El pasado se convierte en una herida que sangra en cada conversación, y el presente, una trampa emocional de la que Seyran no logra escapar. Así comienza el tormentoso capítulo 74 de Una nueva vida, con los protagonistas atrapados en un coche, pero aún más presos de sus emociones no resueltas. Seyran suspira recordando aquel día en que huyó de su boda con Ferit, una promesa rota que aún retumba en su pecho. Ferit, en el asiento trasero, intenta conservar la frialdad, pero su mandíbula tensa revela la rabia contenida. Ha dejado atrás a Dilar, pero el precio ha sido alto: ha perdido la confianza de Seyran.

Abidin, incómodo ante la tensión creciente, sugiere que bajen del coche para hablar. La propuesta parece inútil. El dolor de Seyran es más fuerte que cualquier explicación. “Sinan no me apuntó con un arma, pero igual no me crees”, le dice a Ferit, su voz cargada de reproche. Ferit le lanza una pregunta que lo resume todo: “¿Quieres ser feliz o tener razón?” Una frase que retumba como un eco en el corazón de ambos.

Mientras la pareja sigue envuelta en su propio infierno emocional, en la mansión Korhan el ambiente no es menos tenso. Alí Saim golpea el suelo con su bastón, furioso por la falta de compromiso en los negocios familiares. Orhan le responde preocupado: si no entregan los planos a tiempo, perderán el contrato. İfakat, con su tono venenoso, añade presión: todo podría derrumbarse si no actúan con rapidez.

Ferit y Seyran, aún envueltos en su tormenta silenciosa, se miran y asienten. No hay escapatoria: deben trabajar juntos para salvar el futuro de la familia. Ella promete tener los dibujos listos, y mientras la tensión crece, İfakat se jacta de haber entregado a Sinan a la policía. Esme, con un rayo de esperanza en el rostro, sueña con ir a Gaziantep, pero Orhan le recuerda que Seyran no es libre: tiene un contrato que cumplir.

Por otro lado, Kazım continúa sus manipulaciones, intentando influir en Suna para que traicione a los Korhan, pero ella lo rechaza con dignidad. “Son mi familia”, le espeta. Lo mismo intenta con Abidin, quien también lo desarma con firmeza: “No quiero su dinero.” Pero cuando Kazım se marcha, Abidin confiesa con tristeza que Ali Saim sigue sin dirigirle la palabra. Suna lo consuela, sabiendo lo que es sentirse como un extraño en una familia que parece no aceptarte del todo.

De vuelta en la mansión, Ferit entra en la habitación de Seyran y la encuentra trabajando en los planos. Ella le lanza una advertencia sin mirarlo: “Si me haces perder el tiempo, no lo terminaremos.” Ferit, juguetón, intenta suavizar el momento con una broma, pero Seyran lo fulmina con la mirada. No está de humor. Él insiste en hablar, pero ella se niega. No puede seguir cayendo en su juego.

En el taller, trabajan juntos pese a la tensión. Seyran confía un rompecabezas a Memo, dándole un voto de confianza que resuena en todos. Ferit no pierde la oportunidad para ironizar: “¿Aún con el tema de la confianza?” La dinámica entre ellos es como una cuerda floja entre el amor y el resentimiento. Memo, curioso, les pregunta cómo se conocieron. Ferit confiesa que se enamoró de Seyran al verla por primera vez. Ella, con tono agrio, responde: “Ojalá alguien creyera en tus palabras.”

Más tarde, en la mansión, Ferit sorprende a Seyran dejando sobre su cama un elegante vestido y una nota escrita a mano: una invitación a reescribir su historia. Suna, al enterarse, lo acusa de haber perdido la cabeza, pero él le responde con una sonrisa: “La perdí hace mucho, cuando la vi por primera vez.”

En paralelo, Abidin se desahoga con Suna. Le duele ser ignorado, sentirse desplazado. Ella, con ternura, le dice una verdad brutal: “Si no aprendes a ser feliz con tu familia, no lo serás en ningún lado.” Él se queda en silencio, tocado por sus palabras. 

Esa noche, bajo la cálida luz de un restaurante, Ferit y Seyran comparten una copa de vino. Esta vez la tensión es diferente: más íntima, más honesta. Ella confiesa con voz temblorosa: “Intenté olvidarte, tantas veces, pero no pude.” Ferit la mira, sin palabras, y el silencio lo dice todo. “Te amo”, dice ella finalmente, vencida por sus sentimientos. Ferit sonríe, satisfecho: “Finalmente lo confesaste.”

Seyran bromea con ternura: “Si sigues actuando así, no habrá segunda cita.” Ferit le susurra: “Me acostumbré a correr detrás de ti.” Ella suspira, preguntándose qué hubiera pasado si se hubieran conocido en otras circunstancias. “Si te viera en cualquier parte del mundo”, dice él, “me volvería a enamorar de ti.”

El momento es tan delicado que duele. Hablan de una vida normal, de pescar juntos, de construir algo sin tanto dolor. Ferit le toma la mano: “Valió la pena todo este dolor. Porque estás aquí, conmigo.” Seyran lo observa, su corazón latiendo con fuerza. Pensaba que la relación la asfixiaba, pero ahora lo entiende: ambos se estaban ahogando, juntos. “Entonces, ¿por qué lo intentamos de nuevo?”, pregunta. Ferit responde con la única certeza que tiene: “Porque vivir contigo siempre valdrá la pena.”

Y así, entre los fantasmas del pasado, las heridas abiertas y los sueños rotos, Seyran se da cuenta de una verdad ineludible: no puede abandonar la mansión, no puede huir de lo que siente, porque su corazón —aunque golpeado, desconfiado y herido— ya ha elegido. Y ese corazón, por mucho que se resista, aún le pertenece a Ferit.

¿Te gustaría que prepare también un avance del capítulo 75 con este mismo estilo