El silencio en La Promesa es solo aparente. Detrás de cada tapiz, cada candelabro que parpadea con la brisa de pasillos antiguos, se ocultan tramas que empiezan a estallar. La tensión ya no se puede contener, y esta vez, es Petra quien lidera la tormenta.

Todo comienza con una ceremonia que debió sellar una unión, pero acaba revelando una farsa dolorosa. Toño, vestido con un traje demasiado perfecto, entra al salón con el alma vacía. Simona, ingenua y esperanzada, descubre que aquel matrimonio no era más que una maniobra, un simulacro de amor cubierto con encajes prestados. Ni anillos, ni votos secretos. Solo un engaño vestido de tradición. La promesa de un futuro juntos se evapora entre lágrimas y reproches, mientras el pasado oscuro de Toño —las noches en tabernas, los silencios llenos de culpa— emerge con crudeza.

Mientras tanto, Manuel, pálido, con el rostro surcado de sacrificios callados, carga el peso de una fidelidad mal entendida. Su promesa a Toño, hecha años atrás tras la partida de un amor imposible, se convierte en una carga insoportable. Lo que alguna vez fue ternura, hoy se convierte en complicidad peligrosa.

Pero esto no es más que el inicio. Leocadia, siempre altiva, pasea por la galería de retratos, creyendo aún controlar el linaje Valdés como si fuera una emperatriz de otro siglo. Sin embargo, sus días de dominio están contados. Observa con desprecio el roce entre Curro y Ángela, un simple gesto que, en su mundo, puede destruir títulos y fortunas. Leocadia no solo protege el apellido: protege su propio pasado, donde un amor prohibido fue silenciado por el deber. ¿Cómo podría permitir que Curro se desvíe del camino que ella trazó con sangre y lágrimas?

Ángela, mientras tanto, siente en carne viva ese rechazo. En La Promesa, una mirada puede sellar destinos, y su amor por Curro se convierte en un secreto que le quema el alma. El miedo a ser descubierta, a ser señalada, la acompaña cada lunes cuando el carruaje llega, como si el escándalo estuviera a punto de estallar. Y Leocadia, decidida, planea arrancarla del corazón de Curro sin piedad.

Lisandro, siempre calculador, se mantiene al margen. Fue salvado de una muerte segura por Adriano, pero ni una palabra de gratitud se escapa de sus labios. Su silencio alimenta los rumores: ¿es su ducado una fachada? ¿Oculta cartas del mismísimo rey? En los salones del palacio, cada copa de vino se convierte en un interrogatorio disfrazado de brindis, y Lisandro, como un león acorralado, resiste sin mostrar fisuras.

Mientras tanto, el romance prohibido entre Rómulo y Emilia se hace público. Su beso en los balcones, bañado por los últimos rayos de sol, no es solo un acto de amor: es una declaración de guerra al orden establecido. La nobleza y el comercio se entrelazan, y Pía, siempre escéptica, no cree en la pureza de ese amor. Rebusca entre archivos olvidados y mapas antiguos hasta dar con un tesoro que podría cambiarlo todo: un cofre con monedas de Carlos V, sellado con símbolos imperiales.

En los sótanos del palacio, Pía y López se adentran en un misterio aún mayor: planos, relicarios y rituales que hablan de una hermandad secreta. Una cripta bajo la capilla, protegida por sombras, podría contener el códice que invierta el equilibrio de poder en todo el reino. Cada descubrimiento, cada papel sellado, amenaza con derribar las columnas de La Promesa.

Y entonces aparece ella. Petra.

Despedida, humillada por Leocadia semanas atrás, ha regresado. Pero no como sirvienta. Ha regresado como amenaza. Una carta escrita con tinta violeta —mezcla de sustancias alquímicas— llega a las manos de Samuele. Lleva el sello de Petra, una sociedad secreta que busca devolver el trono a un heredero oculto. Y no es casualidad. Petra ha comenzado a mover sus piezas, y Samuele, al borde de un abismo existencial, descubre que su linaje no es lo que pensaba. ¿Es acaso hijo de un trovador italiano? ¿Qué verdad esconde su sangre?

María Fernández, la implacable maestra de ceremonias, acorrala a Samuele con preguntas que cortan como cristales. Y finalmente, él habla. El pasaporte real, el arma definitiva para confirmar su identidad, está escondido en la cripta bajo la espada de un antiguo duque. La confesión provoca un efecto dominó. Rumores, temores y conspiraciones se activan como engranajes oxidados.

Y es aquí donde Petra revela su verdadera carta.

“¡Nadie puede despedirme!”, grita al ingresar, como si nunca se hubiera ido. Ha estado reuniendo aliados, recopilando pruebas, y ahora su venganza apunta directo al corazón de Leocadia. Lo que parecía una simple revancha personal es, en realidad, un movimiento magistral dentro de una guerra secreta por el poder.

Petra no regresa sola. Trae documentos, cartas y nombres. Conoce los secretos de cada miembro de la familia. Ha estado entre bastidores demasiado tiempo, escuchando, tomando nota, esperando su momento. Y ese momento ha llegado.

Leocadia, que antes dominaba con una mirada, ahora ve cómo su mundo se tambalea. Los muros de La Promesa, testigos silenciosos de generaciones de pactos, crímenes y amores prohibidos, ahora murmuran el nombre de Petra como si fuera una fuerza inevitable. El castillo, otrora símbolo de estabilidad, se convierte en el escenario de una guerra que ya no se puede detener.

Y tú, espectador de esta historia que arde como el fuego entre columnas de mármol y candelabros que tiemblan… ¿estás listo para lo que viene?

Porque esta promesa ya no es de amor, ni de lealtad. Es una promesa de venganza.

No te pierdas el próximo capítulo. Petra ha vuelto… y no perdona.