El viento vuelve a soplar con fuerza en los pasillos de La Promesa. Eugenia ha regresado, pero no como una sombra del pasado: vuelve con voz, con presencia… y con un propósito. El palacio, que apenas comenzaba a adaptarse a las nuevas dinámicas tras la ausencia de Cruz, se ve de nuevo sacudido. El detonante es inmediato: Eugenia descubre que Leocadia ha ocupado la habitación más íntima de Cruz, el antiguo corazón del poder en el palacio. La indignación es inevitable. Para Eugenia, esta ocupación no es solo una falta de respeto, sino un símbolo de ambición desmedida. Ella, que durante años guardó silencio entre las paredes de La Promesa, ha decidido no callar más.
Y así comienza la guerra. Con palabras afiladas, miradas que cortan y un clima que se vuelve cada vez más irrespirable. Eugenia no es ingenua: entiende que su regreso trastoca más de una alianza, y Leocadia no está dispuesta a ceder ni un ápice de poder. La tensión crece en cada rincón del palacio, donde ahora las conversaciones se vuelven susurros y los pasos, más medidos. Porque con Eugenia de vuelta, las reglas del juego ya no son las mismas.
Leocadia, por su parte, ha trabajado duro para consolidarse como una figura de autoridad. Ha tejido relaciones, ha ocupado espacios clave… y ha intentado colocarse en el trono simbólico de Cruz. Pero la presencia de Eugenia, con su linaje y su historia, amenaza con derrumbar ese castillo de naipes que había edificado. La incomodidad se vuelve mutua. Eugenia se siente invadida, Leocadia, desafiada. Y la guerra, aunque todavía contenida en la diplomacia del palacio, está oficialmente declarada.
Pero no es la única sacudida que estremece los cimientos de La Promesa. La llegada del sargento Burdina añade una nueva dosis de incertidumbre. Regresa con el dinero que en su día le entregó Manuel, asegurando que quiere que lo invierta en su proyecto aeronáutico. Sin embargo, el verdadero motivo de su visita no es económico, sino político: viene a informar a Alonso de que el juicio de Cruz ya tiene fecha. En apenas un mes, la matriarca deberá enfrentar al juez. Una sentencia que podría cambiarlo todo.
La noticia corre como pólvora. Si Cruz es condenada, el equilibrio de poder en el palacio colapsará. Leocadia quedará expuesta, y figuras históricas como Eugenia podrían recuperar posiciones de influencia. Todo se vuelve más tenso. Cada palabra se mide. Cada movimiento se calcula. Porque ya no se trata solo del destino de Cruz… sino del alma misma de La Promesa.
Y en este clima de incertidumbre y tensiones, Curro vive su propio infierno personal. Divide su vida en dos mundos que parecen irreconciliables. Por un lado, colabora en secreto con Pía para desentrañar los secretos de la muerte de Jana, su hermana, y honrar su memoria. Por otro, debe representar un papel que ya no le pertenece: el de heredero noble, ahora que Eugenia ha vuelto.
La presión es insoportable. Curro sigue trabajando en el área de servicio, pero ahora cada paso que da está vigilado. Eugenia comienza a notar su comportamiento inusual: su cercanía con los sirvientes, su rechazo implícito a las normas aristocráticas, sus gestos que lo alejan del mundo noble al que alguna vez perteneció. Poco a poco, Eugenia comprende una verdad que la golpea profundamente: Curro ha abandonado su identidad aristocrática para abrazar una vida entre los sirvientes. Esta revelación no solo la decepciona… la hiere. Y marca el inicio de una confrontación inevitable entre tía y sobrino.
A pesar del dolor y las tensiones, Curro no detiene su investigación. Junto a Pía, sigue hurgando en las sombras del palacio, buscando pistas, tocando puertas que quizá deberían permanecer cerradas. Porque en La Promesa, todavía hay secretos oscuros esperando ser revelados. Secretos que, si salen a la luz, podrían destruir a más de uno.
Mientras tanto, Martina atraviesa su propio desierto emocional. Sola, confusa y vulnerable, empieza a acercarse cada vez más a Curro. Él se convierte en su refugio, en el único que parece entenderla sin juzgarla. Lo que comienza como una amistad sincera se convierte en algo más profundo… y peligroso. Porque Jacobo, celoso y enfurecido, observa esta relación con ojos encendidos. No solo ve una amenaza sentimental, sino un desafío al orden social que él representa. Para Curro, este nuevo lazo con Martina lo coloca aún más en la mira. Está atrapado entre los ojos inquisidores de Eugenia, los celos de Jacobo y su propia cruzada secreta. La tensión crece, y algo se avecina. Algo que podría estallar en cualquier momento.
No muy lejos, otra historia, más pequeña pero no menos significativa, empieza a tomar forma. Petra, en un gesto de redención personal, quiere ofrecerle una segunda oportunidad a Alicia, la joven del refugio. Con la vacante en la panadería, piensa en ella. Pero en lugar de ir directamente, decide recurrir al padre Samuel como intermediario. Él, con su bondad habitual, le presenta la propuesta a Alicia con palabras llenas de esperanza.
Para Alicia, que ha vivido tantas penurias, esta oferta representa una puerta abierta, una luz inesperada. Gracias al gesto de Petra y al cariño de Samuel, empieza a creer que también puede formar parte de algo. Petra, al ver cómo su ayuda transforma una vida, siente una paz que no conocía. Y los demás empiezan a mirarla con otros ojos.
Por último, en medio de todo este caos, Catalina y Adriano intentan disfrutar de los primeros días con su recién nacido. Después de un parto complicado, ella comienza a sanar, y él, orgulloso, permanece a su lado. Parecen felices, pero esa tranquilidad es efímera. Leocadia irrumpe en sus aposentos, cuestionando el matrimonio. Con palabras suaves pero intenciones punzantes, insinúa que la decisión de Alonso no tiene fundamento suficiente. Catalina y Adriano sienten la presión en el aire. Porque Leocadia no solo lanza preguntas: lanza advertencias.
El matrimonio, antes símbolo de amor y familia, vuelve a ser un asunto político. Un juego de poder. Catalina y Adriano intentan mantenerse firmes, pero saben que ya no se trata solo de ellos… sino del legado y el honor de toda una dinastía.
Así, en este episodio 588, La Promesa se convierte en un tablero de ajedrez donde cada pieza se mueve con cautela. Eugenia y Leocadia se enfrentan en una guerra fría que amenaza con estallar. Curro camina por la cuerda floja entre la verdad y la mentira. Y el juicio de Cruz se alza como una cuenta regresiva que podría cambiarlo todo. Porque en La Promesa, el pasado siempre vuelve… y el futuro está más incierto que nunca.