La aparente ligereza inicial de una escena entre Marta y Pelayo pronto se transforma en un instante cargado de tensión, ambición… y tragedia. Todo comienza con un gesto simple y casi cómico: Pelayo se fija en que Marta lleva un botón de la blusa desabrochado. Ella, sorprendida, se ríe nerviosa, sin saber cuánto tiempo ha estado así. El momento parece casual, incluso íntimo, casi como si Pelayo buscara cualquier excusa para prolongar esa visita. Coquetea suavemente, preguntándole si piensa invitarlo a algo —una bebida, una charla, un momento a solas— y Marta, acostumbrada ya a ese tipo de juego entre ellos, accede con una sonrisa: sí, pero que no se demoren, porque tiene que cambiarse antes de la cena.
Pero debajo de ese juego superficial se esconde un propósito más serio. Pelayo no ha venido solo por cortesía. La mirada expectante lo delata. Lo que verdaderamente busca es una respuesta: ¿Lo apoyará Marta para convertirse en gobernador civil? Él no lo dice directamente al principio, pero Marta lo percibe enseguida. Por supuesto, eso es lo que realmente lo trae hasta allí. Su ambición no descansa.
Y entonces lanza la pregunta que lo quema por dentro: “Venga, Marta, has hablado ya con Fina, ¿verdad?”. Porque, aunque Marta tenga influencia, él sabe que su esposa —Fina— también es una figura clave en esta ecuación. Marta asiente. Sí, ha hablado con Fina. Y Fina no tiene objeciones en que lo apoyen. Al oír eso, Pelayo se relaja. Se le nota en el cuerpo, en la sonrisa. Le agradece a Marta con una sinceridad palpable, y promete agradecérselo también a Fina. Para él, esto es solo el inicio. Con Marta a su lado, se ve ascendiendo incluso más alto: quizás, ministro.
Pero Marta, fiel a su carácter analítico y comprometido, no se deja arrastrar por los sueños de grandeza sin antes enfrentar las paradojas del camino. Señala una dura ironía que atraviesa como daga toda la conversación: “¿Te das cuenta de lo que estamos haciendo? Nosotros, Pelayo. Personas como tú y como yo, podríamos haber acabado en la cárcel hace solo unos años por la ley de vagos y maleantes… y ahora, podrías estar en el poder”. Es un contraste brutal. Una verdad incómoda.
Pelayo no la esquiva. Asiente. Lo sabe. Es una contradicción sangrante. Pero propone mirar el asunto desde otra perspectiva: “Que sea nuestra venganza contra el sistema”. Marta se queda pensativa. Esa idea le gusta. No por venganza personal, sino por justicia histórica. Sin embargo, ambos son conscientes de que esa “venganza” tendrá un precio. De ahora en adelante deberán comportarse con mayor rigidez, cuidar cada palabra, cada gesto, cada rumor. Ya no podrán vivir con la misma libertad. Pero, como bien dice Pelayo, el poder también ofrece cierta forma de protección.
“Si me comporto impecablemente”, dice Pelayo con un brillo calculador en los ojos, “puedo mover hilos desde dentro. En silencio. En favor de los nuestros”.
La conversación, hasta ese momento tan cargada de estrategia y visión política, se rompe de forma abrupta cuando suena el teléfono de Marta. La expresión de su rostro cambia por completo apenas escucha la voz del otro lado. Es Begoña. Y lo que le dice es devastador.
María, su hija, ha intentado quitarse la vida esa misma tarde.
El mundo se detiene. El aire se espesa. Todo lo que había cobrado importancia —el poder, el apoyo, las estrategias, incluso la alianza tácita entre Marta, Fina y Pelayo— se desmorona en segundos.
Marta, temblando, le dice a Begoña que va para allá enseguida. Informa a Pelayo, con voz contenida por el pánico y la culpa, de lo que ha ocurrido. Su rostro, que momentos antes irradiaba control y confianza, ahora está pálido, devastado. Pelayo también se queda helado. No hay palabras suficientes. No hay gesto de consuelo posible.
La escena concluye sin más política, sin más ironías, sin juegos de poder. Solo queda el peso de una tragedia íntima, la fragilidad de una familia rota y una Marta enfrentando un dolor que ningún cargo, ninguna ambición y ninguna estrategia puede aliviar.
En Sueños de libertad, capítulo 336, el guion nos lanza de lleno a un contraste brutal entre la ambición y la fragilidad humana. Marta, que se debatía entre alianzas políticas, termina en una carrera por salvar a su hija. Y Pelayo, que veía en ella una clave para alcanzar el poder, es testigo de cómo todo puede cambiar con una sola llamada. Porque en esta serie, los planes se construyen… pero también se destruyen en un suspiro.
¿Deseas que continúe con el capítulo siguiente o que lo conecte con otra trama secundaria del mismo episodio (como Fina, Begoña o María en el hospital)?