En el capítulo más impactante de La Promesa, las piezas del rompecabezas por fin comienzan a encajar, revelando un secreto oculto entre las sombras del palacio. Curro, Lope y Ángela, cada uno arrastrando su propia carga emocional, han estado siguiendo las pistas que los llevarían al corazón del atentado que casi acaba con la vida de Hanna. Y ahora, por fin, están a punto de descubrir la verdad… una verdad que cambiará sus vidas para siempre.
La tensión se palpa desde el primer momento. Los tres aliados han conseguido casi toda la información necesaria para exponer a los verdaderos responsables, pero aún falta una última prueba, una clave capaz de convencer a Burdina de actuar. Y esa pieza final no está en ningún informe, sino escondida… en una joya.
Lope, decidido a no esperar más, le muestra a Ángela el paquete con las joyas que recibió de Esmeralda en la joyería. A pesar de la clara oposición de Curro, quien teme por la reacción emocional de su amada, no hay marcha atrás. En ese instante, ocurre lo impensable: Ángela, con la mirada entrenada y el corazón palpitante, descubre un pequeño pero revelador detalle en una de las piezas. Un grabado diminuto, una inicial, una fecha… una marca que lo cambia todo.
Ese detalle oculto será la prueba definitiva que conecta la joya con el atentado. Y con ello, también señala a los verdaderos culpables: Leocadia y Jacobo. El giro es devastador. La madre de Ángela, la mujer que parecía sólo una dama exigente, y Jacobo, el intocable, han estado moviendo los hilos desde las sombras.
Curro, al descubrir la implicación de Leocadia, se siente desgarrado. No solo por el crimen, sino por tener que cargar con la verdad que podría destruir a Ángela. En una escena intensa, cerca del invernadero, Curro le confiesa a Lope que no puede revelar todo a Ángela… no todavía. “No es ella el problema”, dice con la voz quebrada, “es su madre.” La mención de Leocadia pesa como una losa. Todas las pruebas apuntan a ella: acceso a medicamentos, manipulación del personal médico, influencia sobre los criados. Todo.
Pero Lope insiste: si Ángela es tan distinta, si confían tanto en ella, ¿por qué no darle la verdad? Curro duda. Él la ama, la respeta, pero teme que su vínculo con Leocadia la haga cometer un error. Bastaría una palabra mal dicha, un gesto de piedad hacia su madre… y todo el plan podría venirse abajo.
La discusión se interrumpe cuando Petra aparece. Ya no es la mujer fría de antes. Algo ha cambiado en ella, y tanto Curro como Lope lo notan. Petra los enfrenta, quiere saber qué ocurre. Y aunque Curro intenta callarla, Lope siente que quizá, solo quizá, Petra puede ser útil. Ella ha cambiado, ha sufrido, y está dispuesta a redimirse.
Y lo demuestra. Petra se ofrece a ayudarlos a descubrir quién está colaborando con Leocadia dentro del palacio. Quiere dar nombres, movimientos, información precisa. Pero pide algo a cambio: libertad. Cuando todo acabe, exige que la dejen ir sin represalias. Curro y Lope no pueden prometerlo con facilidad, pero saben que necesitan a Petra más que nunca. Y aceptan.
Esa noche, Petra camina por los pasillos del palacio con una nueva determinación. Golpea la puerta de Leocadia y entra, llevando consigo la noticia que marcará el inicio del fin. “Ellos saben”, dice. Leocadia la mira, y el aire se corta. Petra detalla lo que escuchó, lo que investigaron, lo que han descubierto. Leocadia se pone de pie con furia. Todo amenaza con venirse abajo.
Mientras tanto, Curro y Lope cruzan el palacio con paso firme. La joya será la clave. Con ella en mano y el testimonio de Petra como refuerzo, ya no hay forma de escapar a la verdad. En un tenso encuentro con Burdina, entregan las pruebas y explican todo: los movimientos secretos, las visitas a la joyería, las manipulaciones del tratamiento de Hanna… y la joya, con su detalle revelador, lo confirma todo.
La reacción no se hace esperar. Burdina emite la orden de arresto. Leocadia y Jacobo, por fin, enfrentan las consecuencias de sus actos. El palacio se convierte en un hervidero de rumores y tensiones. Algunos criados no pueden creerlo; otros, como Petra, apenas pueden contener la emoción. La justicia, aunque tardía, ha llegado.
Ángela, por su parte, enfrenta el momento más doloroso de su vida. Descubre que su madre, a quien siempre quiso redimir, fue la autora del atentado. El dolor en su mirada rompe a Curro, que intenta consolarla. Pero ella no llora. No grita. Solo asiente, como quien ha perdido algo que nunca podrá recuperar.
En la escena final, vemos cómo Leocadia es escoltada por los pasillos de La Promesa, con la cabeza en alto pero la mirada vacía. Jacobo, más nervioso, intenta justificarse, pero nadie lo escucha. Son culpables, y el castigo será ejemplar.
Y mientras la calma vuelve poco a poco, Curro, Lope, Ángela y Petra se quedan en el patio principal, en silencio. Han ganado una batalla… pero saben que el verdadero desafío será sanar las heridas que dejó.
“La Promesa” ya no será la misma. Y sus protagonistas, tampoco.