En el próximo capítulo de La Promesa, el pasado que Martina ha mantenido sellado con dolor comienza a abrirse paso como una grieta que ya no puede contener más. Todo estalla tras un feroz enfrentamiento con Lisandro, el temido Duque de Carvajal y Cifuentes, cuya presencia en el palacio amenaza con convertir la vida de la joven en una verdadera pesadilla. Desde su llegada, el aire en la Promesa se vuelve irrespirable. Cada paso del duque es una sombra, cada palabra una puñalada. Y Martina, aunque ya arrastraba su propio infierno interior, deberá ahora soportar el infierno ajeno: el del hombre que la culpa por haber dejado a su hijo, Antonio, plantado en el altar.

Pero lo que nadie espera es que, cansada de las humillaciones constantes, Martina se enfrente al poderoso Lisandro… y revele el desgarrador motivo por el que renunció a ese matrimonio. Una confesión que no solo sacudirá los cimientos del palacio, sino que cambiará para siempre la percepción de todos hacia ella.

Lisandro llega como un vendaval, decidido a dejar atrás las apariencias. Desde el primer momento se muestra frío, cortante y cruel. No disimula su desprecio y hace de cada encuentro con Martina una guerra de miradas, sarcasmos y reproches. La joven intenta resistir, mantener la compostura, pero no es fácil. Sobre todo porque Lisandro no es solo un noble ofendido; es un padre herido y vengativo.

Una mañana, cuando aún se viste, Martina es sorprendida por dos golpes secos en su puerta. Antes de que pueda reaccionar, Lisandro entra sin permiso, dispuesto a lanzarle en la cara toda su rabia. La acusa sin piedad: de traidora, de cobarde, de haber dejado a su hijo destrozado, abandonado en el altar como si fuera basura. Le recuerda con amargura que Antonio fue ingresado en un hospital tres veces desde aquel día, siempre con su nombre en los labios, siempre esperando un regreso que nunca llegó.

Martina apenas puede contener las lágrimas. “Yo también sufrí”, intenta explicar con voz quebrada. Pero Lisandro la calla con palabras que cortan como cuchillas: “Tú no sabes lo que es sufrir. Tú eres un monstruo”.

Ella se defiende con el poco coraje que le queda, intentando sostenerse en pie frente a ese hombre que la intimida, que la acorrala, que la amenaza con hacerla pagar cada lágrima derramada por su hijo. Cuando intenta salir, Lisandro la retiene. La situación se vuelve insoportable, asfixiante, peligrosa. Martina lo enfrenta con firmeza: “Si me toca un dedo, se arrepentirá”. Lisandro no la toca, pero su amenaza es clara. Quiere destruirla desde dentro, hacerle recordar cada día que fue ella quien rompió la vida de Antonio.

Pero lo que Lisandro no sabe es que Martina guarda un secreto. Y ese secreto es mucho más oscuro, doloroso y desgarrador de lo que cualquiera podría imaginar.

Justo cuando la tensión alcanza su punto más alto, los golpes en la puerta interrumpen el momento. Es Curro. Su voz firme, decidida, exige una explicación. ¿Qué sucede ahí dentro? ¿Por qué está cerrada la puerta? Lisandro intenta minimizarlo, con su arrogancia habitual. Pero Curro no se deja engañar. Sus ojos se posan en Martina, que tiembla, que no puede hablar, que solo asiente con la cabeza como quien pide auxilio en silencio.

Cuando Lisandro se va, el aire por fin se vuelve respirable. Curro entra, cierra la puerta suavemente y se acerca a ella. Martina, con lágrimas cayendo por fin libres, intenta convencerse de que no ha pasado nada. Pero Curro la ve. La siente. Y no está dispuesto a dejar que se derrumbe sola.

“¿Qué te hizo?”, le pregunta con ternura y rabia contenida. Martina guarda silencio unos segundos, como si buscara fuerzas en los ojos del único hombre en quien puede confiar. Y decide hablar. Por fin.

Confiesa que conoció a Antonio cuando apenas tenía 17 años. Él parecía ideal, el hijo perfecto de una familia poderosa. Pero la perfección era solo fachada. Aunque Lisandro siempre la trató con desprecio, con arrogancia, ella pensó que Antonio era distinto. Y durante un tiempo, lo fue.

Hasta que no lo fue más.

Martina revela que lo que la llevó a abandonar la boda no fue cobardía, ni falta de amor. Fue miedo. Fue dolor. Fue abuso. Algo ocurrió en esa relación que cambió su vida para siempre, algo tan doloroso que prefirió cargar con la culpa, con el desprecio de todos, antes que revivirlo.

Sus palabras, aún entrecortadas por el llanto, revelan una historia que había permanecido enterrada bajo capas de silencio y apariencias. Antonio no era el joven dulce que todos creían. En la intimidad, era otro. Uno que heredó de su padre no solo el apellido, sino también la violencia.

Curro la escucha sin interrumpirla, apretando su mano con delicadeza, acompañándola en cada palabra, en cada lágrima. Y entiende. Por fin entiende por qué Martina actuó como lo hizo. Por qué prefirió el infierno del rechazo antes que una vida condenada junto a un hombre que la destruyó por dentro.

El capítulo cierra con una promesa velada: la verdad ha comenzado a salir a la luz, y con ella vendrá el juicio que Lisandro jamás esperó enfrentar. Porque cuando el dolor se transforma en verdad, no hay poder ni título que pueda ocultarlo.

Y Martina… Martina ya no está dispuesta a callar.