En La Promesa, nada permanece enterrado para siempre. Esta semana, una sombra del pasado ha cruzado el umbral del palacio de los Luján, reavivando pasiones ocultas, desatando secretos cuidadosamente guardados y sembrando el caos en una familia ya acosada por intrigas y manipulaciones. El nombre que resuena entre los susurros y miradas inquietas es uno: don Lisandro, duque de Carvajal y Cifuentes, mano derecha del mismísimo rey Alfonso XI. Y con él, quizás, ha llegado una verdad que podría volcar los cimientos del palacio: ¿y si Ángela es el fruto prohibido de un antiguo amor?

La aparición del duque no es casual. Aunque su llegada fue presentada como una sorpresa, algunos ojos —en especial los de doña Leocadia— brillaron más con tensión que con desconcierto. La autoproclamada dama, con su historia tejida de amantes poderosos y ambiciones disfrazadas de lealtad, parecía saber más de lo que admitía. Siempre rodeada de rumores, su nombre se ha asociado una y otra vez con hombres influyentes que pasaron por su vida como sombras en la noche. Pero esta vez el espectro tiene rostro, título… y poder para cambiarlo todo.

Leocadia, la “postiza”, como muchos la llaman, nunca ha tenido un título noble. Pero eso no significa que no haya jugado con las reglas de la aristocracia. Inteligente, seductora, calculadora, ha vivido al margen de lo que se espera de una dama… y lo ha hecho a su manera. A través de relaciones ocultas, ha sabido moverse entre la nobleza como una pieza de ajedrez letal. Y si las conjeturas son ciertas, su movimiento más peligroso pudo haber sido hace años, cuando don Lisandro fue algo más que un conocido en su vida.

Lo que hasta ahora se trataba como una insinuación maliciosa toma fuerza con la llegada del duque. El desconcierto fingido de Leocadia al verlo podría ser la máscara perfecta para disimular una historia antigua de pasión. Porque hay un detalle que encaja con una precisión escalofriante: el silencio obstinado de Leocadia sobre el verdadero padre de Ángela. En varias ocasiones, se le ha preguntado directamente por el origen de la joven, y ella siempre ha esquivado la respuesta. “Es mejor el anonimato de mi contacto”, dijo una vez con respecto a alguien que podía mover hilos ante la corte. ¿Y si ese contacto no era otro que el propio Lisandro, duque de Carvajal y Cifuentes?

Esta posibilidad abre un escenario perturbador. Si el duque fue en su día amante de Leocadia, y si de esa relación nació Ángela, el palacio se convierte en un campo minado. Porque no hablamos de un noble cualquiera: don Lisandro es un hombre temido, arrogante, con conexiones directas con el trono. Un valido del rey Alfonso XI, alguien cuyas palabras tienen peso en la política del reino. Si se supiera que engendró una hija fuera del matrimonio, con una mujer sin título, el escándalo podría ser descomunal… o peor: podría costarle a Ángela su lugar en el palacio.

Y mientras todo esto se cuece a fuego lento, la estancia del duque en el palacio promete ser más que incómoda. Desde su llegada, ha desplegado su desprecio con elegancia venenosa, humillando a la familia Luján con desplantes y exigencias. Su autoridad lo vuelve intocable, y los marqueses, obligados a soportar sus abusos, no pueden más que tragar bilis y sonreír. Pero hay quienes ya están viendo más allá de sus desplantes: ¿qué ha venido a buscar realmente este hombre?

Martina, por ejemplo, recuerda perfectamente que este hombre es el padre del príncipe con el que estuvo a punto de casarse. Una boda que fue cancelada abruptamente tras una fiesta real en la que los padres del joven reconsideraron la unión. ¿Podría ser que la desconfianza de los Carvajal venía ya teñida por conflictos más profundos con la familia Luján?

Mientras tanto, Leocadia parece jugar una partida en solitario. Siempre un paso por delante, siempre con una sonrisa que esconde más de lo que muestra. Ella sabe que en un mundo donde el linaje lo es todo, el pasado es un arma de doble filo. Si su relación con el duque se destapa, podría significar su caída… o su coronación como madre de una hija con sangre noble. De momento, prefiere el silencio, pero las miradas, los gestos y su incomodidad creciente delatan que esta mujer está guardando un secreto que podría explotar en cualquier momento.

Y en medio de todo esto, Ángela, la joven cuya vida ha estado marcada por dudas y medias verdades, sigue sin conocer el origen real de su sangre. Si supiera que su padre podría ser uno de los hombres más poderosos del reino, ¿cómo cambiaría su lugar en La Promesa? ¿Cómo afectaría eso a su relación con el resto del palacio? ¿Y qué haría el propio duque si la verdad se hiciera pública?

Por ahora, todo es sospecha, pero en La Promesa, los secretos no mueren, solo duermen… hasta que alguien los despierta.

Esta semana promete emociones intensas, enfrentamientos silenciosos, y quizá la revelación de un amor antiguo que dejó una huella imborrable: una hija llamada Ángela. ¿Será esta la pieza que faltaba para entender el poder que Leocadia ha ostentado en la sombra? ¿Está el duque aquí para proteger, reclamar… o destruir?

Estad atentos. Porque La Promesa está a punto de desvelar uno de sus secretos más escandalosos.