En Sueños de Libertad, el capítulo 333 nos regala una escena cargada de tensiones sutiles, orgullos heridos y una dosis inesperada de esperanza profesional. Todo comienza en el laboratorio de Perfumerías de la Reina, donde Luis y Cristina trabajan en silencio, concentrados, hasta que la puerta se abre y aparece Marta, con esa energía que siempre oscila entre lo amable y lo implacable.

Con tono enigmático, Marta entra y lanza la clásica frase que todos temen oír: “Tengo una buena noticia… y una mala. ¿Por cuál queréis que empiece?” La pausa que deja en el aire no es casual; Marta sabe perfectamente que lo que está a punto de decir cambiará el ritmo del trabajo en el laboratorio… y también algunas dinámicas personales. Luis, seco como siempre y con ese tono que roza la condescendencia, responde que mejor empiece por la mala. Y Marta, sin rodeos, lanza el dardo: Luis tendrá que trabajar con alguien más durante un tiempo.

La reacción de Luis no se hace esperar. Su rostro se tensa, la incomodidad se le dibuja en la frente. Su ego, que ha construido un pequeño imperio dentro de ese laboratorio, se resiente. Su respuesta, cargada de sarcasmo, es tan clara como su descontento: “Después de eso, no me imagino cuál podría ser la buena noticia.”

Y es aquí donde Marta deja caer la verdadera bomba: van a colaborar con el maestro Cobeaga, uno de los perfumistas más renombrados y exigentes del sector. La expresión de Cristina se transforma al instante: sorpresa, entusiasmo, algo de nervios. Marta le explica que Cobeaga quedó fascinado con las muestras que Cristina le envió y, por eso, ha elegido a Perfumerías de la Reina para trabajar en su nueva fragancia. Además, no tendrán que esperar mucho: ese mismo día llegará a Toledo para integrarse al proyecto.

Luis permanece impasible, como si se resistiera a dejarse impresionar. Pero no puede evitar lanzar una pregunta punzante: ¿por qué Cobeaga tiene que involucrarse tanto? ¿No basta con que delegue y observe desde lejos?

Marta, paciente pero firme, le responde que Cobeaga tiene fama de supervisar personalmente todo lo que lleva su firma. Es un artesano obsesivo, un artista meticuloso. Quiere cerciorarse de que la fragancia final lleve no solo su nombre, sino también su alma. Luis contraataca diciendo que él también es exigente, pero jamás se entromete en el trabajo de otros profesionales. Su orgullo está herido. La autoridad que ha construido en el laboratorio se tambalea con la llegada de un peso pesado, y eso lo irrita más de lo que está dispuesto a admitir.

Marta, sin perder la calma, lo pone entre la espada y la pared: “¿Prefieres entonces que cancelemos la colaboración?” Luis no contesta directamente. El silencio se convierte en respuesta ambigua, una forma de evitar admitir que, pese a su desagrado, no puede dejar pasar una oportunidad tan grande. Finalmente, pregunta cuál es el plan.

La respuesta de Marta es clara: no se trata de invasión, sino de colaboración. Cobeaga quiere asegurarse de que el perfume tenga su impronta, su estilo, su identidad. Cristina asiente con sensatez: es normal que alguien quiera proteger su marca, y más aún cuando su prestigio está en juego. En ese momento, Marta la mira con gratitud genuina y le dice con una sonrisa: “Gracias, Cristina, por tu empatía.”

La frase parece insignificante, pero pesa. Pesa porque es un contraste evidente con la actitud de Luis, quien se ha cerrado como una concha. Y pesa también porque Cristina, que ha sido a menudo subestimada, demuestra una vez más su madurez y comprensión. Marta incluso bromea: “Todos sabemos que Luis es muy celoso con su trabajo.” Un dardo disfrazado de humor, pero certero.

Luis, en respuesta, opta por la ironía: “Estoy encantado de trabajar con alguien que probablemente estorbará todos los días.” La frase, dicha con una sonrisa gélida, lo dice todo. Su resistencia no tiene que ver solo con el control del proyecto, sino con algo más profundo: el temor a perder el protagonismo. Y tal vez también una pizca de celos por la naturalidad con la que Cristina conecta con Marta y, por lo que parece, con Cobeaga.

Pero Marta no entra en el juego. Le responde con una sonrisa diplomática, lo felicita por su profesionalismo (otra ironía sutil) y se marcha del laboratorio con paso decidido y buen humor, como si supiera que ha sembrado una semilla de cambio… aunque aún no sepamos si germinará en armonía o en conflicto.

Tras su partida, queda en el aire una tensión densa, casi eléctrica. Luis, pese a sus palabras, parece más incómodo que enfadado. Cristina lo observa de reojo, con cierta cautela, tal vez preguntándose si esa colaboración marcará el principio de una nueva etapa… o si detonará un conflicto aún más profundo entre ellos.

Y mientras tanto, en algún lugar del camino, el maestro Cobeaga ya debe de estar en ruta hacia Toledo, listo para irrumpir en el universo de Perfumerías de la Reina con su mirada crítica, su fama legendaria y una exigencia que pondrá a prueba no solo las fórmulas, sino también los egos.

Así cierra este capítulo, con una frase que parece ligera, pero que encapsula toda una filosofía: “Gracias, Cristina, por tu empatía.” En medio de egos desbordados, rivalidades latentes y oportunidades brillantes, la empatía, como el ingrediente secreto de un perfume, podría ser la nota más valiosa.