En La Promesa, el poder se presenta esta vez con un rostro tan temido como silencioso. No lleva corona ni título noble; lleva amenaza, mirada fría y una historia pendiente de venganza. Una carroza negra irrumpe en la finca como un presagio oscuro. El Duque Lisandro ha vuelto… y no es para una simple visita. Ha venido a ajustar cuentas. Y esta vez, el precio a pagar será alto. Muy alto.
La atmósfera se vuelve densa en cuanto los nobles bajan al patio. Los sirvientes bajan la mirada. El silencio pesa como una sentencia. Todos sienten que algo está mal, que una tormenta se avecina. Las paredes de La Promesa tiemblan, aunque aún no ha sonado una palabra. Porque Lisandro no necesita hablar. Su sola presencia es suficiente para paralizar corazones.
Rumores corren entre pasillos y salones. ¿Una inspección? ¿Una represalia? Todos temen lo mismo: Curro. Ese joven que, por orden directa del Duque, debía haber desaparecido. No cumplir con esa orden podría significar el fin para toda la familia. Don Alonso lo sabe. Doña Leocadia también. Por eso ordenan a todos mantener la compostura, disimular. Pero entre tanta hipocresía, Manuel, el heredero de los Luján, no puede contener su rabia. No comprende por qué deben someterse a un hombre como Lisandro. Su padre, con voz rota por la experiencia, responde con resignación: No se trata de justicia. Se trata de estrategia.
Y mientras el miedo se disfraza de obediencia, Martina se enfrenta a su propio abismo. En una sala bañada por la luz del atardecer, cara a cara con el Duque, revive una historia nunca cerrada. Lisandro no ha perdonado que ella eligiera amar a Adriano, un simple esposo por amor y no por conveniencia. “Toda elección tiene un precio”, le dice con tono de terciopelo que corta como navajas. Pero Martina se mantiene firme: He elegido con el corazón.
El momento más tenso llega cuando Curro, inadvertidamente, entra en escena. Sostiene una bandeja de plata, intenta ser invisible. Pero su mirada se cruza con la del Duque. Y todo se desmorona.
Lisandro lo reconoce. No como un sirviente. No como un desconocido. Sino como una amenaza. Su rostro cambia. La cortesía se congela. El peligro se materializa. Martina lo percibe de inmediato. Y sabe: no hay vuelta atrás.
“¿Cómo te llamas?”, pregunta el Duque con voz gélida. Martina intenta cubrirlo: “Es nuevo, viene de lejos.” Pero Lisandro no lo cree. “Tengo la impresión de haberlo visto antes… hace muchos años”, dice, mientras el silencio llena la sala como un presagio de muerte.
Curro tiembla. Intenta salir sin llamar la atención. Pero el Duque no lo permitirá. Él ha venido a cazar. Y ha encontrado a su presa.
Martina, desesperada, intenta desviar la tensión: “¿Deseáis que os acompañe al jardín, Duque?” Pero él responde con una sentencia: “El jardín puede esperar. Algunas verdades, en cambio, no.”

Ese instante, ese cruce de miradas, cambia el rumbo de La Promesa. El pasado ha vuelto. La amenaza es real. El Duque no perdonará.
Y ahora, comienza el juego de lealtades, traiciones y decisiones imposibles. ¿Logrará Martina salvar a Curro? ¿O la sombra del Duque será más fuerte que cualquier intento de protección?
Una fuga secreta. Una traición inesperada. Y un final que podría sacudir todos los cimientos de La Promesa.
✍️ ¿Y tú? ¿Qué habrías hecho en el lugar de Martina? ¿Habrías protegido a Curro… o callado para salvar a todos?
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