La mañana comenzaba como cualquier otra en la mansión Korhan: una mesa elegantemente dispuesta, un desayuno aparentemente en calma y todos los miembros de la familia sentados, ocultando tras las sonrisas los resentimientos que hierven bajo la superficie. Pero Kaya, atento a cada detalle, ya sabía que esa paz era solo la antesala del caos. Él había anticipado los movimientos de su primo Ferit, y esta vez, estaba decidido a adelantarse.
Ferit, molesto por el reciente proyecto de Kaya —la idea de abrir un local, un sueño que esperaba ver aprobado por el abuelo Halis—, había planeado echarlo abajo. Pero Kaya, que no olvida ni perdona, tenía su propia jugada maestra preparada. Sabía cómo herir y, sobre todo, cuándo hacerlo. Y en esa mañana aparentemente tranquila, decidió dar el golpe… con elegancia y venganza.
Mientras todos comían, un sonido interrumpió la rutina: el teléfono de Seyran vibró. Ella lo tomó sin imaginar lo que estaba por descubrir. Al leer el mensaje, su rostro se transformó. La sorpresa, la alegría y la emoción brotaron de golpe:
—“¡Me han cogido en la universidad! ¡No me lo creo, es un milagro!” —gritó con la voz entrecortada de emoción.
El sueño por el que tanto había luchado, esa oportunidad de estudiar y forjar su propio camino, por fin se hacía realidad. Todos quedaron atónitos por la noticia, pero nadie tanto como Ferit.
Él no compartió la emoción. Muy al contrario, su expresión se endureció. Enseguida quiso saber cuándo había presentado la solicitud. La pregunta no era inocente: Ferit no sabía nada al respecto, y eso lo descolocó por completo. En segundos, su mirada se posó en Kaya. Y fue entonces cuando escuchó la frase que encendió la mecha:
—“Felicidades, Seyran. Te lo mereces” —le dijo Kaya, con una sonrisa apenas contenida.
Ferit comprendió de inmediato. Su primo estaba detrás de todo. Él había ayudado a Seyran a cumplir ese sueño… sin consultarle, sin decírselo, sin pedir permiso. Y eso, para Ferit, fue una traición.
Seyran, desbordada de alegría, no lo dudó y abrazó con fuerza a Kaya. Le agradeció con sinceridad, con lágrimas de emoción en los ojos. Él, con un gesto discreto, intentó restarle importancia. Pero ya era tarde. Ferit, herido en su ego y cegado por los celos, no pudo contenerse más.
Golpeó la mesa con fuerza, haciendo temblar la vajilla y los nervios de todos los presentes, y gritó delante de todos:
—“¡Te dije que no te interpusieras entre mi mujer y yo!”
El silencio que siguió fue abrumador. Todos se quedaron paralizados. Las palabras resonaban como un disparo en medio del salón. Seyran lo miró, herida y enfadada, incapaz de creer lo que acababa de escuchar.
—“¿De verdad? ¿En vez de alegrarte por mí o de agradecerle el gesto a Kaya, esto es lo que tienes que decir?” —le reprochó, con la voz quebrada por la decepción.
La tensión alcanzó un punto insoportable. Ferit se levantó, furioso, y dio un paso hacia Seyran. Sus gestos, su postura, todo en él hablaba de un hombre descontrolado, fuera de sí. Pero antes de que pudiera acercarse más, Kaya se interpuso entre ambos. En silencio, con una sola mirada, dejó claro que no permitiría que Ferit intimidara a su prima, ni un segundo más.
El ambiente, que debía haber sido de celebración, se convirtió en una batalla emocional. Lo que empezó como un desayuno terminó siendo un campo de guerra familiar. Las miradas, los suspiros contenidos, los gestos tensos… cada detalle era una chispa a punto de encender una hoguera más grande.
Ferit se sintió traicionado. No solo por Kaya, sino por Seyran. Para él, ayudarla sin contar con su opinión fue una falta imperdonable. Pero lo que realmente lo descolocó fue ver a su mujer abrazando a otro hombre —su primo, su rival— con tanta gratitud, con esa ternura que él sentía perder cada vez más.
Seyran, por su parte, no entendía cómo su marido era capaz de convertir un logro tan importante en una disputa. Sentía que, una vez más, Ferit no era capaz de alegrarse por ella si no era el protagonista de la historia. Su decepción fue inmensa.
Y Kaya, lejos de retractarse, se mantuvo firme. Él sabía que su gesto iba a despertar el conflicto, pero también sabía que Seyran merecía cumplir sus sueños sin depender de nadie, y mucho menos de la aprobación caprichosa de un marido inestable. Su defensa no era solo contra Ferit, era también una afirmación de que Seyran debía ser libre para decidir por sí misma.
La escena concluyó sin resolución. Halis, el patriarca, observaba todo sin intervenir, aunque su rostro delataba que este nuevo enfrentamiento no iba a pasar desapercibido. Las consecuencias no tardarán en llegar.
Porque lo que se rompió esa mañana fue más que un desayuno: fue la confianza entre dos primos, fue la esperanza de una esposa que empieza a cansarse de justificarse, y fue la última señal de alerta de un matrimonio que se tambalea más que nunca.
Ahora, todos en la mansión saben que nada volverá a ser igual. Y la pregunta que queda en el aire es: ¿hasta dónde llegará Ferit para recuperar el control… y cuánto más está dispuesta a aguantar Seyran?