El capítulo 75 de Una nueva vida nos sumerge en un vaivén de emociones, decisiones difíciles y revelaciones dolorosas que marcarán un antes y un después para todos los personajes, pero en especial para Suna, cuya esperanza de convertirse en madre se verá cruelmente truncada.
El episodio comienza con una escena alegre y despreocupada: Seiran, Ferit, Abidin y Suna se embarcan en un viaje que promete ser un momento de respiro. Ferit los lleva a pescar como parte de una pequeña celebración por los recientes éxitos personales. Todo parece ideal, incluso entre bromas y risas, pero lo que parecía un momento de relax se va tiñendo poco a poco de tensión emocional.
En otra parte, el drama financiero se intensifica. Alice, Orhan, Kazim e Ifakat se enfrentan a una crisis económica mayúscula. Las deudas crecen, los socios internacionales exigen más capital y la posibilidad de perder la mansión ronda cada conversación. Kazim intenta tranquilizar a todos prometiendo encontrar una solución, mientras Ifakat sugiere hipotecar la propiedad, lo cual Alice descarta con firmeza: la mansión ni siquiera les pertenece legalmente. Todo esto genera un ambiente de nerviosismo que se propaga a cada rincón de la historia.
De regreso en el lago, el momento de pesca se convierte en una conversación íntima entre Seiran y Ferit. Ella le confiesa que finalmente se ha divorciado oficialmente. La confesión sorprende a todos, y Abidin le agradece por haberle apoyado incluso en los momentos más oscuros. Ferit, fiel a su carácter, responde con ternura: “La familia no está para juzgar, sino para perdonar y avanzar”.
Pero el ambiente de tranquilidad se rompe en seco cuando Suna se lleva la mano al estómago, sintiendo náuseas. Seiran, rápida en captar señales, lanza una sospecha: “¿Estás embarazada?”. Suna se sorprende, duda, y el grupo entra en una pequeña confusión. Aunque nadie se atreve a afirmarlo con certeza, la semilla de la ilusión ha sido sembrada.
Mientras tanto, los juegos emocionales entre Ferit y Seiran continúan. Entre insinuaciones y provocaciones, él incluso se arrodilla ante ella, pero no para proponerle matrimonio, sino para ofrecerle unas toallitas. Seiran, al borde de un ataque de nervios, responde impulsivamente que no. “¿Por qué dijiste que no?”, le pregunta él. Ella, vulnerable, responde: “Porque tengo miedo. No quiero cometer errores. Quiero un amor normal”. A pesar de las diferencias, ambos parecen dispuestos a dar pasos hacia un posible futuro juntos, aunque sea uno lleno de dudas y heridas pasadas.
La historia da un giro inesperado cuando, en secreto, Seiran acompaña a Suna a realizar una prueba de embarazo. El test da positivo. Seiran la abraza emocionada, y Abidin, que entra en ese momento, estalla de alegría: “¡Voy a ser padre!”. Suna, sin embargo, pide cautela. Quiere confirmar con un análisis de sangre en el hospital antes de anunciarlo a los demás.
Ya en el hospital, Suna llama a Abidin para contarle que están esperando el resultado. Él, emocionado, no puede ocultar su ilusión. Sin embargo, la tragedia llega pronto. La doctora regresa con un rostro serio: el resultado es negativo. No solo eso, sino que hay dudas sobre la fertilidad de Suna. La posibilidad de no poder tener hijos aparece como un puñal en el corazón de la joven.
Suna, devastada, se niega a realizar más pruebas. “No quiero saber si hay un problema. Si no hay esperanza, prefiero no confirmarlo”, dice entre lágrimas. Pero la doctora insiste con amabilidad: “Estas pruebas son necesarias para quienes desean ser madres”. Seiran toma la mano de su hermana y le pide calma. “Esperemos un poco más, por favor”, dice, tratando de consolarla.
La noticia afecta profundamente a Suna. “Abidin estaba tan feliz… Si no puedo tener hijos, me volveré loca”, confiesa, mientras su hermana la abraza con ternura. Ambas deciden ir a fondo con los exámenes. “Yo también lo haré”, dice Seiran con determinación. “Quiero tener hijos algún día”.
De vuelta en casa, Suna le oculta la verdad a Abidin. “No digas nada. No quiero que te molestes”, le dice con tristeza. Pero él, comprensivo y dulce, le toma las manos y responde: “No hay nada de qué enojarse. Yo sigo teniendo esperanzas. Si no es hoy, será mañana”. Las palabras de Abidin son un rayo de luz en la oscuridad, pero no logran calmar del todo el dolor de Suna, que aún se siente derrotada.
Mientras tanto, Ferit se enfrenta a su tío Nazif en busca de ayuda financiera. Pero la conversación termina en un duro enfrentamiento. “Ni tú ni tu abuelo significan nada para mí”, le dice Nazif. Ferit, furioso, responde: “Desde ahora, considérame tu enemigo”. La tensión familiar se recrudece, sumando más presión a la ya frágil estabilidad de Ferit.
En otra escena, Alice menciona que Ferit debe buscar a un hombre misterioso que podría ayudar en la crisis. “Es como tu padre espiritual”, dice. Pero esa ayuda parece costosa en lo emocional, ya que Alice jura que nunca quiso volver a ver a ese hombre, ni siquiera en su lecho de muerte.
El capítulo cierra con un silencio denso. Suna, devastada, aún no ha procesado la posibilidad de que nunca pueda ser madre. La casa, que en un principio vibraba de alegría ante un supuesto embarazo, ahora se llena de una calma inquietante. Seiran se mantiene firme junto a su hermana, y Abidin sigue creyendo que todo es posible. Pero el golpe es duro. Las ilusiones de Suna se han roto en mil pedazos.
¿Será esta prueba médica el principio del fin para Suna y Abidin como pareja? ¿Podrán encontrar una salida a esta dolorosa realidad? ¿O el deseo de formar una familia será más fuerte que el diagnóstico?
En Una nueva vida, los sueños a menudo se enfrentan con la crudeza de la realidad. Y en este capítulo, Suna descubre que, a veces, el dolor de una esperanza rota puede ser más fuerte que cualquier verdad.