El alma de Seyran se consume por la incertidumbre. La idea de que Ferit viva bajo el mismo techo que su padre, Kazım, la aterra. Teme que la convivencia lo transforme en un hombre autoritario, similar a su progenitor. Sin embargo, Ferit se mantiene firme. Después de los eventos del capítulo 38, se niega a regresar a la mansión mientras Nükhet y Kaya sigan allí. “Esto es un matrimonio, y a veces tienes que hacer cosas por tu marido”, le dice Ferit, en una mezcla de súplica y orden, una declaración de amor disfrazada de exigencia.
Halis, desde su posición de autoridad, observa a Nükhet con una mezcla de afecto y desconfianza. Consciente de que en la mansión cada acción tiene una intención oculta y cada alianza un costo, le advierte solemnemente que no confíe en İfakat. “Siempre ha querido manejar los hilos de esta casa”, le revela. Nükhet asiente, pero en sus ojos brilla una determinación que supera el miedo. Le promete a su padre algo difícil: reconciliar a los primos. Sin embargo, Kaya ya ha decidido distanciarse, la sola presencia de Ferit le resulta insoportable. “Confía en tu madre. Pondré las cosas en orden en esta familia”, asegura Nükhet, aferrándose a la promesa de restaurar el vínculo roto.
La noche envuelve la casa en un manto de inquietud. Orhan regresa tambaleándose, con el aliento a alcohol y el alma perdida. Dicle, siempre atenta, lo ayuda sin preguntas, pero sus gestos suaves no escapan a la mirada vigilante de Sultan. Hay algo en esa entrega silenciosa que le resulta sospechoso, incluso peligroso. “No quiero volver a verte cerca del señor Orhan”, le advierte fríamente. “Si vuelvo a presenciar una escena parecida, te enviaré con tu padre”. Su voz es una sentencia disfrazada de advertencia.
Una tregua parecía posible. Nükhet, con paciencia, logra que Kaya acepte tender una rama de olivo a su primo. Juntos, acuden a casa de Kazım, decididos a dejar atrás el conflicto. Pero Ferit no está dispuesto a olvidar tan fácilmente. Con una sonrisa amarga, los recibe con sarcasmo. “La hija y el nieto vienen a justificar al abuelo… Yo lo único que quiero es que os vayáis de mi casa”, les espeta, cerrando de golpe una puerta que había estado abierta demasiado tiempo.
Kaya, ofendido, se levanta y se dirige al baño sin decir una palabra. En su ausencia, Suna toma la palabra. Ya no puede callar. “Mi hermana confió en ti, pero has demostrado que no tienes nada de humano”, le lanza a Ferit, con la voz temblorosa de furia contenida. “Quiero que dejes en paz a Seyran y a Ferit”. Sus palabras son un escudo, un acto desesperado para proteger lo poco que queda intacto en su familia.
Kazım, hábil manipulador, detecta la oportunidad y siembra la idea en la mente de Ferit: deben emprender un negocio juntos. Para eso, necesitan dinero. Ferit, con su dignidad herida pero no vencida, va a ver a Halis. La conversación entre ambos es seca, casi cruel. El anciano no se conmueve. “Si tuviste el valor de irte de casa, empieza de cero sin mi dinero”, le dice, con la dureza del linaje en sus ojos. Herido, pero no derrotado, Ferit da un giro inesperado. Regresa a la mansión, pero no lo hace solo. A su lado camina Seyran, con la cabeza erguida, y tras ella, toda su familia. Una entrada silenciosa pero contundente que sacude los cimientos de la casa. “Quieres que toda la familia viva bajo el mismo techo”, le dice Ferit a su abuelo, “y ellos también son mi familia”.