En La Promesa, la verdad empieza a filtrarse por las rendijas del silencio, y cuando lo hace, nada ni nadie vuelve a ser como antes. Esta vez, es Pía quien, movida por la sospecha, la angustia y un dolor que ya no puede ocultar, se adentra en la oscuridad que envuelve el palacio… y lo que descubre amenaza con cambiarlo todo. La muerte de Jana, un suceso que se quiso enterrar bajo el peso del luto y los secretos, tiene raíces más profundas de lo que nadie imaginó, y su asesinato podría estar ligado al plan más siniestro jamás concebido en La Promesa.
Todo comienza con la caída lenta y meticulosamente planificada de Eugenia. ¿Está realmente perdiendo la cordura… o la están llevando hasta el borde del abismo? Leocadia, con su disfraz de criada leal, ha tejido una telaraña de manipulaciones tan fina como letal. Día a día, le cambia los medicamentos, altera sus recuerdos, siembra dudas en su mente… hasta hacerla dudar de lo único que le quedaba: el amor de su sobrina Catalina.
Eugenia, rota, comienza a ver enemigos donde antes veía familia. Catalina, que tanto la adoraba, ahora es objeto de su desconfianza. “Te quiere reemplazar”, le susurra Leocadia como un veneno dulce en el oído. Y así, el corazón de Eugenia se endurece, su mirada se nubla, y sus manos tiemblan no por enfermedad, sino por miedo.
Pero cuando Catalina y el silencioso Pla comienzan a notar que algo va mal, la tensión se vuelve insoportable. Saben que la enfermedad de Eugenia no es natural. Hay algo —o alguien— que la está destruyendo desde dentro. El tiempo corre, y con la inminente marcha de Emilia, el único punto de estabilidad en ese caos, la posibilidad de rescatar a Eugenia se vuelve cada vez más lejana.
Catalina, desesperada por evitar que Emilia se marche, idea un plan: fingirá estar enferma para retenerla. Emilia, que ha sido más que una enfermera, casi una madre para ella, acepta quedarse unas semanas más. No sabe que ese gesto, ese acto de cariño, la llevará directamente al centro del misterio que consume el palacio. Porque lo que nadie sabe —aún— es que Emilia está a punto de revelar una verdad que ni siquiera ella se atrevía a pronunciar.
Rómulo, el mayordomo impasible, empieza a ver cómo el pasado vuelve a golpear con fuerza. Compartió con Emilia un amor profundo, enterrado bajo los escombros de los deberes y las renuncias. Pero cuando Emilia le confiesa un secreto que había callado durante años, todo su mundo se tambalea. Una confesión que tiene que ver no solo con su historia… sino con la tragedia de Jana.
Y aquí es donde Pía entra en escena.
Hasta ahora, había estado al margen, dolida, observadora… pero cuando escucha a Emilia y Rómulo hablar en voz baja, y conecta ciertas piezas, comienza a atar cabos. Hay un veneno, el cianuro, que apareció en el momento exacto de la muerte de Jana. Curro también lo investiga en paralelo, obsesionado con descubrir cómo alguien consiguió una sustancia tan letal y controlada. No fue un crimen pasional. No fue un accidente. Fue un asesinato planeado.
Pía rebusca en los registros, observa a los criados, estudia los horarios. Algo no encaja. Y entonces, lo ve claro: Jana fue eliminada porque sabía demasiado. Porque iba a hablar. Porque descubrió que detrás de la supuesta locura de Eugenia se escondía una red de poder y crueldad, dirigida por Lorenzo y Leocadia.
Mientras Pla sigue el rastro del veneno, Pía se adentra en los rincones ocultos del palacio. Descubre un frasco, una carta rota, un pañuelo con rastros químicos. Cada elemento confirma lo que tanto temía: Jana fue asesinada para silenciarla. Y quien lo hizo, tenía acceso, poder… y una razón. La estaba ayudando a destapar el plan de Leocadia, y pagó el precio con su vida.
Pero no es todo. Hay otra trama que arde en silencio.
María Fernández, siempre perceptiva, empieza a notar algo extraño en Samuele. ¿Por qué ha abandonado su vocación? ¿Qué le ha hecho cambiar su camino con tanta rapidez? Todo apunta a una figura: Petra. La actitud de esta mujer, de repente protectora y afectuosa, le resulta forzada, falsa. María empieza a observarla, a estudiar sus gestos, sus silencios. Está segura de que Petra está manipulando a Samuele desde la sombra.
Y mientras lo vigila, una promesa nace dentro de ella: no permitirá que Samuele se hunda en un destino que no es suyo. Si Petra lo ha desviado de su camino, María hará todo lo posible por devolverle la fe. Se convierte en su sombra silenciosa, su guardiana secreta.
Así, las piezas se alinean. El veneno, la caída de Eugenia, la confesión de Emilia, los susurros de Petra… todo apunta a un palacio donde la traición se esconde en los pasillos, y la muerte, como un huésped silencioso, ronda cada rincón.
Pía, al final del episodio, se planta ante Rómulo con los ojos inundados de rabia y dolor: “Fue un asesinato. Jana no murió por azar. Y yo voy a demostrarlo.” Lo que está en juego ya no es solo justicia… es el alma misma de La Promesa.
Y cuando la verdad salga a la luz, no quedará piedra sobre piedra. Porque descubrir la verdad tiene un precio… y nadie en el palacio está preparado para pagarlo. ¿Será Pía la siguiente en la lista?
La cuenta atrás ha comenzado.