En el episodio 338 de Sueños de libertad, el drama alcanza uno de sus momentos más íntimos y conmovedores. La escena central gira en torno a una conversación aparentemente inocente entre María, Julia y Begoña, pero que esconde una verdad devastadora: el reciente intento de suicidio de María.
La secuencia se inicia con María intentando mantener una fachada de normalidad. Con Julia a su lado y Begoña como testigo silenciosa, María ofrece una versión cuidadosamente editada de lo ocurrido con sus muñecas. Atribuye las heridas a un accidente doméstico: “Tuve un día horrible, me levanté a buscar una pastilla y tropecé, una lámpara se rompió… nada grave, solo un rasguño, pero ya sabes cómo sangra eso”.
Lo que realmente intenta es esconder lo inconfesable: que las heridas fueron autoinfligidas, y que su desesperación ha alcanzado un punto límite. María quiere creer que aún puede proteger a Julia, a sí misma, incluso a Begoña, de esa sombra que la consume. Pero la verdad, como siempre en Sueños de libertad, se cuela por las rendijas del alma.
Para aliviar la tensión, María cambia de tema y pregunta a Julia por la escuela. Lo que sigue es una deliciosa muestra de la franqueza infantil: “Es aburridísima”, responde la niña con sinceridad absoluta. Begoña intenta suavizar el golpe recordando lo mucho que se entusiasmó Julia con aquel proyecto escolar sobre Brasil. Julia concede que aquello fue divertido, pero no puede evitar expresar su frustración por no entender la utilidad de lo que estudia actualmente.
Es entonces cuando María intenta sembrar esperanza: le explica que estudiar sirve para formarse, para poder elegir un camino en la vida. Julia no lo duda: “Yo quiero ser actriz”. La sonrisa que ilumina a María en ese momento es genuina. Recuerda con ternura aquella obra escolar en la que Julia interpretó a Cenicienta. La alienta a perseguir ese sueño, a imaginarse otra vez sobre un escenario. Julia, sin perder un segundo, ya ha elegido su nuevo papel: quiere ser Blancanieves. “Se lo propondré a doña María Antonia”, dice con una convicción que solo una niña puede tener.
La conversación, que por un instante parecía haber devuelto algo de luz a la escena, toma un nuevo giro cuando Begoña recuerda a Julia que deben irse si no quieren llegar tarde. Justo cuando la niña se levanta para despedirse, sus ojos curiosos se detienen en algo inesperado.
“¿Por qué llevas eso? ¿Y en los dos brazos?”, pregunta con naturalidad, señalando los vendajes que María lleva ocultos.
La pregunta cae como un relámpago. María se queda en blanco. Begoña interviene de inmediato con una excusa improvisada: “Tiene tendinitis… de levantarse de la cama, de hacer fuerza con los brazos…”. Es una mentira, claro. Una coartada torpe, apenas creíble, que intenta proteger a Julia de una verdad demasiado grande para su edad.
Pero Julia no sospecha nada. Al contrario, con su ternura desarmante, responde contando que una vez tuvo tendinitis por jugar tenis. “¿Sabes qué va bien? Agua caliente con sal. Yo lo hice y me mejoró”, dice, orgullosa de compartir su remedio casero. María, que apenas puede sostener la mirada, le promete probarlo.
Y en ese cruce de palabras sencillas, Sueños de libertad muestra toda su potencia emocional. Porque mientras Julia vive en un mundo de inocencia, de cuentos de hadas y sueños de teatro, María se ahoga en una tristeza que no logra vencer. Intenta sonreír, intenta fingir que está bien, que todo pasará… pero el espectador sabe que no es así. Que esas vendas no cubren una caída accidental, sino un abismo emocional.
La escena termina con Julia abrazando a María con cariño y despidiéndose con la promesa de volver a verla. “Voy a ensayar para ser Blancanieves”, dice antes de salir. Y en ese momento, el contraste es devastador: la ilusión de una niña frente al dolor silenciado de una mujer rota.
Mientras tanto, Begoña observa todo con una mezcla de angustia y protección. Ella conoce la verdad. Sabe que María está al borde, que su aparente recuperación es solo una máscara. Su silencio frente a Julia es un acto de amor, pero también de impotencia. Porque no puede contarle a la niña que su madre casi se va. Que ese intento de suicidio fue real, profundo, y aún puede repetirse.
Este episodio, lejos de ser solo un momento de transición, se convierte en una de las escenas más íntimas y dolorosas de la temporada. A través del contraste entre la luz de Julia y la oscuridad de María, Sueños de libertad nos recuerda cuán frágiles pueden ser las máscaras que usamos para sobrevivir.
Y en medio de todo, queda una pregunta abierta: ¿logrará María encontrar una salida real a su dolor? ¿O seguirá fingiendo, hasta que ya no pueda más?
El capítulo 338 no es solo un avance en la trama, es un espejo emocional, una alerta silenciosa, y una lección de humanidad. Mientras los otros personajes se mueven en torno al poder, la política o los secretos, aquí se revela el drama más puro y doloroso: el de una mujer que no encuentra consuelo, y una niña que aún cree que el mundo puede salvarse con un papel de Blancanieves.
Una escena, un diálogo, una pregunta inocente: “¿Por qué llevas eso?”. Y en ese momento, Sueños de libertad nos recuerda por qué esta historia nos toca tan hondo.