La tragedia sigue envolviendo cada rincón de Una nueva vida, y el episodio 83 no da tregua a la esperanza. En el hospital, el destino vuelve a mostrar su lado más cruel. La atmósfera es tan densa que apenas se puede respirar. Atice irrumpe con el rostro sombrío y la voz quebrada para confirmar lo impensable: aunque Suna está fuera de peligro, el bebé de Esme no sobrevivió. Las palabras caen como un golpe seco en medio del pasillo, donde el silencio se convierte en luto compartido.

Lejos de allí, Abidin aún ignora la gravedad de lo ocurrido. Pero cuando escucha a una enfermera mencionar que el corazón de Suna se detuvo por unos segundos, no duda: sale corriendo hacia el hospital, presa del miedo y el remordimiento. Mientras tanto, en la mansión, Ferit confronta a Ali Saga con rabia contenida. “Nos lo han quitado todo”, dice, con la voz cargada de dolor. Pero Alice, resignado pero firme, le responde que la única forma de honrar a los suyos no es con venganza, sino protegiendo lo que queda de su familia.

En las puertas del hospital, el dolor se transforma en ira. Seiran, consumida por la pérdida de su hermano, se lanza sobre Abidin con una mezcla de furia y desesperación. “¡Todos ustedes son asesinos!”, grita, entre lágrimas. Gulgun intenta calmarla, revelando que Alice ha decidido entregar la mansión a Cicek en un intento por cerrar el ciclo de violencia. Pero lejos de apaciguarla, esta noticia aviva aún más el fuego de Seiran.

En la mansión, la escena es un insulto al duelo. Avidin regresa solo para encontrar a su madre celebrando su nuevo poder como dueña de la casa. Su rostro irradiando felicidad en contraste con el peso del luto que domina el ambiente. “Un bebé inocente ha muerto por nuestra culpa. Dios nos castigará”, le espeta con desprecio. Mientras tanto, Sean, en un rincón de la casa, jura no permitir que esa mujer duerma tranquila bajo el mismo techo después del daño causado. Y en medio de ese odio latente, Izakat se ofrece a ayudarla en su plan de venganza.

En el hospital, Suna, aún débil, toma una decisión que sacude los cimientos de todo lo que queda en pie. “Abidin fue quien nos disparó. Me divorciaré de él en cuanto salga de aquí”, dice. Pero el destino vuelve a jugar una carta inesperada: Suna descubre que está embarazada. “No quiero este bebé”, confiesa, atrapada en una pesadilla sin salida. Esme intenta convencerla de que ese niño puede ser su luz en medio de tanta oscuridad. “No importa quién sea el padre. Lo que importa es el amor con el que será criado.”

ICAT anuncia su intención de regresar a la mansión para recoger algunas cosas personales, pero Alice y Ferit se oponen. “Es demasiado peligroso”, dice Alice con voz grave. Aun así, Abidin pone una condición para permitir la visita: quiere ver a Suna. Cuando por fin se reencuentran, la mirada de Suna es un puñal. “Te convertiste en un asesino. Mataste a mi hermano cuando aún estaba en el vientre de mi madre. No tienes derecho a estar en mi vida ni en la de mi hijo”, le escupe con desprecio.

Abidin suplica entre lágrimas: “Vamos a tener un hijo. Perdóname, aunque sea por él.” Pero Suna es categórica. “Mi hijo no crecerá con un asesino como padre. Ni siquiera sabrá que existes. La única forma de que no sea como tú es que jamás te conozca.”

Mientras tanto, los Coren regresan a la mansión por sus pertenencias. Pero al cruzar las puertas, los recuerdos los embisten como un huracán de nostalgia. Sean, incapaz de soportarlo, se marcha sin avisar. Pero no abandona el lugar. Se oculta en la casa de los sirvientes, esperando el momento justo para ejecutar su venganza.

Ferit nota de inmediato la ausencia de Seiran. Sospechando lo peor, interroga a Izakat hasta que finalmente confiesa: Seiran está en la mansión. Allí, la joven, armada de odio, se enfrenta a su enemiga. “Vas a sentir el mismo dolor que causaste a mi madre. Vas a tener que elegir cuál de tus hijos salvarás.” La tensión se corta como un cuchillo. Karam, impasible, le responde: “Si vas a disparar, que no te tiemble la mano.”

El disparo resuena como un grito de rabia en la noche. Pero Ferit llega justo a tiempo para interponerse, y la bala termina hiriendo a Cicek en la mano. La escena se congela. La sangre, el miedo, la ira. Todo estalla al mismo tiempo.

Después, Ferit, abatido por el peso de su pasado, se confiesa con Chengid. “He cometido errores imperdonables. Cuando conspiraron contra nosotros, nadie me creyó. Me dejé llevar por la desesperación. Y entonces… la besé. A Suna. Fue un momento de culpa, de dolor compartido. Pero lo hice.” Chengid escucha en silencio y sentencia: “Ya te has impuesto la peor condena. La pena de muerte emocional. Ahora es tiempo de perdonarte.”

Ferit respira hondo. “Voy a contarle todo a mi abuelo y a Seiran.” Mientras tanto, Suna, firme en su decisión, anuncia su partida: “Estoy embarazada del hijo de Abidin. No puedo seguir viviendo con los Coran. Me voy con él.”

Pero otro caos se desata. Aisen, temerosa de perder su trabajo, amenaza a Suna: “Contaré todo lo que pasó entre tú y Ferit.” El rostro de Suna palidece. “¡No