En este capítulo ardiente de Sueños de Libertad, los secretos salen a la luz, las alianzas tambalean y Pedro se desata como nunca antes. La tensión por el destino de las acciones de Julia alcanza un punto crítico, y los lazos familiares comienzan a desgarrarse entre reproches, traiciones y decisiones que cambiarán el curso de todas las familias implicadas.
La jornada arranca con Pedro visiblemente alterado. Conversa con su hermana Irene sobre la reciente traición de Digna. “No me esperaba esto de ella”, le confiesa, furioso, “Estoy profundamente decepcionado”. La causa de su enfado no es menor: Digna, que hasta hace poco estaba conforme con que él comprara las acciones de María en nombre de Julia, ha cambiado de parecer. Y para colmo, todo apunta a que este giro se debe a los consejos de Damián, su eterno enemigo. Pedro no lo puede soportar. “Digna y sus hijos siempre han querido arruinar a los de la Reina”, espeta, convencido de que todo es parte de un plan para derribarlo justo cuando está a punto de conseguir el poder que tanto anhela.
Irene intenta hacerle ver que, quizás, Digna solo quiere proteger el legado de su nieta. Pero Pedro lo interpreta de otra forma: “¡Eso quiere decir que no confía en mí!”. El discurso de Damián ha hecho mella, y el orgullo herido de Pedro está dispuesto a desatar una tormenta. “Cuando me case con María, también formaré parte de esa familia”, le recuerda a su hermana. ¿Por qué, entonces, tanta desconfianza?
Irene le insiste en que las decisiones sobre las acciones atraviesan generaciones y que Pedro debe dejar que los demás se organicen. Pero su hermano, cegado por la ambición, se niega a dar un paso atrás: “¡Damián no es parte de esta familia! ¡No lo ha sido nunca y no lo será!”. Lo que en un principio parecía una negociación más, se convierte en una declaración de guerra. Pedro no quiere heredar, quiere conquistar. Para él, todo se reduce al poder. Y está dispuesto a todo para conseguirlo.
En la casa de los Merino, Digna también siente el peso de la incertidumbre. Habla con Joaquín y Luis sobre la decisión de dejar a María como gestora de la herencia de Julia. Joaquín lo encuentra arriesgado, mientras que Luis interpreta la jugada como una última venganza póstuma de Jesús contra Begoña y Andrés. Digna, por su parte, está preocupada por la imprevisibilidad de María. Cree que no debería tener el poder de decidir libremente sobre algo tan delicado como las acciones de la empresa.
La preocupación crece al recordar que Pedro ya ha hecho una oferta formal para adquirir esas acciones. Digna confiesa que está molesta con él y que la función escolar de Julia fue su único respiro en medio de este caos. Luis y Joaquín se debaten entre la lógica y el afecto: saben que Pedro comparte algunos de sus intereses, pero Digna advierte que eso podría cambiar en cualquier momento. “Sigo pensando que vosotros deberíais tener esas acciones”, les dice.
Pero la gran pregunta es: ¿cómo lograrlo? Pedro no piensa retirarse de la puja, y encima aparece un nuevo jugador: Brosart, que también quiere las acciones. “¿María se las ofreció a Brosart?”, pregunta Luis, incrédulo. Digna responde con resignación: “Ella está jugando sus cartas, y lo hace bien”. Aunque no cree que Brosart pueda pagar la cifra que pide María, el simple hecho de que haya otro competidor los pone en alerta.
A pesar de su malestar con Pedro, Digna tiene una carta guardada. Habla de las tierras que arrebataron a Jesús, tierras que podrían ser recalificadas y usarse como aval para conseguir el dinero. Luis y Joaquín no están convencidos, alegando que aún no es una operación rentable y que Teo pronto se mudará con ellos, lo cual supone más gastos. Sin embargo, Digna es clara: “Tenemos que hacer todo lo posible para que Julia conserve su herencia. No puede perderla”. El pasado les ha enseñado que confiar en otros puede salir caro. Esta vez, no cometerán el mismo error.
Mientras tanto, en la casa de los Reina, el ambiente también está al borde del colapso. Damián insiste en que deben impedir a toda costa que Pedro o los franceses se queden con las acciones. Andrés coincides, aunque preferiría que, si no hay otra opción, los primos las compren. A Digna tampoco le parece una mala idea. Pero Damián no confía en Pedro. “Esas acciones son lo único que lo mantienen con poder”, afirma. Andrés le advierte que si se opone abiertamente a que los primos las adquieran, quedará en evidencia. Damián, sin embargo, no está preocupado. Sabe que Pedro es experto en buscar excusas para salirse con la suya.
La clave, una vez más, es María. Andrés cree que ella tomará la decisión que más daño les haga. Damián, cada vez más alterado, le suplica a su hijo que hable con ella. “Tú eres su debilidad, Andrés”, le insiste. Pero Andrés se niega: “Ya not la soporto. Me molesta verla en la misma casa”. A pesar de todo, Damián insiste. “María y Pedro’s son las dos caras de una misma moneda. Si no haces algo, lo perderemos todo”.
Andrés está agotado, pero su padre no cede. “Esta conversación podría darnos una pista. Haz lo que sea, pero sálvanos. Los de la Reina estamos en tus manos”.
Así termina el capítulo 309, con todas las piezas en movimiento y el tablero temblando. La guerra por las acciones de Julia ha dejado de ser una cuestión de herencia: ahora es una batalla por el alma de cada familia. ¿Será María el arma de destrucción de los Reina? ¿O la salvación inesperada? Lo único cierto es que el poder se compra, se negocia… y también se arrebata.
Y tú… ¿en qué bando estás?