En el próximo capítulo de La Promesa, el palacio se convertirá en un campo minado de traiciones, manipulaciones y una sorprendente aparición que lo cambiará todo. Lorenzo y Leocadia, cegados por su ambición y decididos a silenciar a Eugenia de una vez por todas, pondrán en marcha su plan más siniestro: hacer que la marquesa pierda el control delante de todos para justificar su internamiento inmediato en un sanatorio. Pero lo que ninguno de ellos espera es que alguien del pasado regrese justo a tiempo para impedir una injusticia irreparable.
La conspiración comienza en las sombras. Lorenzo, con el rostro tenso y la voz cargada de urgencia, irrumpirá en los aposentos de Leocadia. “Tenemos que deshacernos de Eugenia, y tiene que ser ahora”, sentenciará. Leocadia, aunque reticente, sabrá que hay demasiado en juego. Eugenia está cada vez más cerca de descubrir secretos del pasado que podrían destruirlos a todos. Habla con Curro, con Catalina, pregunta por Hann, por el médico, por el casino… Está demasiado cerca de la verdad.
La estrategia es tan retorcida como eficaz: sabotear el té de Eugenia, sembrar dudas con notas misteriosas en su habitación, derribar objetos, provocar confusión. Todo diseñado para que pierda la noción del tiempo, mezcle recuerdos reales con imaginarios, y actúe erráticamente. Y cuando eso suceda, llamarán al médico de confianza, el mismo que ya la declaró inestable en el pasado. Él firmará el informe… y Eugenia será enviada al sanatorio, esta vez sin posibilidad de retorno.
Pero en paralelo, Eugenia no se queda quieta. En el jardín cubierto, habla con su hijo Curro con una fuerza renovada. Aunque ambos sienten que cada vez que se acercan a la verdad alguien interfiere, Eugenia se niega a rendirse. “Mientras me quede aliento, seguiré investigando”, dice, y Curro asiente. Juntos han iniciado una cruzada para sacar a la luz lo que ocurrió con Hann y todos los secretos enterrados bajo las piedras de La Promesa.
En una escena cargada de tensión y determinación, Eugenia abandona el palacio disfrazada casi de sirvienta, con un chal oscuro y una cofia que ocultan su identidad. Sabe que necesita respuestas de alguien que, aunque encerrada, todavía guarda muchas verdades: su hermana Cruz. Un carruaje la espera en secreto, y el trayecto hacia la prisión es tenso, como si cada rueda al rodar fuese una cuenta atrás.
En la celda, Cruz la recibe con una mezcla de sorpresa y genuino afecto, pero Eugenia no ha venido a abrazar. “Tengo sed de respuestas”, le espeta con firmeza. Y lo que sigue es un duelo verbal entre hermanas marcado por años de rencor, silencios y heridas abiertas. Cruz admite su odio hacia Hann, su deseo de verla fuera del palacio… pero niega con firmeza haber sido la responsable de su destino. “Lo que le hicieron a Hann fue monstruoso, y yo soy muchas cosas, pero no un monstruo”, sentencia.
Entonces surge una revelación inesperada: Cruz fue víctima de una trampa. Alguien utilizó su rabia para convertirla en la sospechosa perfecta. Alguien que necesitaba enterrar un secreto demasiado peligroso. Eugenia se queda helada. El plan de Lorenzo y Leocadia cobra una nueva dimensión. ¿Quién más estaba implicado?
De vuelta en el palacio, el veneno empieza a surtir efecto. Eugenia bebe el té manipulado y comienza a actuar de forma errática. Lorenzo se encarga de provocar el estallido: una serie de comentarios crueles y manipuladores bastan para llevarla al límite frente a todos. Eugenia grita, se tambalea, y Alonso, que presencia la escena, no tiene más opción que llamar a los médicos.
Los pasos apresurados, los rostros preocupados, los murmullos del personal… todo ocurre con rapidez. Una camilla, una orden médica, y la sentencia está dictada: Eugenia será llevada al sanatorio en contra de su voluntad. Justo cuando los guardias están a punto de sacarla del palacio, ocurre lo inesperado.
La puerta se abre de golpe… ¡y es Jana quien entra! Firme, decidida, con una expresión de furia contenida. “¡Nadie va a sacar a esta mujer de aquí sin que yo lo permita!”, grita. Todos quedan paralizados. Su regreso, inesperado y cargado de fuerza, marca un giro que nadie había anticipado. Jana, que conoce los rincones más oscuros de La Promesa y los secretos mejor guardados, no está dispuesta a permitir una injusticia más. A su lado aparece Curro, con documentos y pruebas en mano, dispuesto a enfrentarse a quien sea necesario.
Leocadia palidece. Lorenzo intenta reaccionar, pero es demasiado tarde. La verdad comienza a filtrarse como una grieta que ya no puede taparse. Jana exige que se revise el diagnóstico médico, que se analicen las pruebas del té, que se escuchen las voces silenciadas. Eugenia, con lágrimas en los ojos pero de pie, ve cómo por fin alguien lucha por ella.
El episodio termina con todos reunidos en el salón principal, las tensiones a flor de piel y una verdad que comienza a emerger, imparable. Eugenia no está loca. Nunca lo estuvo. Y ahora, con Jana de regreso, los días de impunidad en La Promesa podrían estar contados.
¿Estás listo para el próximo capítulo? Porque esto recién comienza.