familiares, nunca lo mencionó? Y más importante aún: ¿por qué Gabriel parece saber demasiado sobre los entresijos del negocio y de la familia, como si llevara años espiando desde la distancia?
Pelayo no está dispuesto a quedarse de brazos cruzados. Una noche, mientras repasa documentos familiares en el despacho, decide hablar con Marta. Sabe que ella ha sido más receptiva con el recién llegado, pero también que es una mujer inteligente, capaz de leer entre líneas.
—Marta, no me fío de Gabriel.
—¿Qué dices? —responde ella, con cierto asombro.
—Ese tipo oculta algo. No hay rastro oficial de él. Ni un papel, ni una carta de Damián, ni una foto. Y sin embargo, él lo sabe todo. ¿Y si se está haciendo pasar por alguien que no es?
Las palabras de Pelayo siembran la inquietud en el corazón de Marta. Aunque no quiere juzgar sin pruebas, tampoco puede ignorar la lógica de su prometido. Así que, tras una breve conversación, ambos acuerdan que deben hablar directamente con Gabriel. No pueden seguir con esta duda corroyendo la confianza familiar.
La escena se desarrolla en el salón principal, una estancia elegante y solemne, donde el peso del linaje familiar parece colgar de las paredes. Marta y Pelayo enfrentan a Gabriel con tono firme pero sereno. La tensión se palpa en el ambiente.
—Gabriel, tenemos que hablar contigo.
—¿Pasa algo? —pregunta él, con una sonrisa forzada.
—Queremos saber quién eres realmente. No tenemos constancia de ti. No hay nada que confirme tu historia, y no podemos vivir con esta incertidumbre.
Durante unos segundos, Gabriel guarda silencio. La sonrisa se desvanece, y su mirada se vuelve más grave. Sabe que ha llegado el momento de hablar con la verdad… o con lo que esté dispuesto a compartir.
—Está bien. Me lo temía, —dice finalmente—. No soy quien he dicho ser. Me llamo Gabriel De la Reina, ese es mi verdadero nombre. Pero oculté mi identidad para poder acercarme a ustedes sin prejuicios, sin que me cerraran las puertas.
Marta se estremece. Pelayo no oculta su indignación.
—¿Mentiste desde el principio? ¿Por qué?
—Porque necesitaba conocerlos. Crecí sabiendo que tenía una familia, pero sin acceso a ella. Mi madre murió sin poder contarme nada más que un nombre, un apellido. Busqué durante años. Cuando supe de ustedes, no quise arriesgarme a ser rechazado por ser un desconocido que aparece de repente diciendo “soy familia”. Preferí entrar poco a poco, ganarme su confianza… entender si realmente tenía un lugar aquí.
Las palabras de Gabriel son pronunciadas con emoción contenida. Su voz tiembla apenas, como si cada frase fuera una confesión largamente retenida. Marta, poco a poco, va bajando la guardia. Hay dolor en la voz de ese joven. Dolor genuino, piensa.
Pelayo, sin embargo, se muestra más escéptico.
—¿Y por qué deberíamos creerte ahora?
Gabriel no se altera. Saca del bolsillo una pequeña cajita. En su interior, hay una medalla antigua con las iniciales grabadas del abuelo de Damián, un objeto familiar que solo alguien con auténtico vínculo sanguíneo podría poseer. Marta la reconoce de inmediato. La había visto en un retrato, colgada del cuello de su bisabuelo. La emoción la desborda.
—Mi madre me la dio. Dijo que pertenecía a su padre. A mí solo me quedó eso. Y las ganas de entender quién soy.
Las palabras, la medalla, el tono… todo confluye para tocar el corazón de Marta. Se acerca a Gabriel, lo mira con ojos vidriosos, y dice suavemente:
—Lo siento. Debimos confiar en ti antes. Solo que… entenderás que esto es difícil de procesar.
Gabriel asiente, y una sonrisa al fin se dibuja en su rostro. Ha superado la prueba. Ha logrado entrar al núcleo familiar, ya no como un intruso, sino como alguien aceptado.
Pero, en el fondo, Pelayo no deja de mirar con recelo. Hay algo en todo esto que no termina de cerrarle. ¿Y si esta también es una farsa bien construida? ¿Y si Gabriel está manipulando a todos con maestría?
Aunque Marta ha decidido creerle, Pelayo no ha firmado su rendición. Y lo que es peor: en los próximos días, nuevas pistas sembrarán aún más dudas sobre las verdaderas intenciones del joven recién llegado.
Porque en Sueños de libertad, las verdades siempre tienen capas… y las mentiras, raíces profundas.
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