En Sueños de libertad, los hilos del poder se tensan y las máscaras comienzan a caer. En un giro sorprendente, María toma el control de la partida y lanza una exigencia que lo cambiará todo: quiere que Andrés eche a Begoña de la casa. ¿Lo logrará? ¿Cederá Andrés ante el chantaje emocional más despiadado de María?

Todo comienza con una conversación aparentemente casual. María, astuta como siempre, habla por teléfono con Irene Carpena. Con voz calculadora, pregunta si recibiría todos los papeles necesarios en caso de aceptar la oferta para vender las acciones de Julia. Irene, directa, le confirma que en cuanto diga que sí, el notario se pondrá en contacto para gestionar la documentación. María finge indiferencia, argumentando que tal vez necesite revisar todo con su abogado. Pero la realidad es otra: María está midiendo sus fichas con precisión quirúrgica.

Cuando Irene le pregunta si ya ha tomado una decisión, María juega su carta con elegancia: todavía está esperando una respuesta de los franceses, cuyo ofrecimiento podría subir. Aun así, pide que le envíen los requisitos cuanto antes. Irene accedes y, en ese momento, Andrés entra en la habitación.

La conversación da un giro. María cuelga el teléfono con una sonrisa calculada y se vuelve hacia Andrés. Él ha escuchado parte de la charla, y aunque intenta mantener la compostura, está claro que la incertidumbre lo consume. María le explica con aparente transparencia que hablaba de la oferta económica por las acciones de Julia, alegando que, por supuesto, sólo está pensando en el futuro de su hija. Pero detrás de su frialdad, hay algo más. Algo que no se dice, pero que pesa.

Andrés intenta razonar con ella. Le suplica que no venda. Sí, le suplica, y esa palabra, en la boca de él, lo cambia todo. María se sorprende, luego se burla con sarcasmo. Lo mira como si acabara de descubrir una debilidad nueva en él, una que podría explotar sin piedad. Andrés insiste: lo hace por Julia, para que no pierda su herencia emocional, para que crezca ligada a la empresa familiar. Pero María no cede. Sabe que el dinero le daría a su hija una independencia que, según ella, vale más que cualquier legado sentimental.

Entonces, María lanza la bomba. Lo mira con frialdad, lo escucha implorar… y finalmente le da lo que quiere. Aparentemente. Le dice que no venderá las acciones. Pero hay una condición. Una sola, pero demoledora: “Quiero que eches a Begoña de esta casa.”

Andrés se queda sin palabras. No esperaba eso. Ni en sus peores pesadillas. María, con la calma de quien sabe que ha ganado, no pestañea. Asegura que Begoña es la raíz de su infelicidad y que debe desaparecer del entorno de Julia, de él y, por supuesto, de ella. O Begoña se va, o las acciones cambian de manos. Así de claro.

Andrés arde por dentro. La llama “demonio”, pero ya es tarde: María ha establecido las reglas del juego. Y lo ha hecho con una frialdad que hiela la sangre. La sonrisa que se dibuja en su rostro es la de alguien que ha movido todas las piezas para llegar justo ahí, al jaque mate.

Porque eso es lo que está haciendo María: jugar una partida de ajedrez emocional, donde cada palabra, cada mirada y cada pausa tiene un propósito. Y el tablero es la casa de los Reina. Ella no solo quiere poder económico, quiere control total. Y el obstáculo más molesto en su camino se llama Begoña.

¿Logrará Andrés aceptar este chantaje encubierto en un gesto de sacrificio por su hija? ¿Podrá María manipularlo hasta tal punto de elegir entre su mujer y el futuro financiero de Julia? ¿Qué pasará si los franceses mejoran su oferta y ella decide traicionar incluso su propia palabra?

La tensión entre María y Andrés crece como una ola imparable. Él, aún atrapado entre el amor por su hija y su dignidad herida; ella, determinada a aplastar cualquier amenaza a su dominio, sin remordimientos.

El futuro de Julia, la estabilidad de la empresa, el equilibrio emocional de la familia Reina… todo pende de un hilo. Y María sostiene las tijeras.

Esta escena es un terremoto emocional. María no solo demuestra que no tiene límites, sino que ha calculado cada paso para acorralar a Andrés. Ya no se trata solo de dinero ni de acciones, sino de venganza, de poder, de un ajuste de cuentas profundo y personal. María quiere ver a Begoña fuera, quiere borrar su presencia, arrancarla de raíz como una mala hierba. Y Andrés debe elegir: o cedes, o lo pierde todo.

En Sueños de libertad, este capítulo marca un antes y un después. La guerra silenciosa entre los personajes estalla con nuevas armas: chantaje emocional, manipulación, poder y destrucción personal. Y en medio de todo, una niña llamada Julia es utilizada como moneda de cambio en un juego que no pidió jugar.

¿Caerá Andrés en la trampa? ¿Se atreverá a echar a Begoña por salvar la herencia de su hija? ¿O será capaz de plantarse por primera vez frente a María y decirle que, no?

Una cosa está clara: María no va a detenerse hasta destruir todo lo que considera un obstáculo para su supremacía. Y ahora, más que nunca, los Reina deberán decidir si son una familia… o simples peones en la partida de una mujer que ya no juega, sino que domina.

Déjanos en los comentarios tu opinión: ¿Crees que Andrés aceptará el trato? ¿Podrá Begoña defender su lugar? ¿Y Julia… sabrá algún día el precio que se pagó por su futuro?

No te pierdas el próximo avance de Sueños de libertad, porque lo que viene… va a arder.