La escena comienza con Andrés visiblemente alterado. Él, que ha sido acusado de haber empujado a María en un momento de tensión, no puede con la carga emocional que esta acusación conlleva. Con el rostro desencajado y el alma en ruinas, se lamenta de no haber mantenido la frialdad en el instante crítico. Reconoce que se dejó llevar por los nervios, pero rápidamente aclara que no la empujó. “La agarré del brazo, sí, pero no la empujé”, afirma con rotundidad. Esa distinción es vital para él, porque sabe que de ese matiz depende su inocencia.
Begoña, en un rol de contención emocional, lo escucha y trata de sostenerlo. Ella, que también estuvo presente en la escena del accidente, le reafirma lo que él necesita oír: “Tú no la empujaste, Andrés, tenlo claro.” Sus palabras buscan tranquilizarlo, recordarle que ella está con él, que no está solo en esto, que su versión tiene peso. Esta reafirmación constante de que la caída de María no fue provocada deliberadamente es el hilo que mantiene a Andrés unido a una esperanza, a una posible absolución.
La conversación da un giro cuando Begoña reflexiona sobre el estado emocional en el que se encontraba María antes del accidente. Según ella, María ya estaba completamente fuera de sí, negándose a enfrentar su propia realidad. Begoña ve en esa caída una especie de consecuencia inevitable de la tensión creciente, más que un acto de violencia. Para ella, la situación venía gestándose desde hacía tiempo, y María estaba consumida por su propia obsesión y toxicidad.
Begoña, que intenta mantenerse serena, también reconoce que le costó mucho no perder la compostura. A pesar de sus esfuerzos, admite que, con una persona como María, mantener la calma era prácticamente imposible. “Lo que sentía era una obsesión malsana”, dice, dando a entender que el comportamiento de María no era racional, y que eso había puesto en riesgo a todos los que la rodeaban.
En un momento muy íntimo de la charla, Begoña se dirige a Andrés con ternura y convicción. Le pide que no se derrumbe, que no deje que la culpa lo consuma, porque ella cree en él y piensa seguir a su lado. Le ofrece su apoyo incondicional, diciéndole con fuerza: “Ella no va a poder contigo, ¿me oyes?” Con esta frase, Begoña no solo intenta levantar a Andrés, sino también reafirmar que ni la manipulación emocional de María, ni la presión social, ni las consecuencias de lo ocurrido lo van a destruir. Ella está ahí, como un ancla, como una aliada.
Pero a pesar de sus palabras de aliento, Andrés está deshecho por dentro. Su mirada, su voz, sus gestos muestran a un hombre atrapado entre el dolor, la confusión y la culpa. Le responde a Begoña que no se siente bien y que necesita estar solo. No rechaza su cariño, pero tampoco puede aceptarlo del todo en ese momento. Su necesidad de aislamiento es una forma de protegerse, de procesar lo ocurrido sin que nadie lo observe derrumbarse.
Begoña, con comprensión, respeta su deseo. Le dice que tiene que salir a hacer unas visitas a domicilio —una tarea relacionada con su trabajo— y que más tarde volverá. Su despedida es suave, sin dramatismos, pero deja claro que ella no se alejará del todo. Está dispuesta a darle espacio, pero también está decidida a no abandonarlo.
Esta escena es una de las más intensas del episodio, no solo por lo que se dice, sino por lo que se calla. Andrés y Begoña están marcados por un hecho trágico, y aunque ambos tienen versiones similares, las dudas externas y la tensión interna amenazan con romperlos. La conversación muestra dos perspectivas distintas frente al mismo evento: la de quien carga con el peso de una posible culpa, y la de quien, desde la empatía, intenta sostener emocionalmente a ese ser querido.
Lo que se percibe claramente es la fortaleza del vínculo entre Andrés y Begoña. A pesar de las circunstancias, hay un cariño profundo, una lealtad que no se tambalea. Este lazo emocional podría convertirse en una tabla de salvación para Andrés en los capítulos venideros, aunque por ahora él no se siente capaz de apoyarse en nadie.
El diálogo también sugiere que el accidente de María no fue tan claro como algunos lo han querido presentar. Hay matices, emociones, impulsos, pasados no resueltos y tensiones acumuladas que explotan en un solo instante. Esa ambigüedad es el motor narrativo de la historia actual, y la serie lo explota con maestría.
Sueños de libertad sigue demostrando en este episodio su capacidad para retratar emociones humanas complejas con gran sensibilidad. La historia de María, Andrés y Begoña no es solo un triángulo de tensiones y conflictos, es también un espejo de cómo las heridas emocionales, las relaciones rotas y las culpas mal gestionadas pueden llegar a puntos de quiebre impredecibles.
Lo que está claro es que, después de este capítulo, nada volverá a ser igual para los personajes implicados. La pregunta que queda flotando es: ¿podrá Andrés salir de esta con la verdad de su lado, o el peso de las apariencias será más fuerte? ¿Y hasta dónde llegará Begoña para defenderlo? Todo apunta a que los próximos episodios traerán más verdades dolorosas, decisiones difíciles y emociones a flor de piel.