En el nuevo y estremecedor capítulo 327 de Sueños de libertad, el pasado se hace presente con más fuerza que nunca, sacudiendo los cimientos de las familias Carpena y Reina, y dejando claro que las heridas que no se cierran del todo… siempre acaban supurando.

La jornada arranca en casa de los Carpena, donde Don Pedro irrumpe exultante para compartir con Digna una sorpresa: ha reactivado el viaje de novios que ambos habían postergado. Pero lo que él esperaba como un gesto de unión, se estrella contra la tensión que reina en el ambiente. Digna, visiblemente molesta, rechaza el entusiasmo de su esposo con frialdad. Le confiesa que ha tenido un encuentro muy desagradable con Damián, lo que ha empañado su día por completo. “Discúlpame, pero no estoy para viajes ahora”, dice, retirándose a la mesa con gesto serio. Don Pedro, desconcertado, quiere saber más: “¿Con Damián?”, pregunta. Pero Digna se niega a entrar en detalles y le advierte que no quiere arruinar la comida. Sin embargo, la conversación continúa.

Digna le revela que Damián ha vuelto a acusarlo de estar detrás de la conspiración contra Jesús, incluyendo el soborno a un empleado para instigar a los operarios. Don Pedro, indignado, exclama que ese tipo de acusaciones ya rozan lo absurdo. Pero el asunto no se queda ahí: Damián también asegura que Pedro manipuló su salida para tomar las riendas de la empresa y que jamás pensaría en devolverle el puesto. Cansada de esta situación recurrente, Digna se lamenta: “Siento que nos haga esto una y otra vez”.

Don Pedro busca refugio en la confianza de su esposa: “Tú confías en mí, ¿verdad?” Y ella, sin dudar, le asegura que no habría llegado al altar si existiera la más mínima sombra de duda. Reconoce que todo lo que dice Damián no es más que una expresión de su frustración por haberla perdido, y decide no dejar que esa amargura arruine su día: “Vamos a brindar por nosotros”.

Pedro insiste en que es hora de cortar vínculos con Damián, al menos con él, si no con toda su familia. Le propone salir a comer fuera, distraerse, olvidar. Y Digna, con una sonrisa cansada, acepta. Pero la sombra de la discordia sigue latente.

En la casa de los Reina, otra tensión, más silenciosa, se gesta. Begoña interrumpe una conversación entre Andrés y su padre. Julia, la niña, insiste en ver a María. Andrés considera que podría animar a su hermana, pero Begoña teme que María le cuente a la niña su versión sobre el accidente. Andrés, sensato, responde que tarde o temprano eso sucederá, y que María hablará si así lo desea.

Begoña sube al cuarto de María. Al entrar, la joven la recibe con recelo. “¿Qué haces aquí?”, pregunta, gritando después por Andrés. Pero Begoña le dice que hay alguien más que quiere verla. Julia aparece, trayendo consigo luz en medio de tanta oscuridad. “Tía, que no es ninguna visita, que soy yo”, dice con dulzura. María se ilumina: “¡Mi niña! Qué ganas tenía de verte”.

La niña le entrega un dibujo que hizo especialmente para ella, y le ofrece su cuaderno y pinturas. Pero el instante tierno pronto se enturbia. Julia pregunta si María tiene dolores. Ella responde afirmativamente, aunque con resignación. Julia recuerda cómo su madre solía tener miedo de que ella subiera a la barandilla, y María, en un gesto lleno de nostalgia, comenta que quizá si su madre estuviera aún con ellos, se habrían evitado muchos disgustos.

Entonces, Julia lanza la pregunta que nadie quiere oír: “¿Y a ti qué te pasó? Porque no creo que tú estuvieras trepando por la barandilla…” La tensión se corta en el aire. María guarda silencio, mientras Begoña contiene la respiración. Finalmente, María responde: “Tropecé. Todo pasó muy rápido. Y lo que sí es seguro es que no voy a poder volver a andar”.

Julia, con la inocencia de los niños, intenta consolarla. Pero María, al borde del colapso emocional, se hunde: “Desde que puse un pie en esta casa parece que me haya caído una maldición. No dejan de pasarme cosas malas. Y tú, Julia, no te enamores nunca. El amor es solo sufrimiento”. Begoña, alarmada, interrumpe. Teme que María esté afectando demasiado a la pequeña. La saca del cuarto, mientras María le dice con dulzura a su sobrina: “Vuelve cuando quieras. Me encanta tu dibujo”.

En otro rincón de la ciudad, la tensión escala a niveles peligrosos. Damián, en medio de una llamada con Fermín, es sorprendido por la entrada furiosa de Don Pedro. “¿Esta es tu táctica? ¿Esconderte?”, le lanza con rabia. Damián, sereno, pregunta el motivo de tal ataque. Don Pedro acusa: él sabe perfectamente por qué se esconde.

El intercambio sube de tono. Damián acusa directamente a Don Pedro de estar detrás de la muerte de Jesús, afirmando que lo hizo para quitarle la dirección a Joaquín. Pedro, exasperado, lo niega, asegurando que está casado con Digna y que es momento de que lo acepte. Pero Damián no da marcha atrás: “Digna sigue siendo mi familia. Joaquín y Luis son mis sobrinos. Voy a seguir velando por ellos”.

El enfrentamiento se vuelve personal. Don Pedro, sarcástico, le dice que si de verdad le importara Digna, la dejaría ser feliz. Y Damián responde con fuego: “Tú no sabes lo que significa la palabra familia. Pregúntale a tu hermana”. Eso enciende aún más a Don Pedro, quien lo acusa de ser un ser ponzoñoso. Pero Damián tiene la última palabra: “No me busques… porque al final me vas a encontrar”.

Cuando parecía que nada podía complicarse más, una nueva amenaza aparece. El detective contratado por Damián acude a casa de los Reina. Damián, con el ánimo ya desgastado, lo recibe con desdén. El investigador revela que ha sido descubierto por Irene Carpena, quien sospecha que está tras Joaquín. Una recomendación de Irene a una amiga destapó toda la red, cuando él rechazó el trabajo que le propusieron. Irene comenzó a sospechar… y lo siguió.

Lo más preocupante es que Irene ha vinculado la investigación con el nombre de Cristina Ricarte, lo que inquieta enormemente a Damián. Lo que parecía una investigación sigilosa ahora está al borde de convertirse en un escándalo… y lo peor está aún por venir.

El pasado ha vuelto. Y esta vez, nadie escapará de su sombra.