La escena arranca con Marta regresando a casa, visiblemente emocionada. Su energía es contagiosa mientras comparte con Pelayo una noticia que parece llenar su corazón de entusiasmo: Hình lập phương, el artista con el que están colaborando en el proyecto cultural de la empresa, ha tenido un éxito internacional rotundo. Para Marta, esto representa mucho más que una victoria artística: es la confirmación de que su intuición empresarial es acertada y de que sus pasos hacia la modernización del negocio están dando frutos. La proyección internacional de Cubeaga puede abrir las puertas a nuevos mercados, alianzas estratégicas y una nueva identidad para la empresa, mucho más creativa y expansiva.
Pelayo, por su parte, se alegra sinceramente por ella. Le reconoce el mérito con palabras afectuosas, y por un momento, el vínculo entre ambos se vuelve casi cómplice. Pero no tarda en virar la conversación hacia un terreno que, aunque aparentemente inofensivo, esconde una carga de tensión: ha recibido una llamada de Miguel Ángel. La invitación no es cualquiera; Se trata de una cacería exclusiva a la que asistirán figuras clave del poder político y empresarial. Sin embargo, lo más impactante no es el evento en sí, sino el trasfondo: Miguel Ángel está por presentar su dimisión y podría proponer a Pelayo como su sucesor. El cargo en juego es nada menos que el de gobernador civil.
Ante esta posibilidad, Marta no oculta su escepticismo. La idea de una cacería no le resulta atractiva en lo más mínimo, y la conexión entre política, poder y tradiciones masculinas le resulta incómoda. Además, tiene la cabeza ocupada con mil responsabilidades: la fábrica, los nuevos proyectos, la tensión con Fina, el equipo… Marta tiene “un montón de cosas que hacer”, como ella misma dice.
Pero Pelayo insiste. Le explica que no se trata de una salida de ocio, sino de una oportunidad real para dar un paso importante en su carrera pública. Marta podría acompañarlo, sin necesidad de participar directamente. Solo pasarían la noche en la finca, y ella podría quedarse con las mujeres del entorno mientras los hombres asistían a la cacería.
El dilema para Marta es claro: por un lado, siente que todo esto representa una vieja forma de hacer las cosas, con protocolos, jerarquías y símbolos de poder que le resultan ajenos. Por otro, percibe que esta es una de esas encrucijadas en las que decir “no” también tiene consecuencias. Y Pelayo, con su ternura hábilmente calculada, la convence. Le promete que será solo una noche, que regresarán al día siguiente y que todo seguirá su curso habitual.
Finalmente, Marta accede, aunque no sin advertirle que no vuelva a meterla en este tipo de planes sin previo aviso. Pelayo, feliz con su victoria, no puede evitar bromear: “¿No te hace un poquito de ilusión ser la esposa del futuro gobernador?”. Marta lo mira con ironía, se ríe entre dientes y le pide que no cante victoria antes de tiempo. La escena termina con ella pidiendo a Manuela que la ayude con el equipaje, mencionando, casi como una nota de humor, los sombreros con plumas que podrían necesitar para la ocasión.
Pero más allá de lo evidente, esta escena marca un punto de inflexión. Marta, que ha luchado por abrirse paso como mujer independiente, moderna y empresaria, empieza a notar cómo las viejas estructuras del poder se le acercan, quizás más de lo que quisiera. La cacería, el cargo, los sombreros, las expectativas sociales… Todo eso representa un mundo que ha tratado de dejar atrás, pero que de alguna manera la sigue alcanzando. Y Pelayo, que la ama, también empieza a caminar por la delgada línea entre la ambición personal y el respeto por los sueños de su pareja.
En paralelo, aunque el capítulo gira en torno a esta conversación aparentemente íntima, resuena en la historia más grande que se desarrolla en Sueños de libertad: los contrastes entre lo nuevo y lo viejo, entre el poder tradicional y la libertad personal, entre las expectativas sociales y los verdaderos deseos del corazón.
El viaje que emprenden esa noche no es solo hacia una finca rural donde se celebra una cacería. Es un viaje simbólico hacia un escenario político, emocional y social que puede cambiar para siempre la relación entre Marta y Pelayo. ¿Está ella dispuesta a convertirse en una figura pública al lado de un gobernador? ¿Está él preparado para sostener esa ambición sin eclipsar la luz propia de su esposa?
La escena, cálida en apariencia, deja una tensión latente en el aire. Marta acepta… Pero no se rinde. Pelayo propone… Pero no controla del todo las consecuencias. Y en ese juego de equilibrios y decisiones compartidas, se vislumbra una nueva etapa para ambos, en la que el amor, la ambición y los compromisos sociales empiezan a chocar en una danza inevitable.
Sueños de libertad sigue demostrando que, incluso en los momentos más íntimos y cotidianos, se libran las batallas más profundas. Y que decir “sí” a una noche en el campo puede ser el primer paso hacia un destino mucho más complejo y transformador.